CAPITULO 9

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LUCAS


Por el modo en que comenzó la semana, me había hecho a la idea de que cada día sería peor.
Sin embargo, el martes, al presentarme en la casa de Franco, me encontré con una Mia de mejor humor. Enseguida comprendí el porqué de ese cambio de actitud; cuando sacó un flamante Mini cooper negro de su garaje, supe que había conseguido convencer a su padre de no tener que viajar más conmigo. Apenas un día le fue suficiente para determinar que no podíamos compartir un mismo vehículo por unos pocos minutos. Para mí también lo fue. Así que no me quejé en absoluto por aquel cambio.

Seguirla de cerca no era difícil. Era extremadamente prudente a la hora de conducir, respetando todos los límites de velocidad, semáforos y señales de tránsito. Incluso, en una ocasión, frenó en plena avenida para dejar cruzar a un perro. Tuvo suerte de que era yo quien venía detrás.

Descubrí, con asombro, que su vida durante la semana era muy tranquila. Imaginé que se la pasaría de aquí para allá, y que no me daría respiro. Sin embargo, sólo iba a la facultad, y en una única ocasión fue a la casa de una amiga. Yo la observaba a lo lejos, desde mi coche, y apenas nos saludábamos. Era mejor así. Sin discusiones infantiles, ni reclamos estúpidos por poner música en el auto o socializar con mujeres en su universidad.

El fin de semana llegó rápidamente y, como era habitual, Érica se encontraba en mi departamento. Era temprano por la mañana, yo había despertado hacía unos minutos, y ella aún dormía con medio cuerpo encima de mí.

—Buen día, amor. —Depositó un beso en mi pecho desnudo—. ¿Hace mucho que estás despierto?

—No, un par de minutos —respondí. Aproveché que ya había despertado para cambiar de posición, pues ya tenía el brazo derecho entumecido de haber tenido el peso de su cuerpo sobre él toda la noche.

—¿Qué hora es? ¿Quieres que prepare el desayuno?

—No, aún no tengo hambre. Quedémonos un poco más en la cama.

—Mmm, ¿alguien se despertó con ganas de más acción esta mañana? —me preguntó de manera insinuante, malinterpretando mis verdades intenciones. Yo sólo quería aprovechar el no tener que madrugar por un rato más. Ya había tenido suficiente acción la noche anterior. Érica se lanzó sobre mí ni bien nos acostamos, y repetimos dos veces más. El no vernos durante la semana lograba que nuestros encuentros fueran más intensos. Pero, al parecer, no era suficiente para ella—. Oye, con las ganas que tenía anoche de estar contigo, ni te pregunté sobre tu nuevo "trabajito" ¿Cómo estuvo la primera semana?

—Oh, pues... bastante bien. Mejor de lo que pensaba.

—¿Ah, si? ¿Entonces la borrega no es tan insoportable como tú decías? —preguntó, con otro tono.

—No, sí lo es. No me equivoqué en nada con respecto a eso. Es malcriada, soberbia y tiene unos modales de mierda.

—¿Y cómo es que "estuvo bastante bien"?

—Bueno, porque yo a ella tampoco le simpatizo. De hecho, no me puede ni ver, así que ha buscado la forma de que compartamos el menor tiempo posible juntos. —Oír eso significó un gran alivio para ella. Y, lo mejor, que era totalmente sincero al respecto. En otras oportunidades, tuve que modificar un poco la verdad para que no se pusiera toda paranoica y agobiante. Como, por ejemplo, decirle que una modelo que custodiaba no era tan linda como se veía en las fotos, o que una joven empresaria rusa que custodié durante dos semanas era lesbiana. Con Mia eso no era necesario, todo era verdad.

—Bueno, mejor así. Preferiría no tener que enseñarle a esa mocosa quién manda aquí —dijo, recorriendo mi abdomen con su dedo índice.

—No será necesario enseñarle nada, puedes apostar.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora