III

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—¿Estás cansando? Podríamos tomar un descanso o podrías dejar-me conducir.

Dabi lo miró de reojo.

—No confío mi vida en tus manos.

—¿Es algún tipo de comentario machista? Porque, para tu información, también soy hombre. Puedo mostrarte si quie-...

—Es porque eres un idiota.

—¿Perdona? —Keigo preguntó indignado, llevándose una mano al pecho. —Sé cómo conducir, muchas gracias.

Aunque observar a Dabi era tranquilizante.

Casi no pasaban autos por esa carretera y él sostenía el volante con una mano mientras apoyaba el otro brazo en la ventanilla baja. La radio seguía encendida, pero Keigo había cesado su tarareo para reemplazarlo con el tamborileo de sus dedos sobre el reposabrazos. Tenía la cabeza recostada contra el vidrio. Podía ver el cielo despejado, sin una sola nube haciéndole compañía al sol. Era normal en un día de verano.

Se había despertado de su siesta hacía un par de minutos atrás y según su reloj eran las siete de la tarde. Dabi había estado al volante por horas. Keigo temía que fuera a caer dormido en cualquier momento, simplemente por ser terco y no querer escucharlo.

—Necesitamos comprar algo para cenar —continuó cuando no obtuvo respuesta. —Y tengo que ir al baño, viejo.

Dabi soltó un suspiro que rozaba la resignación.

—¿Puedes usar el GPS? —recibió una afirmación. —Busca la tienda más cercana, a menos que quieras comer lombrices.

Keigo rodó los ojos, pero no tardó en seguir la orden. Encendió el celular, apagado para ahorrar energía, y deslizó el dedo por la pantalla hasta encontrar la aplicación. Le hizo zoom al mapa.

—Está a veinte minutos en coche siguiendo esta misma ruta.

—¿Crees poder aguantar veinte minutos o te mearás encima?

—Si no quieres que pase, deja de ser marica y acelera.

Dabi hizo un sonido muy parecido a una risa pero pisó el pedal.

Veinte minutos después, se estaban deteniendo en el estacionamiento vacío de una pequeña tienda.

Dabi apagó el coche y se guardó las llaves en el bolsillo de su pantalón. Keigo debía reconocer que era mucho más responsable de lo que aparentaba, a la hora de conducir; había esperado que pasara el límite de velocidad o que no utilizara el cinturón de seguridad, pero la verdad era que lo había hecho mucho mejor de lo que él mismo lo haría.

Keigo se bajó del coche y lo rodeó para llegar a su compañero de viaje.

Las puertas de la tienda se abrieron por sí solas cuando se acercaron y el clima pesado de afuera fue reemplazado por el aire acondicionado. Dabi se perdió entre los pasillos casi al instante, dejándole a Keigo la tarea de saludar al hombre detrás del mostrador. Luego se dirigió a los baños, dejándole a Dabi la tarea de comprar la comida.

Al parecer, era el baño. En singular. No era más que un pequeño cubículo de cuatro paredes, ligeramente menos sucio de lo que había imaginado en un principio. Miró el inodoro y soltó un suspiro. Agradeció a cualquier divinidad que pudiera escucharlo en ese momento no haber nacido mujer y no tener que sentarse para orinar. Se acomodó el pantalón y luego se movió para lavarse las manos. El espejo sobre el lavabo le ofreció una imagen deplorable de sí mismo.

Su cabello se había alborotado visiblemente desde el día anterior pero, de algún modo —y culpaba a la cantidad preocupante de fijador que las estilistas habían utilizado en él—, conservaba su forma original. Se notaba seco, aún así, y las ondas rubias, que no llegaban a ser rizos, habían comenzado a aparecer otra vez. El cuello de la camisa estaba arrugado. Intentó plancharlo con sus manos, pero fue inútil.

SEASONS OF LOVE ; DABIHAWKS 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora