Epílogo: Gato y trébol

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Mayo, un mes de calor y de expectativa para cualquier estudiante. ¡Sólo un mes más y finalmente llegarían las vacaciones!

— ¿Mañana entonces? — preguntó.

— Por supuesto.

— ... ¿No vas a llegar tarde? — dijo incrédulo.

— ... Nope...

Recibí una burlona risa en respuesta.

— Claro..., como si esa pausa no fuera sospechosa.

— ¡Te lo prometo!, ¿no me crees?

Nate me miró con los ojos entrecerrados.

— No — rió.

Sonreí a regañadientes y volteé los ojos. Era de esperarse, siempre llego al menos con cinco minutos de retraso a toda cita que hemos tenido. Como dije, mi impuntualidad es algo casi incorregible..., casi.

— Vaya fama tengo... — dije encogiéndome de hombros.

Él sólo sonrió. Ese gesto travieso pero a la vez tan dulce siempre hacía a mi corazón dar un vuelco.

— Bien...; intentaré llegar temprano... — reí.

Continuamos caminando por el pasillo hasta dejar atrás a la multitud. Nos dirigíamos hacia la salida lateral de la escuela, un lugar solitario y demasiado pacífico debido a que pocos conocen su existencia.

— ¿Y cómo te fue en la prueba de Historia? — pregunté.

— Perfectamente.

— Claro...

— ¿Ahora tú eres la incrédula? — dijo revolviéndome el cabello.

Me encongí de hombros.

— Bueno, saqué un brillante 75 — respondió orgulloso de su "proeza".

— ... me parece que tenemos conceptos diferentes de la palabra perfección — reí.

— Y eso que yo no estudié ni siquiera un poco.

Lo miré con una mueca.

— Tienes demasiada suerte... ¡Yo estudié toda la tarde de ayer y obtuve un 80!

Su risa de satisfacción fue bastante predecible.

— Es una cuestión de suerte, mi querida Margot — se burló.

Es verdad, aunque odie admitirlo. Nate tiene la fortuna de que golpes de suerte le salven el pellejo en casi todos los exámenes; mientras que yo, la matada, siempre termine con algo... pues... poco sobresaliente para mi gusto. Hoy en día, ya no me considero una persona con buena o mala suerte; pero si de eso se tratase, Nate sería un trébol de cuarto hojas y yo... un bonito y esponjoso gato negro.

— Lo es, pero algún día se te acabará la fortuna — dije devolviéndole la broma.

— No lo creo — respondió confiado.

— Hasta el más afortunado pierde alguna apuesta, te lo aseguro — dije.

— Si te refieres al examen de Matemáticas, créeme, lo tengo todo controlado.

Tras su vanidoso comentario se volvió a mirarme.

— Además, ¿sabes por qué sé que no perderé mi suerte?

— ¿Por qué?

Colocó suavemente su mano sobre mi hombro y se acercó hasta poner su frente contra la mía.

— Porque si tú estás a mi lado, sé que soy el chico más afortunado del mundo — susurró.

Y tan pronto terminó la frase plantó un pequeño beso en mi mejilla. Tal vez ya debería haberme acostumbrado un poco a gestos como ese, pero no importa cuanto tiempo pase, siempre termino ruborizándome.

No pude responder más que con una risilla.

T-Touché...

Devolviéndole el gesto, tomé su mano y la apreté contra la mía mientras continuábamos avanzando. Me vi obligada a soltarlo al llegar a la salida.

— Bueno, hasta mañana, suertuda — rió mientras nos despedíamos.

— Hasta mañana, trébol de cuarto hojas.

Chocamos la palma y el puño antes de que cada quien tomara su rumbo por la acera. Por muy inusual que esto sea en una pareja, para nosotros es casi una tradición.

— ¿Qué hay, Julieta? — canturreó Lizzy mientras me codeaba.

Curiosamente, ella es de las pocas que toman la misma ruta que yo al salir de clase.

— Holi, ¿cómo estás Liz?

— Bien... ¡hambrienta! ¿Te gustaría ir al Hirumeshi 07 por algo de comer?

— ¡Por supuesto!

— Además..., de paso podrías contarme algunos detalles sobre tu relación con Nate... — rió pícara.

— Claro..., claro... — reí mientras aceleraba el paso, escapando disimuladamente.

— ¡Hey, no puedes huir así otra vez!

— Claro...

— Al menos dime si ya llegaron a segunda base...

— Claro... — dije echándome a correr.

— ¡Oye!

— ¡La última en llegar paga el ramen! — reí mientras me alejaba por el camino.

— ¡Margot! — se quejó mientras me seguía el paso a regañadientes.

~~~~

Tres meses habían pasado desde que tuve que despedirme de mi aprendiz; y vaya que tenía razón cuando dije que estaría bien. Sí le tomó un tiempo a Nathan completar aquella frase que intentó decirle a Margot ese día de San Valentín, ¡pero vaya que la valentía había valido la pena!

Hundida en mis propios pensamientos, me senté en la banca afuera del instituto. Aunque Aiko ya no tuviera ninguna conexión conmigo, me gustaba volver de vez en cuando a su escuela para ver cómo le iba.

— A veces no sé si debería odiarte — se quejó Desamor apareciendo a mi lado.

— ¿Que no me odiabas ya? — reí.

— Seh...; pero, gracias a ti, ella no me ha dado una sola pizca de energía en años.

Sonreí orgullosa.

— De nada — dije desvergonzada.

— Hiciste un buen trabajo, Arquero. Será una mortal bastante feliz ahora — dijo Latido.

Tras aparecer de las sombras, ella se sentó a nuestro lado.

— Además, una parte de ella siempre se quedará con nosotros.

Con gran vanidad, Latido sostuvo una bella rosa madura entre sus manos. Era la Rosa que había florecido de mi aprendiz.

— Presumida — reprochó Desamor.

Y, sumidas en la charla, nos alejamos caminando por la acera; hacia el horizonte.

— FIN —

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