XXVIII

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Las piernas de Dabi se movían en piloto automático. El peso de la guitarra en su espalda le enlentecía el paso y complicaba el balance de su cuerpo, pero no se detuvo. Nadie lo seguía, ningún hombre en traje o sombra humanoide. Se sentía inquieto en el sofá de Shigaraki, habiendo terminado de construír el último fuerte de naipes —cortesía de Atsuhiro— y sin nada más que hacer.

Era Navidad. Era Noche Buena, en realidad. Casi medianoche y Dabi corría debajo de la nieve empapándole el cabello, a través de una calle de Tokio sorprendentemente vacía. Se levantaría con un resfrío, de seguro, pero no podía importarle menos. Debía asegurarse de mantenerse limpio. Y si para eso necesitaba correr diez kilometros o hasta que sus pulmones colapsaran, lo haría.

Sus pies lo llevaron directo a un lago congelado. Logró detenerse antes de pisar e irse de culo, enterrando los talones en la nieve. Su silueta se reflejaba en el hielo y las nubes de vapor helado saliendo de su boca desaparecían en dirección al cielo. Dabi agradeció no poder ver las obvias ojeras debajo de sus ojos o las raíces rojas con un mes de crecimiento.

Se acostó de espaldas en el hielo, dejando la guitarra a un lado, colocándose un cigarrillo entre los labios. La contaminación lumínica no alcanzaba esa parte de la ciudad, las estrellas se veían con facilidad. Localizó a Orión, la única constelación que sabía cómo identificar por su cinturón. Buscó la luna, pero una enorme nube opacaba su brillo.

Tal vez seis meses atrás —demonios, dos meses atrás— se hubiera regocijado en su soledad o, al menos, la hubiera aceptado con un gusto agrio en la boca porque jamás aprendió a hacer paz con ella. Intentó, por un largo tiempo.

Le gustaba creer que lo lograría algún día. No ahora, ni mañana, pero algún día y eso era suficiente. Por el momento, no le molestaría tener a alguien a su lado —preferiblemente a Keigo— aunque la culpa de su soledad no recaía en otros hombros más que los suyos. Sólo pagaba las consecuencias.

El brillo del celular le golpeó el rostro al encenderlo. Ningún mensaje esperaba a ser respondido, sólo notificaciones de aplicaciones irrelevantes que eliminó con el desliz de un dedo. Los números en la parte superior de la pantalla quebrada cambiaron a "00:00". Dabi bloqueó el viejo aparato, presionándolo contra su frente.

—Feliz navidad para mí —su voz atravesó el silencio de la noche como un cuchillo, un débil murmullo arrastrado por el viento.

Se quedó allí un par de minutos más, disfrutando el ulular de los búhos. Era dulce, probablemente algo que recordaría diez años en el futuro.

Lentamente recogió sus pedazos, poniéndose de pie y sacudiéndose la nieve del pantalón. Acomodó la capucha encima de su cabeza, colgó la
guitarra en su espalda y marchó por donde llegó.

Nadie ni nada lo esperaba de regreso en el apartamento. Podría buscar su motocicleta y conducir hasta la casa de Jin, pero sabía que el ambiente allí no sería mucho mejor que dentro de su propia cabeza. Ir al bar de Kurogiri sonaba ligeramente mejor, pero qué tan lamentable era eso—pasar Navidad en su propio trabajo cuando no le tocaba trabajar.

Era la mejor opción que tenía, sin embargo.

No pasó las cinco cuadras. Su celular vibró en el bolsillo de la chaqueta.

—¿Hola? —se lo llevó a la oreja, extrañado.

¡Touya, feliz navidad! —exclamó la voz de su hermano por encima del ruido al otro lado de la línea. —Apuesto a que soy el primero en decírtelo.

Dabi frunció el ceño. No cabía duda de que esa voz era Natsuo, pero miró el nombre del contacto de todas formas. Para cerciorarse.

—¿Sucedió algo? —preguntó, deteniéndose en medio de la vereda.

SEASONS OF LOVE ; DABIHAWKS 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora