CAPITULO 42

17.1K 768 38
                                    

MIA


El cuadro colgado en la pared frente a mí era horrible. Toda la habitación lo era, en realidad; oscura, antigua, aburrida. Pero ese cuadro en particular, se llevaba el primer lugar para ser quemado. Aunque, tal vez, mi estado anímico tuviese mucho que ver con ese anhelo casi permanente de querer ver arder cada cosa que se me cruzara. El despacho del abogado de mi papá sólo era otra cosa más en mi lista.

Hacía más de veinte minutos que me encontraba sentada allí, junto a mi madre y ese hombre alto, delgado y sombrío del otro lado de su escritorio. Lo había visto en otras oportunidades, era quien siempre se ocupaba de todo lo legal de la empresa. Nunca pensé que lo vería para escuchar el testamento de mi padre, y menos tan pronto.

Cuando mamá me dijo que había recibido la citación, y que debíamos presentarnos para la lectura, me negué rotundamente a asistir. No me interesaban las cosas materiales que pudiera haberme dejado como herencia. Sin embargo, me aseguraron que no podía ausentarme, razón por la cual me encontraba sentada en esa claustrofóbica oficina, deseando irme cuanto antes.

Eran las nueve y media de la mañana. La reunión debería haber empezado hace media hora, pero Lucas aún no había llegado. Él también había sido citado, y no me sorprendió. Mi padre lo adoraba, era lógico que quisiera dejarle algo. No lo había visto desde el día que él murió. Quise hacerlo, lo necesitaba, con todo mi corazón, pero había hecho una promesa y necesitaba tenerlo lejos para mantenerme firme en mi decisión. Tampoco habíamos hablado demasiado por mensajes, por lo que saber que estaba a punto de volver a verlo, era otro gran motivo para querer salir corriendo.

Cuando la puerta se abrió, luego de unos golpes, mi cuerpo se puso rígido. Me encontraba de espaldas, pero sabía que era él. Mi capacidad de sentir su presencia cuando estábamos en un mismo espacio seguía intacta.

—Buenos días. Y perdón por la demora —dijo, mientras nos saludaba con un beso, a mamá y a mí—. No acostumbro venir por esta zona y no calculé bien los tiempos.

—No se preocupe, las damas no tuvieron problema en esperar un poco —dijo el abogado,  estrechándole la mano a modo de saludo—. Tome asiento ¿Quiere un café, o algo para tomar?

—No, le agradezco. —Se sentó en la silla junto a mí, embriagándome con su perfume.

El abogado, cuyo nombre era Giorgio Romano, tomó un sorbo de agua, antes de comenzar.

—Antes que nada, quiero ofrecerles mis más sentidas condolencias. Conocí a Franco por más de veinte años, por lo que también es una enorme pérdida para mí. Era un gran amigo, más que un cliente. —Mi madre asintió, en concordancia—. Sé que no quisieran estar aquí en estos momentos, pero hay que cumplir con la ley y, sobre todo, con los deseos de Franco.

Yo sólo quería cumplir con mis deseos y huir, bien lejos. Pero me quedé callada y sentada.

—Ustedes son los únicos y absolutos herederos de todos los bienes. Franco me contactó, hace un año atrás, para redactar este testamento, por lo que deben saber que era muy consciente de su delicado estado de salud.

Esa revelación me sorprendió. Nosotras nos enteramos de sus problemas de salud apenas unos meses atrás, cuando los síntomas comenzaron a ser evidentes. Pero, al parecer, mi padre venía arrastrando todo eso desde un tiempo atrás y lo mantuvo oculto.

Miré a mi madre, esperando verla tan sorprendida como yo. Pero no lo estaba. Quise pedirle respuestas, explicaciones de por qué me mantuvieron al margen de algo así. Pero su mirada me indicó que no era el momento para hablarlo.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora