Capítulo 4.

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—Baja esos humos, ya te he dicho que no tengo tu jodida linterna —Te pones a la defensiva en cuanto lo ves tan agresivo, pero solo consigues hacerlo rabiar aún más y que se lance contra ti. Te empuja con tanta fuerza que caes hacia atrás y se coloca a horcajadas sobre ti, golpeándote en la mandíbula y el mentón una y otra vez, sin descanso. Intentas defenderte, pero no puedes moverte ni un ápice. Te tiene aprisionado con sus rodillas, ejerciendo tanta fuerza sobre tus brazos que crees que acabará rompiéndote algún hueso. Caes en la cuenta, entonces, que tal vez ese rumor que escuchaste una vez puede que no sea solo eso. Las malas lenguas decían que Stephan era una persona violenta, que pegaba por igual a hombres y a mujeres, pero que era lo suficientemente listo como para hacerlo cuando nadie miraba. Y ahora te había tocado a ti.

—Estoy deseando escuchar cómo tropezaste y te caíste contra el suelo —Era claramente una amenaza. Si les contabas a tus amigos lo que había sucedido habría represalias por su parte.

—Vete a la mierda —espetas en cuanto te deja en libertad y te apresuras a ponerte en pie, aunque con cada movimiento sientes que te vas a romper por dentro. Tienes la cara hinchada, los brazos doloridos y el estómago contusionado, pero por orgullo propio finges que no sientes nada y te largas rumbo a tu cabaña haciendo la mejor actuación de tu vida. Echas un vistazo atrás y cuando te aseguras de que estás a solas adoptas una postura más cómoda para tus heridas y sueltas leves quejidos con cada paso que das.

Notas cómo algo se agita detrás de ti. Te das media vuelta y ves cómo las palmeras, que se alzan a varios metros de altura se zarandean en mitad de la noche sin causa aparente. Intentas acelerar el paso, pero las múltiples contusiones que tienes en el abdomen impiden que puedas avanzar más rápido, y entonces te detienes. Una ráfaga de aire frío llega hasta ti y consigue erizarte la piel de todo tu cuerpo. Te giras poco a poco, presa del pánico, en la misma dirección hacia la que segundos antes algo se había estado moviendo entre los árboles, pero no ves nada. Todo ha vuelto a la normalidad y en tan corto periodo de tiempo que te planteas si ha sido fruto de tu imaginación. Lo piensas detenidamente y terminas aceptándolo como respuesta, aunque no estás totalmente convencido.

—Debería descansar, ya empiezo a ver cosas donde no las hay —Te dices a ti mismo antes de pasarte las manos por la cara para intentar despejarte y vuelves a darte la vuelta.

Te ves cara a cara con una enorme bestia cuyas fauces se encuentran a la altura de tu cabeza. El aliento repugnante que se desprende de su boca te revuelve el estómago y hace que la cabeza te dé vueltas. Las piernas se te entumecen, y aunque quieres echar a correr no responden. El gruñido que emite provoca que tus cabellos se agiten en el aire y la saliva que es expulsada de su garganta impacta contra tu cara. Aquel perdigón que te golpea entre los ojos consigue sacarte del trance y es entonces cuando abres la boca para gritar. Pero no llegas a hacerlo. La bestia se abalanza sobre ti y te engulle de un bocado.

Lo siento, ¡has muerto!

Nunca llegaron a encontrar tus restos, por lo que tus padres siguen buscándote sin descanso. Durante años colgaron carteles con tu fotografía por todo el país, sin saber que llevabas muerto mucho tiempo.

Parece que has llegado a un lugar sin salida... Será mejor que vuelvas al capítulo 5 y cambies de opinión.


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Un cumpleaños de muerte [INTERACTIVA] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora