CAPITULO 25

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LUCAS


No pegué un ojo en toda la noche. Lo intenté, probé cada método que conocía y que alguna vez me había resultado; bebí una taza de leche tibia, paseé por la casa hasta cansarme, incluso me duché con agua caliente para relajarme. Pero nada funcionó. El amanecer me encontró sentado en el balcón, en donde finalmente me rendí. La imponente vista del alba, al menos fue un regalo para mi insomnio. 

Eran pasadas las nueve cuando decidí bajar en busca de café. Necesitaba una buena dosis para sobrellevar este día que, presentía, no sería fácil. Sabía que las cosas con Mia no habían quedado bien, lo supe ni bien salió anoche de mi habitación. Tuve que valerme de todas mis fuerzas para no ir tras ella, pues imaginé que no quería que lo hiciera. Así que me pareció que la decisión más inteligente era respetarla.

La cocina estaba desierta —por supuesto, no esperaba encontrarme con el desayuno listo esta mañana, al menos no de parte de Mia—. Sin embargo, la cafetera estaba encendida y llena por la mitad. Me serví una taza y me acerqué a la puerta que daba al patio trasero. Era otro día estupendo. Caminé unos pocos pasos fuera cuando la vi. Mia estaba sentada en una hamaca que pendía de la gruesa rama de un enorme árbol, con la vista hacia la playa. Pensé mucho si acercarme, o dar media vuelta y regresar al interior de la casa. Mi cabeza decía una cosa y mis instintos otra. Finalmente me acerqué, aunque ella pareció no percatarse de mi presencia, y si lo hizo, no se inmutó en lo más mínimo. Tenía una taza de café entre sus manos, a medio beber, y parecía estar perdida en sus pensamientos, por lo que preferí guardar silencio. De hecho, estaba por retirarme, cuando su voz me detuvo.

—¿Te irás sin decir buenos días?

Me sentí grosero y maleducado. Y un completo idiota.

—Tienes razón, buen día.

—Has madrugado.

—Igual que tú. —No mencioné que, en realidad, no había dormido en toda la noche—. Tendremos otro hermoso día, al parecer.

—Si, tuvimos suerte.

Y luego, silencio. Sólo se oía el sonido de las olas rompiendo y el cantar de los pájaros.
Me habría parecido hermoso y calmo, si no palpara la incomodidad entre nosotros. En otras circunstancias, disfrutaría un momento así, pero no cuando ella ni siquiera me miraba.

—Iré a despertar a Julieta. Querrá aprovechar este último día —dijo, poniéndose de pie.

Estaba claro que no deseaba estar a solas conmigo, pero no quería pasarme todo el día en un ambiente hostil e incómodo. Últimamente nos habíamos vuelto más cercanos, y no deseaba regresar al comienzo.

—¿Huirás de mi todo el día? —dije, sin preámbulos. Ella se detuvo al escucharme; ya se había alejado unos cuantos pasos—. Nos quedan unas cuantas horas por delante antes de regresar.

Percibí un momento de duda, antes de que volteara hacia mí. —No estoy huyendo, ¿por qué haría eso?

—No lo sé, pero es evidente que quieres evitarme.

Agachó la mirada un momento, como si algo la avergonzara.

—Esto es exactamente lo que no quería que sucediera. Tú y yo, tratándonos con incomodidad.

—Creí que anoche habíamos dejado en claro que...

—Si, anoche quedó muy claro que para ti ese beso no significó nada. No tienes que repetirlo. —Percibí cierto enfado en su tono de voz, y su mirada se tornó algo gélida.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora