Borracho, perdido, solo, sintiendo que todo me salía mal, que la primera chica a la que amaba ni siquiera me correspondía. Había pasado una semana desde que había ido a casa de Aurora y todo había empeorado desde entonces, todo me dolía, todo producía daños irreparables a mi alma y no aguantaba más sin ella. Y me estaba dando cuenta de que, por una vez en mi vida, quería ser egoísta, sentirla a mi lado y quería que ella solo me mirara a mí. Mis amigos me vieron demasiado apagado durante la semana posterior a la charla con Aurora, por lo que el sábado me propusieron irnos de fiesta, para variar el plan de fin de semana que teníamos estipulado desde que empezamos a beber alcohol. Fuimos a una discoteca conocida en nuestro pueblo y notamos que había gente muy joven en aquel local, más incluso de la habitual; después me di cuenta de que había unos estudiantes de intercambio con ellos y todo tuvo explicación. Cuando pasaron unas horas y yo ya llevaba un par de copas encima, miré a mi alrededor y me sentí solo, me sentí desprotegido, me sentí tan perdido como un niño pequeño que no encuentra a sus padres y de repente, quería que todo acabara, quería cruzarme medio pueblo e ir a buscarla, quería haberme controlado aquella noche en la que lo estropeé todo... necesitaba salir de allí, despejarme y aclarar la mente, quizás irme a casa, que llegara la mañana siguiente y que mi vida volviera a ser la misma de siempre; así que me fui, me despedí de mis amigos, cogí mi cazadora de cuero y salí abriéndome paso a empujones a pesar de mi altura y mi fuerza, ya que había demasiada gente junta en aquel sitio.
Y entonces comencé a andar, sin rumbo fijo, me perdí entre la gente borracha que andaba por la calle intentando encontrar su lugar en el mundo y entonces la vi. Al principio me pareció Aurora y me dirigí desesperado hacia su dirección, pero no era la chica de mis sueños a la que tenían acorralada contra una pared un par de chicos altos y robustos, era su hermana Natalia. Corrí hacia ella y grité:
— ¡EH! DEJADLA EN PAZ. — Los dos chicos me miraron y se rieron, pero no se alejaron ni un ápice de la chica. Yo continué avanzando hacia ellos y a medida que lo hacía, pude ver la cara de pánico de la hermana del amor de mi vida; entonces le susurré:
— No te preocupes por nada, yo me encargo. — Al parecer, los dos individuos que estaban justo delante de mí en aquel momento me escucharon y se acercaron peligrosamente.
— No te acerques más, principito, déjanos a solas con esta señorita y no os pasará nada, ni a ella ni a ti. — Natalia se refugió detrás de mí y los dos chicos avanzaron hacia nosotros. — Muy bien, tú lo has querido. — Y entonces vi pasar mi vida por delante de mis ojos porque uno de ellos sacó una navaja. Comencé una pelea pegando al chico que portaba la navaja y los dos comenzaron a pegarme a mí también, me giré y le dije a Natalia que corriera, que me dejara allí y... justo en ese momento en el que me distraje un solo segundo, sentí como un filo de hierro me atravesaba el estómago. La pelea finalizó porque los chicos se marcharon corriendo, me arrodillé en el suelo con la mano derecha posada sobre la profunda herida que me había originado la navaja de aquel desgraciado. De un momento a otro, empecé a quedarme sin fuerzas y solo veía a Natalia a mi lado que presionaba mi herida mientras llamaba a alguien por teléfono... entonces... todo se volvió negro.
Escuché gritos, sonidos de puertas abriéndose y cerrándose, ajetreo de mucha gente y después un vacío de nuevo. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero se me pasó en un suspiro, como si estuviera dormido. De repente, escuché un pitido y un sollozo, no sabía quién estaba llorando, pero fuera quien fuera, estaba sosteniendo mi mano, estaba seguro; poco a poco fui abriendo los ojos, muy despacio, como si la luz de la habitación en la que me encontraba me estuviera cegando de forma casi imperceptible... y entonces la vi, estaba allí, mi Aurora estaba a mi lado, sentada en una silla llorando de forma desesperada pero a la vez silenciosa para que nadie la escuchara, mi pequeña... odiaba llorar en público. Comencé a mover la mano que ella sostenía y me miró, se secó las lágrimas y sonrió, me sorprendió que no soltara mi mano y, Dios, cuánto me gustaba sentirme así con ella.
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¡Hey tú! ¡Chico popular!
Short Story- ¡¿Puedes parar de ignorarme y decirme de una vez lo que me tengas que decir?! ¡No entiendo las "indirectas" esas que me sueltas! - gritó él haciendo comillas con los dedos. - ¿Cómo puedes ser tan inteligente para unas cosas y tan estúpido para ot...