15. Familias unidas

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—¡No puedo creer que me hayas subido hasta mi habitación! ¡¿Estás loco?! ¡¿Qué hay de tu rodilla?!

—Uno, tomé el ascensor. Tampoco fue tanto. Dos —me mira de reojo mientras bajamos por las escaleras—, pesas como una pluma. Tres, aunque me doliera, que no lo hizo, me daría igual porque te veías tan cómoda durmiendo que no te quise despertar.

—Uno —uso su mismo tono de voz—, eso no importa. Dos....

Él alza una ceja cuando me detengo.

Rodo los ojos.

—Gracias, creo.

Ya de camino y con Archer manejando mi auto, lo miro con cara de zombi. Mi resaca seguía peor que nunca. Como no me mira, vuelvo a voltearme para contemplar el paisaje. Luego de un rato vuelvo a mirarlo.

—Suéltalo, Lisa.

—Nada —desvío la mirada—. ¿A qué hora dijeron?

—A las doce. Ya vamos con diez minutos de retraso.

—¿Desde cuándo eres puntual?

—Desde que supe que papá está ahí. Si me llega una bronca no dudaré en decirle que fue por tu culpa.

Resoplo divertida.

—Sin ustedes por acá, casi olvido cómo es Rick Boldman —digo.

Asomo mi cabeza por la ventana, queriendo tomar un poco de aire fresco. La pintura rosa del auto centellea por el sol. De hecho..., el sol me molestaba. Me acomodo de nuevo en el asiento y miro a Archer. Mis ojos caen en sus gafas de sol que llevaba puestas. Él me pilla mirándolo.

Cuando Archer y Paris se fueron hacia Nueva York, tuvieron que dejar su auto aquí, y como el señor Boldman ya tenía uno propio, decidió venderlo. Ahora era de Caitlin, mis padres se los habían comprado. Y ahora, ver a Archer conducir mi auto rosa... era impresionante. Es lo único que se me viene a la cabeza: impresionante. Se podía ver ridículamente por fuera, y ridículamente por dentro también, pero lo estaba conduciendo como si fuese suyo y no solo mío. Tenía un brazo apoyado en la ventana abierta y el viento le revolvía su cabello ondulado, su otra mano descansaba perezosamente en el manubrio y, cuando bajaba su mano hacia la palanca de cambios, el músculo de su brazo se tensa y me tengo que obligar a mirar hacia otro lado.

Me remuevo en mi asiento.

—Si quieres los lentes solo pídelo —dice él, con los ojos al frente.

No digo nada.

—Ten.

Miro su mano extendida en mi dirección. Se había sacado las gafas y me las estaba ofreciendo.

—Vamos, sé que te gusta mirar y sentir el aire fresco.

Me muerdo el labio. Era verdad que me gustaba todo aquello.

Suspiro y tomo las gafas. Por un breve momento nuestras pieles se tocan. Un gesto tan pequeño como un sentimiento tan grande.

—Gracias —me las pongo y vuelvo a girarme hacia la ventana.

Apoyo el mentón en mis brazos y disfruto del viento y de lo que queda del camino. Veo a la gente pasear a sus perros, haciendo cardio o andando en bicicleta. Y todos siempre se quedan mirando el auto chillón. Cuando paramos en un semáforo, una chiquita que iba junto con su madre de la mano se queda boquiabierta. La saludo con la mano y ella me lo devuelve entusiasmada. Por el rabillo del ojo, noto que Archer me mira. Hago todo el esfuerzo de parecer normal, pero entonces...

—Dime... —comienzo a decir, sin poder decir la oración completa.

—¿Sí?

—Anoche, mientras estaba... Ya sabes...

Nosotros, siempre (SIEMPRE #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora