CAPITULO 41

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LUCAS


Prometerle a Mia que respetaría su decisión, fue la cosa más estúpida que hice en mi vida. Verla todo el tiempo, tenerla cerca y no poder besarla, era dolorosamente insoportable.

Seguía pensando que su idea de no estar juntos era injusta y sin sentido. Entendía sus razones, y también estaba de acuerdo con respecto a la locura desmedida de Érica, pero nada era suficientemente válido para justificar estar lejos de ella. Estaba claro que nos amábamos, que nos necesitábamos. Yo no era el único que sufría. El modo en que me miraba cuando creía que no la estaba viendo, me demostraba que ella también padecía su propia decisión.

Había pasado casi una semana y Franco no presentaba mejoras. Lo mantenían sedado, respirando con la ayuda de una máquina. Mia y Carol entraban a verlo todos los días. Yo no había querido hacerlo, aunque ambas me insistían con que a los dos nos haría bien. Seis días tuvieron que pasar para que finalmente tomara el valor para hacerlo. Porque sí, lo admito, el miedo era lo que me frenaba; el miedo a lo que fuera a encontrarme allí dentro, a volver a revivir la escena que me atormentó día y noche, por tantos años.

Carol me había dicho que su marido no parecía él. Que había perdido el color, y que esa fría cama parecía haberle chupado toda la vitalidad. Mia también me había advertido que parecía haber envejecido diez años de golpe. Pero nada me preparó lo suficiente para el impacto que sufrí al cruzar esa puerta. Por un momento, llegué a creer que me había equivocado de habitación. Lamentablemente, no se trataba de ningún error.

Me quedé paralizado junto a la puerta, incapaz de hacer otra cosa, más que observarlo a la distancia; allí, inerte sobre esa diminuta cama. Había prometido que no lloraría, ni afuera, para no mostrar debilidad delante de Mia, ni aquí adentro, para no transmitirle más angustia a Franco. Los médicos nos dijeron que, aunque no pudiera demostrarlo, él nos oía y sentía. Así que cuando tomé la decisión de verlo, me juré que no le transmitiría mi dolor. No imaginé cuán difícil sería.

Inspiré hondo y obligué a mis piernas a ponerse en movimiento. Sequé una lágrima que logró escapar y correr por mi mejilla y me senté en la silla, junto a la cama. Lo observé en silencio, con el sonido constante de los aparatos a los que estaba conectado. El pitido se volvió insoportable luego de un par de minutos. O salía de allí cuanto antes, o hacía algo para tapar ese horrible sonido.

Decidí que mi voz podía cumplir ese rol.

—Perdón por no entrar antes... pero no encontraba el valor para hacerle frente a esto. Es como un maldito deja vu. Nunca pensé que volvería a pasar por algo así. —Hice una pausa, para controlar el temblor de mi voz—. No puedo creer que sea usted el que está aquí, en esta cama. Un hombre tan lleno de vida, tan generoso, tan honesto... con tantos proyectos por delante. Con una familia hermosa. Ellas lo necesitan.

Sollocé al recordar a su mujer, quebrándose y preguntándose cómo seguiría adelante sin él.
Y a Mia, completamente devastada de sólo imaginar el resto de su vida sin su padre.

—Le prometo que las cuidaré. Sé que no es lo mismo, pero si algo llegara a ocurrirle... quiero que sepa que siempre estaré para ellas. No las dejaré solas.

Había pensado mucho sobre esta charla. Asegurarle que protegería a su familia, por supuesto me parecía lo más importante. Si él realmente podía oírnos, aquello, sin dudas, sería lo que más lo tranquilizaría. Pero también quería contarle sobre mi relación con Mia. Era algo que ambos habíamos acordado decirle, exactamente la noche anterior al infarto. Más allá de su decisión, de mantenernos alejados, mis sentimientos seguían intactos. Incluso más fuertes. Me gustaría poder hablarle de ello con él recuperado, consciente y mirándolo a los ojos. Realmente deseaba poder hacerlo. Pero si eso no sucedía, al menos necesitaba confesárselo mientras estuviera con vida. Jamás podría perdonarme el no haber sido sincero con él.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora