Capítulo 22: Tempestad.

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Oliver.

El cielo que parecía romperse estaba completamente oscuro, apenas y había luz del día, está no podía atravesar las gruesas nubes.

Relámpagos y truenos de todo tipo de colores e intensidad surcaban los cielos, una espiral comenzó a formarse en el centro de aquel desastre.

Finalmente una enorme onda expansiva disperso las nubes, la electricidad que ocasionaba el cielo podría iluminar un estadio.

Donde una vez hubo nubes el cuerpo de serpiente de Kukulkán comenzó a hacerse presente, este serpenteaban por todo el cielo haciendo círculos moviéndose por el aire.

La bestia del cielo era divina, literalmente, la majestuosidad con la que se alzaba rivalizaba con la de un fenómeno natural.

La altura de la criatura era de unos ochenta metros calculándolo, mientras que su longitud era de unos cien metros, finalmente su envergadura era de unos 250 metros por cada ala, tenía cinco pares de ellas repartidas por todo su cuerpo.

Esta criatura era un huracán con vida, su aspecto no variaba mucho de las leyendas locales.

Una gran serpiente con enormes colmillos dentro de su boca, estos solo eran visibles si la abría.

Una corona de plumas reafirmaba que era el rey del cielo, las plumas en su cabeza iban de tonos carmín a rojos.

Su cuerpo entero estaba protegido por una especie de mezcla la entre plumas y escamas, un perfecta armadura lo suficiente liviana para alzarlo en el aire, su cuerpo entero era de color verde excepto por algunas plumas en los codos de las alas, estas eran de un color azul.

Las plumas en las alas de la criatura eran translúcidas a primera instancia, pero pronto descubrimos que tomaban el color respecto del estado de humor de la criatura.

Este reflejaba el cielo, y con él su soberanía sobre este, Kukulkán estaba despierto y pronto busco al ser que lo había liberado de su prisión.

Julius estaba en pie junto con todos los Auhizotl, Kukulkán dignó su mirada a ellos por unos momentos.

-¿Fuiste tú quien me libero?

Una gruesa e impresionante voz retumbó por todo el valle, pero por la expresión en la cara de Ben y Rubí solo Julius y yo podíamos entenderlo.

-Así es, te libere para enmendar lo que mí... Lo que Gilgamesh te hizo a ti y a las otras seis bestias.

-No tienes esa aura que esperaba, pero peor es seguir dormido en ese lugar, por lo que dices entonces supongo que no te interesa el deseo, ¿Porque ir contra tu propia humanidad? Sabes lo que haremos, retomaremos nuestros reinos una vez nos veamos libres de aquella molesta cláusula.

-Eso no me importa, prácticamente no lo soy, solo tengo una cosa en mente y que me importa.

-Siendo así, no tendrás inconveniente en que devaste las ciudades de este continente, cierto.

-Como sea su sagrada voluntad majestad, pero debo advertirle, entre nosotros hay quienes intentaron detener su regreso, están a las orillas del lago.

Kukulkán formó una mueca, no sabía si estaba feliz de oír que podía devastar toda América o furioso porque Julius acababa de incriminarnos en contra de una bestia milenaria.

-Chicos, corran, corran, Julius acaba de convencer a Kukulkán de asesinarnos, les daré una oportunidad, soy el único que puede comunicarse con él.

-No te voy a dejar Oliver.

-Ni yo.

-No se los estoy preguntando, Viv, sácalos de aquí.

El Tatzelwurm me miró con una interrogante en su rostro, no perdí más tiempo y los obligue a salir de ahí.

Oliver Blair y El Misterio de las Seis Bestias (Sin Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora