CAPITULO 1

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LUCAS MÉNDEZ 


Estaba llegando tarde y el maldito tráfico no ayudaba. Odiaba ser impuntual, y más aún cuando se trataba de asuntos de trabajo. Era bastante maniático con la disciplina y la buena conducta, y que tu jefe te cite en su oficina para "comunicarte algo especial", no ayudaba a controlar mis nervios.

El semáforo dio luz verde y avancé tras una larga fila de vehículos, hasta llegar al imponente edificio de "FT Security" en donde trabajaba. Tuve suerte de encontrar lugar para aparcar a pocos metros, por lo que bajé del coche y corrí hasta la entrada. Saludé rápidamente al guardia de seguridad de turno y me dispuse a cruzar las enormes puertas vidriadas, cuando algo impactó contra mi.

Bueno, alguien, pues hablaba, y muy groseramente.

—¡Fíjate por dónde caminas, imbécil!

—Lo sien... to. —Ni siquiera alcanzó a oírme, pues ya estaba casi en la vereda cuando voltee a disculparme. No alcancé a ver más que su larga cabellera castaña, antes de perderla de vista al doblar la esquina a toda velocidad—. Parece que alguien no tiene un buen día —le dije al chico de seguridad, quien había sido testigo de la escena.

Una vez dentro del edificio, subí por el ascensor y me dirigí directo a la oficina de mi jefe. Saludé a Eva, su secretaria, quien me indicó que Franco ya me estaba esperando. Por supuesto, tenía diez minutos de retraso.

Llamé a la puerta y tras su respuesta entré.

 —Permiso. —Franco apartó la mirada de su computadora y me sonrió amablemente. Ese simple gesto consiguió tranquilizarme un poco. Aunque él siempre estaba sonriendo, así que no estaba muy seguro de poder fiarme de eso—. Lo siento por la demora, pero el tráfico estaba terrible.

—Sólo fueron diez minutos, Lucas —dijo riendo—. Por favor, siéntate.

Hice lo que me pidió, tomando asiento frente al enorme escritorio de roble en el que se encontraba. Su aspecto era impecable, como siempre. Con sus trajes caros, sus zapatos lustrados y el cabello grisáceo que conservaba tupidamente, a pesar de sus sesenta años.
Siempre pensé que no tenía nada que envidiarle al maldito George Clooney.

—¿Quieres un café?

—No, gracias, ya consumí suficiente cafeína en lo que va de la mañana —lo rechacé, amablemente.

—Nunca es suficiente cafeína —bromeó—. ¿Cómo están tus cosas? ¿Todo en orden? Sé que hace un tiempo que no hablamos, es que estoy teniendo unos días complicados.

—Si, todo está muy bien. Gracias por preguntar.

Su preocupación era genuina. Al menos una vez por semana se tomaba un momento para preguntarme cómo me encontraba, si necesitaba algo, o simplemente recordarme que podía contar con él.

—Sabes que cualquier cosa que necesites, sólo tienes que...

—Si, lo sé, no se preocupe. No es como si tuviese demasiadas opciones para acudir en caso de emergencias, ¿cierto? —le dije, en tono de broma. Aunque estaba siendo literal. Mi "familia", básicamente constaba de mi novia y aquel buen hombre. Y no, ninguno de los dos eran propiamente mi familia, por lo que si, bastante triste lo mío.

Franco me dedicó una mirada de compasión, que ni con el tiempo había podido dejar de usar cada vez que mencionaba mi situación personal. Y estoy hablando de siete largos años conociéndonos.

—Para que quites esa cara de preocupación por esta repentina citación, te he llamado porque necesito un favor. Y, antes que digas nada, no se trata de cualquier favor.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora