Me gusta mirar el cielo casi tanto como me gusta mirarte.
Creo que ya te lo había dicho, pero no importa, no le hacemos daño a nadie si te lo recuerdo.
Siempre me has parecido una metáfora, Alis, pero no en el mal sentido. Sino en uno bastante hermoso.
Tu alma, tu esencia y toda tu totalidad siempre me han recordado al cielo, a sus colores, a sus cambios y a sus fenómenos.
Los atardeceres, con su potencia tiñendo al cielo de rosa, naranja, rojo o violeta, siempre me han recordado a tus mejillas sonrosadas. Y se sonrojan seguido, imaginate lo que es ver atardeceres en tu rostro tan seguido. Es hermoso.
El cielo azul, despejado de nubes, es como tus ojos. A pesar de que estos son verdes, su vivacidad me recuerda al cielo.
Las nubes grises son como tu rostro cuando se enoja, o como tu alma cuando se pone triste.
Las nubes blancas, azotadas por el viento, me recuerdan a tu risa. Es el sonido que más me gusta escuchar.
El sol, brillante e imponente, es igual a tu sonrisa luminosa que, incluso cuando hay nubes grises, puede ser cálida.
El cielo es una obra de arte maravillosa, Alis. Y todo lo que sucede en él también lo es, es asombroso y majestuoso.
Como tú.
Pero, si me dieran a escoger entre mirar únicamente el cielo, o mirarte, te escogería a ti. Ahora estoy cien por ciento seguro de que, a pesar de todo, te escogería a ti.
Por siempre tuyo, 23.