CAPITULO 17

17.2K 826 79
                                    


LUCAS


¿Alguna vez han sentido ganas de matar?

Pero no la típica frase que uno dice cuando está enojado porque tu hermano, por ejemplo, te comió ese chocolate que tenías guardado para un momento especial, y lo corres por toda la casa al grito de "¡Te mataré, malditooo!".

No. Me refiero a matar en serio, lenta y dolorosamente. Ese deseo salvaje y primitivo que surge desde bien adentro, de las entrañas mismas, y que no podemos contener.

Ojalá nunca lo sientan. O, si así ocurriera, espero que tengan cerca suyo una Mia Tenoglio que sea capaz de detenerlos, como lo hizo conmigo.

Desde un principio tuve un mal presentimiento con respecto a aquel lugar. Y no me había equivocado. Ojalá me hubieran hecho caso cuando les sugerí ir a otro sitio; de ese modo, jamás hubiera entrado allí y no habría visto lo que vi.

Aunque, ¿hubiese preferido no verlo? Dicen que "ojos que no ven, corazón que no siente".

Si, y también que "no hay peor ciego que el que no quiere ver".

Ignorar la realidad, no conseguía que la misma dejara de existir. Definitivamente, el destino quiso que yo estuviese en ese asqueroso bar esta noche. 

No le quité el ojo de encima a Mia, poniendo mayor atención que otras ocasiones, pues no me fiaba demasiado de la gente que nos rodeaba. Especialmente de todos esos tipos que intentaron sacarla a bailar insistentemente, aunque sin éxito. Ella se mostró reacia a bailar con ninguno de ellos, ya sea porque no cubrían sus expectativas, o porque no estaba de ánimo. Por lo que fuera, agradecí que me facilitara un poco la tarea, pues prefería no tener que golpear a nadie, en lo posible. Y se me hacía que ninguno de esos tipos se hubiese conformado con un simple baile. Sin embargo, luego apareció el que parecía ser el novio de Julieta y me relajé un poco. Que hubiera un hombre con ellas, era un buen repelente para el resto. 

Decidí que era un buen momento para tomar algo, por lo que me dirigí a la barra en busca de una botella de agua. Pero nunca llegué a destino. Mis pies se clavaron al pegajoso suelo ni bien la vi. Y si, por supuesto que tuve ese momento de duda en donde creí que el cansancio, o la poca luz del lugar me estaban jugando una mala pasada. Pero lamentablemente no fue así. Hacía cinco años que conocía a esa mujer —o creía conocerla, ya no lo tenía tan claro—. Podía identificarla fácilmente por sus gestos, su manera de pararse, su largo cabello negro, su ropa... aunque, particularmente, ese trozo de tela negro que llevaba puesto, jamás se lo había visto.

Érica giró levemente su cuerpo y ya no me quedaron dudas. Frente a mis narices, se encontraba mi novia, riendo y bebiendo con un tipo que, claramente, no era yo. Mis pies recobraron movilidad cuando las asquerosas manos de ese hijo de perra fueron a parar directo a su culo. Le di la espalda a esa escena, asqueado, y me oculté tras una pared. Mi corazón latía acelerado, mis puños estaban apretados a ambos lados de mi cuerpo, y podía sentir la ira emergiendo rápidamente en mi interior.

Me asomé un poco y los vi besándose. No, perdón, devorándose.
Sentí que me faltaba el aire y comencé a buscar a Mia con la mirada. Afortunadamente, el sitio no era tan grande, por lo que no tardé en ubicarla. No parecía muy divertida siendo la violinista de Julieta y su novio, pero tampoco creía que le simpatizara que yo arruinara su noche. Le dije que necesitaba salir un momento, evitando darle mayores explicaciones, pero cuando su mirada se fijó en algún punto detrás de mí, supe que lo había visto todo.

No esperé un segundo más y salí a toda prisa de allí. Mi primer instinto fue subirme al auto y huir. Pero luego recordé que no podía dejar a Mia sola, así que simplemente me dejé caer por ahí e intenté recuperar el oxígeno perdido. No pretendía ser dramático, ni comportarme como un adolescente al que le rompen el corazón por primera vez, pero no pude reaccionar de otro modo.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora