Capítulo 52.

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Decides llevarte el medallón. Si está encima de un pedestal y a la vista de todos es porque alguien lo ha colocado ahí para que te lo lleves. No te planteas que pueda ser una trampa, escuchas los susurros que emite el medallón, pronunciando tu nombre, y con un brillo de codicia en los ojos te haces con él.

Algo en ti espera que salten las alarmas, que la cueva tiemble o que te desintegres al robar el escarpelo, como en las películas, pero no pasa exactamente nada.

Lo observas, ensimismado en la belleza de la piedra preciosa de color verde, y te lo llevas al oído para escuchar con mayor claridad aquello que susurra.

Omannopoea Vaedorelis —recita en una lengua que no conoces.

¿Omannopoea Vaedorelis? —repites, con un tono de confusión.

Al pronunciar aquellas palabras una nube de humo verde se cuela en la cueva desde el exterior. Todos se tapan la cara con los brazos para no respirarlo, temiendo que sea tóxico, pero el vórtice verdoso empieza a tomar forma y se materializa en una mujer.

—¡Me has liberado! —exclama la mujer con júbilo al tiempo que levanta los brazos.

—¿Quién eres tú? —pregunta Isabella con hostilidad.

— Oh, ¿dónde habré dejado mis modales? Mi nombre es Agapea, la poderosa hechicera de las Tierras Altas. —Hace una sutil reverencia y continúa —Encerrada en ese amuleto por un brujo blanco hace más de trescientos años. Gracias a ti —Te señala —podré completar mi tan ansiado plan de conquistar el mundo y aniquilar a los simples mortales.

Tus amigos y tú se miran los unos a los otros con el rostro descompuesto. Si la mujer no era una demente y todo aquello era cierto, por error acababan de darle a la humanidad un pasaje directo a la muerte.

—No te lo permitiremos —replica Isabella.

—Oh, vamos, no me hagas reír. Soy una poderosa bruja y ustedes no son más que unos adolescentes desarmados. Lo único que conseguirás es matarme de la risa. Pero no seas tan cascarrabias, no voy a matar a mis salvadores, no soy tan mala —Te guiña un ojo —les perdonaré la vida a todos ustedes, a sus familias y a sus amigos más cercanos.

—¿De verdad vas a matar a miles de millones de personas inocentes? —pregunta Stephan con las cejas elevadas.

—No son personas inocentes. No trates de entenderlo, chico, esta es una guerra cuyo origen se remonta a hace ya miles de años. Humanos y brujos han estado en bandos opuestos desde siempre.

—Nunca hemos escuchado hablar sobre los magos —interviene Evan.

—Y precisamente porque los mortales nos han masacrado y han hecho creer a la humanidad que no existimos.

La bruja extiende la mano y con un silbido hace que el medallón que tienes en la palma de la tuya vuele hasta la suya. Se lo coloca en el pecho y sin necesidad de amarrárselo en el cuello se mantiene sujeto por sí solo.

—Gracias por liberarme, pero después de hoy ya no estaré en deuda con ustedes. Elijan bien el bando en el que quieren estar porque si nos volvemos a ver no seré tan benévola. Hasta nunca, por su propio bien.

Con un chasquido de dedos la mujer creó otro torbellino verde que les envolvió de los pies a la cabeza y todo se volvió confuso. De pronto un silencio abrumador te envolvió, y para cuando pudiste ver algo, el escenario ya había cambiado.

Estabas de nuevo en tu dormitorio, pero no estaba tal y como lo recordabas. Faltaban fotografías, trofeos, adornos. El color de las paredes también había cambiado. Los pósteres de tus cantantes favoritos ya no adornaban tu habitación, en su lugar, una imagen enorme de la bruja te sonreía desde el otro lado de la estancia.

Alarmado, vas al cajón donde guardas tus cosas y buscas el anuario del instituto. El corazón te da un vuelco cuando te encuentras con un libreto de un par de páginas y no con el libro grueso que debía ser. Con cautela abres la primera página y ahí está, de nuevo, la bruja encabezando la hoja. En esta nueva vida parece ser una líder y todos le rinden pleitesía. Te deslizas por los párrafos de su discurso hasta que llegas a las fotografías y el estómago se te retuerce. Treinta. Tan solo treinta personas forman parte de este nuevo anuario, y las casi doscientas restantes deben de estar muertas. O no haber existido jamás.

Lanzas el libreto, como si te quemase en las manos, y te pones a dar vueltas como loco, preguntándote qué más ha podido cambiar. Acabas derrumbándote, caes de rodillas y rompes a llorar. Eres el culpable de la muerte de miles de millones de inocentes, y todo por la codicia.

¿Podrás vivir con ello?

¡Enhorabuena! Has conseguido salir con vida de la isla, aunque Scott y Stacy han perecido por el camino.

Lamento decirte que este no es el mejor de los finales, ¡has acabado con prácticamente toda la humanidad!

Inténtalo de nuevo y descubre si la próxima vez serás capaz de hacerlo mejor ;)

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Un cumpleaños de muerte [INTERACTIVA] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora