Capítulo 43.

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—Vale... Sé que esto va a sonar un poco fuerte, pero es la única forma de que sobrevivamos... —Llamas la atención de tus amigos, que aún lloran por la muerte de Jasper, y te observan con interés —. Creo que deberíamos comérnoslo —En tu cabeza aquella idea había sonado mejor.

Desatas dos reacciones en el grupo. Por un lado, Stephan y Evan asienten en silencio después de haberlo meditado. Por otro lado, Isabella, Scott y Stacy te acusan de loco por sugerir una idea así. Es una difícil decisión, pero ante eso o morir de hambre acaba saliendo vencedora la idea de comerlo.

Intentas ayudar en el proceso de la preparación, pero eres demasiado débil de mente como para soportar algo así. Echas a correr intentando mantener a raya las ganas de vomitar que tienes y dejas que sean otros los que se encarguen del proceso.

Al caer la noche está todo listo y el olor a carne a la brasa atrae a todo el grupo alrededor de una hoguera que han hecho con ayuda de madera, piedras y hojas. Evitas echar un vistazo a la cocina improvisada y esperas a que empiece el reparto. Nadie habla, no hay ánimos para hacerlo. Todos se ciñen a lo pactado; recibir su pedazo de carne y comerlo intentando saborearlo lo menos posible. Así lo haces, o al menos lo intentas. El trozo que te llevas a la boca se asemeja al chicle, pero es más duro. El músculo aún no ha madurado lo suficiente como para convertirse en carne y tus sentidos lo saben. Le das otro bocado, esta vez más pequeño, y lo tragas de una vez sin masticar. Sabes que te sentará mal y te dará dolor de estómago, pero lo prefieres a tener a Jasper dando vueltas en tu boca.

Escuchas un gimoteo silenciado por la comida y te giras para ver a Isabella llorar, mirando al trozo de carne que tiene entre las manos. Se te parte el alma verla así, pero incluso ella debe de saber que esa era la única forma de seguir con vida.

 Se te parte el alma verla así, pero incluso ella debe de saber que esa era la única forma de seguir con vida

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Han pasado seis días desde la muerte de Jasper y ya no queda más comida. El avión de regreso tenía que haber llegado hace cinco días, pero por mucho que esperaron nadie llegó para salvarles. Se presentan dos ideas en tu cabeza. La más optimista sugiere que en dos días, una semana después de la fecha, aparezca un avión y los lleve de regreso a casa. La más pesimista grita en tu interior que morirás en esa isla porque nadie va a ir a salvarles.

La falta de comida, más la dura experiencia de haber tenido que comerte a tu amigo, han hecho mella en tu salud mental e intuyes no ser el único que lo ha sufrido. Algunos han empezado a hablar solos, otros llevan actuando extrañamente desde hace días. Tú mismo, incluso, te debates en una duda existencial entre si sigues cuerdo o estás completamente loco. Ves, oyes, e incluso hueles cosas que no están en la isla. A veces te cuesta diferenciarlo de la realidad, y muchas otras no estás seguro de haberlo conseguido.

Como si de una mano invisible se tratase, la ansiedad te aprieta el cuello e impide el paso del aire hacia tus pulmones. No puedes respirar. No puedes pensar con claridad. Caminas dando tumbos intentando buscar una salida y al final decides...

a) Tirarte al acantilado y acabar de una vez con tu sufrimiento. No vas a salir con vida de esa isla, es un hecho, y aceptar una muerte agonizante sería estúpido (ve al capítulo 46).

b) Matar a otro de tus amigos y comértelo (ve al capítulo 47).

b) Matar a otro de tus amigos y comértelo (ve al capítulo 47)

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Un cumpleaños de muerte [INTERACTIVA] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora