Ni siquiera sé lo que sentí, solo sé que de repente hubo en mí un vacío que no había sentido nunca. Vi su rostro, claramente al principio, después se fue disipando poco a poco, como si una tormenta hubiera caído sobre su hermosa carita. Mis ojos comenzaron a nublarse y la tormenta que había empapado a mi abuela, ahora se cernía sobre mis mejillas. No podía respirar, veía a mi madre llorar desconsolada y a mi padre intentando abrazarla. Me fui a mi habitación, perdido, como si la estrella polar que guía a los marineros hubiera desaparecido y el barco estuviera a punto de hundirse. Cogí mi teléfono, busqué en mis contactos y la encontré. No me lo pensé dos veces, la llamé, a las cinco menos cuarto de la madrugada la llamé, y ella me respondió y a partir de ese instante, no pude frenar las lágrimas.
— ¿Qué pasa, cariño? — me preguntó. Yo no podía hablar. — Óscar, ¿qué está pasando? Háblame, cariño, háblame. — Ella lo sabía antes de que yo se lo dijera, ella escuchaba mi corazón mucho antes de que yo lo hiciera. — Óscar, por favor. — Mi niña empezó a llorar, lloraba por mí, porque sabía que se había ido la persona a la que más había querido en toda mi vida. Mi niña lloraba porque tenía el corazón más bueno del mundo.
— Aurora, dime que no es cierto. — dije entre lágrimas. Se escuchó su llanto al otro lado del teléfono. — Dímelo, por favor, lo necesito... — me tumbé en la cama y el teléfono rodó hasta apoyarse suavemente sobre el colchón. Activé el altavoz y escuché.
— Lo siento muchísimo, Óscar, de veras que lo siento. — Y entonces me di cuenta de que era cierto, de que ella se había ido y nunca jamás iba a volver. Ella me lo estaba diciendo, ella me estaba dando un pésame por una muerte que yo no podría superar jamás.
— Ella está viva, Aurora, ella está conmigo. — Mi niña seguía llorando, sin parar. — No llores, Aurora, no llores, se me parte el alma al sentirte así. — Noté cómo ella se sonaba la nariz de forma apenas imperceptible para que yo no me diera cuenta de que lo hacía. — Estoy contento porque pude despedirme de ella... — le dije. — Ella estaba en la habitación del hospital y yo entré sin hacer ruido, pero me dio igual, porque ella abrió sus ojos en cuanto yo me senté a su lado y sostuve su mano entre las mías. Me saludó y sus ojos se llenaron de lágrimas, me decía que no quería irse, que tenía miedo a que todo se acabara, a dejarnos solos en esta vida de pena y sufrimiento. Y entonces yo le dije que no se preocupara, que ella estaría siempre con nosotros, que viviría en nuestro alma durante el resto de nuestras vidas y que no se iría mientras uno solo de nosotros siguiera con vida y pudiera recordarla. Mi abuela lloró, nena, lloró durante mucho rato, de forma silenciosa, dejándose llevar por lo que sentía. — Aurora seguía dejando caer lágrimas tristes por sus mejillas. — En ese preciso instante supe que no volvería a verla.
— Ella va a vivir en ti toda la vida, ¿lo sabes? — dijo ella de nuevo al borde de las lágrimas. — Ha sido demasiado importante para ti como para que la dejes marchar sin más. — Yo asentí lentamente a pesar de que ella no podía verme.
— Siento haberte llamado tan tarde, son casi las cinco de la mañana. — Sentí cómo sonreía al otro lado del teléfono.
— No pasa nada, cariño, está todo bien, podemos seguir hablando si tú quieres. — Y después de esto sonreí yo, porque sabía que ella era la indicada.
Estuvimos hablando durante dos horas más, como llevábamos haciendo tanto tiempo desde que comenzó la pandemia en nuestro país; hablamos de todo y de nada, me volví loco de amor y ella consiguió enternecerme el corazón como nadie lo había hecho nunca. Y me volví cursi como nunca antes me había vuelto. Le dije que la amaba, que era el amor de mi vida, pero ella no pudo decirme lo mismo, quizás no porque no lo sintiera, sino porque le había hecho muchísimo daño, más daño del que ella podía perdonar... y aún así lo estaba intentando. Colgué el teléfono a las siete y media de la mañana y me derrumbé al no escuchar su voz, lloré hasta quedarme dormido. Me levanté dos horas después con los ojos hinchados, con la vida pesándome cada vez más y más. Vi a mis padres en el salón de mi casa, mi padre abrazaba a mi madre mientras veían una película de risa, aunque ninguno de los dos reía, como era natural. Les di los buenos días y volví a subirme a mi habitación, no estaba preparado para ver a nadie, para sentir la tristeza de todos aquellos que se encontraban a mi alrededor. Tampoco quería ir al entierro de la persona más noble que había conocido nunca. Debía ir. Había vuelto a mi pueblo natal aquel fin de semana, cuando mi madre me llamó para decirme que mi abuela había empeorado muchísimo y que no sabían cuánto tiempo le restaba de vida. Aurora había vuelto conmigo, no la merecía, no merecía tantos cuidados, tanto cariño, tanto amor como ella me profesaba. Intenté levantarme de la cama por segunda vez y me fui a duchar, sentía cómo el agua me empapaba por completo y cómo la vida se me iba con cada gota, apenas podía respirar, no podía parar de pensar en la persona que se había marchado de mi vida. Mis lágrimas se camuflaban entre el agua que caía sobre mi cabeza. Ni siquiera sabía cómo podía seguir respirando, me dolía el pecho, los ojos, la vida.
Salí de la ducha y me anudé una toalla a la cintura. Y de nuevo, sentado en la cama de mi habitación, cogí el teléfono y la llamé, a la única persona en el mundo que podría darme fuerzas en aquel momento.
— ¿Te he despertado? — pregunté cuando una voz somnolienta me respondió al otro lado de la línea. Sentí cómo sonreía.
— No, qué va, llevo bastante tiempo despierta. Cuando me colgaste, no pude volver a dormirme. — respondió ella.
— Oye, Aurora, sé que puede sonar bastante precipitado, pero... ¿podrías venir a mi casa? Te necesito. — supliqué tratando de no sonar demasiado desesperado.
— Estaba terminando de vestirme, iba ahora mismo para allá. — dijo para mi sorpresa. En ese momento, todas las piezas de mi vida terminaron de encajar. Se me escaparon de nuevo las lágrimas, sin siquiera tener tiempo para poder evitarlo, los nervios se fueron y la tristeza, por una milésima de segundo, desapareció como por arte de magia. Aurora estaba allí, había vuelto. Y no me quedaba ninguna duda de que, a partir de aquel momento, no permitiría que se marchase de mi lado.
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Hola a todos:
De nuevo estoy de vuelta. Espero que disfrutéis de este capítulo y que os emocionéis por la complejidad y tristeza del mismo. Gracias por seguir aquí día tras día. Un beso.
La Dama Negra.
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¡Hey tú! ¡Chico popular!
Short Story- ¡¿Puedes parar de ignorarme y decirme de una vez lo que me tengas que decir?! ¡No entiendo las "indirectas" esas que me sueltas! - gritó él haciendo comillas con los dedos. - ¿Cómo puedes ser tan inteligente para unas cosas y tan estúpido para ot...