6. Johnny Lawrence

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Levanto mi pulgar indicándole que todo estaba bien. Leah, que estaba detrás del mostrador, hace una mueca ante mi entusiasmo y se coloca el delantal verde con su nombre.

Sonrío, sorbiendo mi café cuando me lo entregan. Sin descuentos, porque Leah aún no aparecía cuando lo compré. Lástima.

—Me encantan, ¿a ti no?

—Bueno... son bonitos.

Arrugo mi frente cuando oigo su voz. Me giro sobre mis talones y, a unos pocos metros, veo a Jean Philippe junto a una chica. Ambos estaban inclinados sobre su laptop. Leah también se fija, pues enarca una ceja y yo le respondo encogiéndome de hombros.

Me encamino hasta su mesa y, a medida que avanzo, me fijo más en la chica. Parecía una lapa de lo cerca que estaba de él. Se inclina más hacia la pantalla y sacude su cabello para pronunciar su escote. Carraspeo cuando llego junto a la mesita. Los dos alzan sus ojos a la vez.

—Hola —me dirijo a Jean Philippe—. No pensé que estarías aquí.

—Lisa, yo... —mira a la rubia. La otra, no yo—. Yo no...

Lo interrumpo.

—Lo sé.

Demonios, sí que lo sabía.

Jean Philippe apenas miraba a las otras chicas, por lo que ni tiempo tenía de ponerme celosa. O al revés, ya que estamos.

Miro a la extraña.

—¿Te importaría? Necesitamos estudiar.

Ella se levanta y no miro en su dirección cuando nos echa una mirada y se larga por donde sea que haya venido.

Tomo asiento en la silla junto a Jean Philippe y miro hacia su pantalla. Lo bonito que estaban mirando era un fondo de pantalla de dos pingüinos abrazándose. Me encojo de hombros y me reclino para saludarlo. Me da un beso en los labios y luego me dice que tiene que continuar escribiendo. Que era un trabajo para hoy.

—¿En qué trabajas?

—Sobre la literatura en el siglo XIX.

Asiento. Jean Phillippe se había trasladado hasta aquí para especializarse y adentrarse más en la literatura de nuestra cultura. Tenía excelentes notas y siempre estudiaba con entusiasmo y eficacia.

—Edgar Allan Poe, Emily Dickinson y... —me detengo. La verdad no sabía de literatura, sólo los más reconocidos. Caitlin es la hermana lectora. Yo siempre he preferido ver películas antes de leer.

—¿No te gustan los clásicos? —pregunta, con la vista fija en la pantalla mientras redacta en un Word.

—Mujercitas me gustó. Fue un libro que mi madre me hizo leer.

—Oh, sí. Ese es bueno. ¿Sabías que el libro es en parte una autobiografía? Louisa May Alcott era Jo. Además, nunca contrajo matrimonio y no tuvo hijos porque estaba firme en ser una mujer independiente.

—Vaya, eso es impresionante —asiento. Agarro mi vaso y tomo un sorbo.

La verdad es que solo Oliver encontraría impresionante esa revelación, porque, aparte de mi hermana, Oliver es el único que lee de nosotros tres. Paris y yo siempre hemos preferido las revistas de moda o de celebridades mientras que Oliver podía estar a nuestro lado con algún libro de ciencia ficción o fantasía épica.

Nosotros, siempre (SIEMPRE #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora