3. No hay como el buen hogar

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Al día siguiente, y aunque no quería, seguía dándole vueltas al asunto de Archer.

A veces me digo que soy una hipócrita. Que mi mejor amiga me entendería más que nadie con esta situación. Quiero decir, ella está enamorada del mejor amigo de Archer.

Pero no quería ponernos en una situación difícil.

El pánico me volvió cuando iba de camino a casa. Estaba paranoica por pensar en que Archer pudiera salir de la nada. ¿Y si salía detrás de un arbusto en plan sorpresa? Está bien, me estaba pasando muchos rollos. 

Y sí, al final les dije a mis padres que iría a casa. Jean Philippe me había invitado a comer, pero lo rechacé. No quería decirles que no de nuevo a mis padres.

—¡Lisa! —apenas se abre la puerta mamá pone sus brazos alrededor mío—. ¡Robert, mira quién acaba de llegar! —mamá grita hacia dentro—. Cariño, hice tus platos favoritos. 

Cerrando la puerta, inhalo el olor a comida recién hecha. Luego, suspiro de felicidad.

No hay como el buen hogar.

Caitlin había decidido estudiar en la universidad de Chicago. Ya pueden imaginar cómo se pusieron mis padres al enterarse de que su hija mayor se iría de casa. Lloraban de felicidad porque iría a una buena universidad, pero en el fondo también lo hacían porque su polluelo volaba.

Momentos como estos me hace pensar en que escogí bien al quedarme aquí. 

Minutos más tardes nos encontrábamos los tres en la mesa.

—¿Cómo va el proyecto del sótano? —me echo un bocado de pasta a la boca.

Mis padres habían decidido sacar todo lo inútil del sótano y hacer un salón de "diversión". Querían poner una mesa de billar, un minibar, juegos de dardos y futbolín. Al principio mamá se había negado a la idea de papá, pero luego se lo pensó mejor y nos dijo que así podían invitar a sus amigos del vecindario y no se morirían de aburrimiento como la mayoría de las veces.

Mamá da un resoplido y papá roda los ojos lanzando una manotada al aire.

—Aún no sacamos ni la mitad de las cajas. Tengo que llevarlas a donación y otras a la basura —mamá toma su copa de vino.

—Sabes —digo—, yo puedo ayudar —al ver las caras de mis padres, tengo que agregar: —Siempre y cuando esté desocupada.

—Eso sería fantástico, Solecito.

Solecito era mi segundo apodo. El apodo de mi hermana es Estrellita. Ya saben, para que combinemos. 

Papá trata de darme una sonrisa a la vez que presta atención al juego de fútbol en la televisión.

Normalmente cuando comemos en la mesa lo hacemos sin la televisión. Pero en casos como hoy, donde juega el equipo favorito de papá, mamá deja que lo vea.

—¿Cómo está tu amiga... Eh... Leah?

Sonrío. La primera vez, Leah no le dio una buena impresión a mamá. Ya sabes, ropa oscura, piercings, posters de bandas de heavy metal en el lado de su pared... Aun así, mi madre sabe que es mi amiga.

—Bien —asiento—. Consiguió un trabajo por el campus.

—¿Y tu amigo francés? —sus ojos estaban puestos en su plato, fingiendo estar desinteresada.

—Ah, él está muy bien —sonrío.

—Debes traerlo.

Tras decir eso, papá al instante para la oreja. No me dio tiempo de negar que no tenía planes para eso todavía. 

Nosotros, siempre (SIEMPRE #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora