Capítulo 26: Corazón de carne y hueso

27 4 0
                                    

La noticia me cayó como un balde de agua helada. Lo más doloroso era que su motivo tenía lógica. Entendía perfectamente que querían protegerme y no querían poner mi vida en riesgo...; pero..., ¿cómo dar vuelta a la página y olvidarme de tal vez lo mejor que me había pasado en la vida?

Arquero tampoco se veía muy atraída por la idea; pues permaneció cabizbaja y en silencio durante el resto de la tarde. Sin embargo, tuve que dejar esa preocupación para después; ya que, en el camino a casa, a mamá... pues... no le gustó mi explicación de los hechos.

— ¿¡En qué estabas pensando, Margot!?

Bajé la cabeza desde el asiento trasero, mi lugar de confinamiento cuando mamá enfurece de verdad.

— Tenía que hacer algo...

— ¿¡Pero por qué eso!? Hay gente que debe arriesgar su vida por su trabajo, ¡pero tú no!

Me encogí de hombros.

— Llamé a urgencias y pedí ayuda, pero no siempre responden como uno esperaría — dije en un nervioso balbuceo.

Ella se volvió hacia mí ablandando un poco su expresión.

— Entiendo que te preocuparas por ella, pero... usa la cabeza Mar...; ¡pudiste matarte! ¿¡Qué esperabas que hiciera yo sin mi niña!?

Me mordí la lengua sabiendo que no me convenía contestar. El instinto protector de una madre es algo que ningún argumento puede realmente contradecir.

Reconozco que hubiera sido un acto demente si no se tratara del asunto de los Interventores, pero definitivamente no tenía la osadía de contarle a mamá sobre ellos. Si lo hacía, podía garantizarme unos meses en el manicomio.

— Siento haberte preocupado... — musité.

Y el asunto nunca fue vuelto a mencionar.

Al llegar a mi cama, sentí como si el peso de todo lo sucedido cayera sobre mis hombros. No podía digerir la noticia por más que quisiera, y mi exhausta cabeza volvía constantemente a la misma pregunta...: ¿Qué haría cuando los Interventores ya no estuvieran ahí para mí?

— Aunque me duela decirlo, sé que te las podrás arreglar sola, Aiko — dijo Arquero sentándose el la orilla del colchón.

— Pero, ¿cómo...?

— Ya sobreviviste casi dos décadas por tu cuenta, ¿cierto? No necesitas poderes sobrenaturales para seguir por el camino de la vida.

Ella me sonrió con su característica dulzura. Nos encontrábamos exactamente en el lugar donde nos conocimos, y la nostalgia me golpeó la garganta una vez más.

— Aprenderé a sobrevivir sin esa sonrisa, supongo — suspiré.

Arquero me tomó del hombro.

— Vamos, estarás bien... Estaremos bien... — rió.

Me encogí de hombros.

— Además, por lo que sé, hay otras buenas razones por las que sonríes; ¿no es así? —dijo codeándome.

Hasta ese momento lo recordé; ¡la Feria de San Valentín!

— Ya ni me acordaba, ¡la feria es mañana! — dije prácticamente brincando de la cama.

— Lo último que esperaría que olvidaras — se burló Arquero.

— Supongo que se me pasó...

Arquero se dispuso a acomodarse para dormir.

— ... ¿Podrías quedarte para el evento de mañana?..., ¿por favor?

Ella se volvió hacia mí rápidamente. Su expresión me lo dijo todo: había planeado desaparecer en cuanto yo cayera dormida.

FlechasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora