* CAPITULO EXTRA II *

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29 de Enero. Una nueva fecha para redondear en el calendario imaginario dentro de mi cabeza.

Se sumaba a la fecha en que murió mi mamá, cuando murió mi papá, cuando murió Franco... si, ni lo digan, todas fechas trágicas. Pero ¡hey! No ésta. A esta fecha, la podría remarcar con un fibrón fluorescente y hasta agregarle decoraciones a su alrededor.

Porque era el día en que Mia me daría el si frente al altar. O eso esperaba. Desde que desperté esta mañana, mis nervios no me dejaban en paz.

Tuvimos suerte de que nos tocara un día soleado, cálido, perfecto. Desayunamos juntos, y luego se marchó a la casa de su mamá, en donde se prepararía para la ceremonia. La tranquilidad que percibí en ella me causaba envidia. Era como si se tratara de un día más, como si esto fuera un trámite, y no el paso más importante en nuestras vidas. A mí me sudaban las manos, y la maldita corbata me estaba asfixiando.

La aflojé un poco, parado frente al espejo.

­—Pero mírate nomás... eres un puto muñeco de torta —dijo Brian, ingresando a la habitación—. Te juro que he buscado el traje más caro, pero no hay caso, no hay manera de hacerte sombra, malnacido.

No pude evitar reír, pero realmente mi aspecto era lo último que me importaba ahora mismo.

—¿Hace calor aquí o es que me he excitado contigo?

—Lo hace. Creí que era cosa mía.

Hacía dos horas que me encontraba encerrado en aquel diminuto cuartito ubicado en la planta alta de la iglesia. Apenas contaba con una ventana pequeña, que no contribuía a la ventilación del lugar. Eso, sumado a mis nervios, me estaba costando respirar con normalidad.

—¿La has visto? —le pregunté, mirando por la ventana. Allí abajo, algunas personas comenzaban a ingresar a la capilla.

—¿Te refieres a tu novia? Creo que la vi huyendo calle abajo hace unos minutos, sí.

Mi mirada se disparó hacia él y le levanté mi dedo medio. Eso lo hizo reír como desquiciado.

—Tranquilo, fiera ¿Crees que te dejará plantado en el altar? Si lo hace, yo me caso contigo.

—Estás extremadamente gay hoy. —Me alejé de la ventana y me dejé caer en una silla—. No tengo miedo de que me deje plantado... pero estoy nervioso como nunca en mi vida.

—Cagado en los calzones, diría. Te entiendo, todo el mundo habla tantas cosas negativas del matrimonio, que es lógico que te lo pienses dos veces. Pero es la mujer de tu vida, Lucas —dijo, con repentina seriedad—. Han pasado por tanto hasta llegar aquí. Ella te ama, tú la amas, ambos son orgásmicos a la vista... ¡Mierda, son la puta pareja perfecta! Hazme el favor de acomodarte esa corbata y bajar de una buena vez a reclamar ante el Señor lo que es tuyo, Méndez.

Si, estaba cagado en los calzones, como dijo mi amigo. Pero él tenía razón en todo. Mia era la mujer de mi vida, la amaba más allá de lo imaginable y no tenía dudas de que ella también me amaba. Mis nervios no tenían que ver con el miedo a las cosas negativas del matrimonio, o con ninguna duda; sino con poder ser lo suficientemente bueno para ella. Con poder cumplir con todos esos mandamientos que el cura nos leería en breves minutos. Yo no era muy creyente, eso no había cambiado, pero acepté darle la ceremonia que se merecía, con todas esas promesas a Dios incluidas.

Me levanté de la silla y caminé hacia Brian para estrecharlo en un abrazo. Él sabía cuánto apreciaba su amistad y cuán importante era para mí tenerlo conmigo en este momento.

—Bueno, ya, o me vas a hacer llorar y te dije que este traje costó una fortuna como para mancharlo —bromeó, caminando hacia la puerta—. Afuera, vamos, se te acabó la soltería.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora