CAPITULO 35

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LUCAS


¿Les ha pasado no ser capaces de pensar con claridad cuando se trata de esa persona que te vuelve loco? Porque eso me estaba ocurriendo mucho, últimamente. Aunque, esta noche, podría decir que se me fue de las manos.

Lo que empezó siendo un simple intercambio de mensajes con Mia, para asegurarme que se encontraba bien, tal como me pidió su padre, terminó en algo totalmente fuera de los planes. Fue como si mis dedos escribieran las respuestas por su cuenta, sin consultarlo con mi cerebro. 

Pero, ¿podía decir que me arrepentía? Ni un poco. Todos estos días me había aguantado las ganas de escribirle, de llamarla; incluso pensé en ir a la hora en que salía de la facultad, sólo para verla unos minutos. Necesitaba verla, escuchar su voz, verla sonrojarse ante mis comentarios, o cuando simplemente me acercaba demasiado a ella. Mentirme a mí mismo ya no tenía sentido. Especialmente, cuando mi relación con Érica había terminado. Antes tenía una razón para reprimir lo que Mia me generaba cada vez que la veía. Ahora, esa razón ya no existía.

Intenté no pensar en eso, mientras tomaba las llaves de mi auto y salía de mi departamento rumbo a su casa. A mitad de camino recordé que me había pedido que llevara helado, así que me detuve en mi heladería favorita y compré los sabores que, recordaba, le gustaban. Cuando quince minutos más tarde estacioné frente a su casa, me tomé un momento para pensar si lo que estaba por hacer era correcto. Odiaba que mi consciencia no me dejara en paz en momentos como este, en los cuales era mucho mejor no pensar tanto antes de actuar. Pero sabía que, una vez que cruzara esa enorme puerta, probablemente muchas cosas cambiarían. Y tenía que estar seguro de que estaba preparado para eso.

Un minuto después, bajé del auto y toqué el timbre. Su voz me habló por el portero eléctrico, y luego su pequeña figura apareció en la puerta. No pude evitar observarla de pies a cabeza, completamente embobado. Vestía unas sandalias bajas y un vestido muy corto y escotado color blanco. Me recordó a la primera vez que la vi, en esa cena en donde nos conocimos, y su atuendo la hacía ver como un ángel.

—Hola —me saludó, tímidamente, con una sonrisa.

—Tanto tiempo —fue lo único que conseguí decir.

—Si, ¿verdad? Parece que hace meses que no nos vemos.

—Traje helado, como me pediste.

—Oh, excelente, necesitaba esto. —Tomó la bolsa y se apartó de la entrada—. Ven, pasa.

La seguí hasta la cocina, concentrándome en cualquier otra cosa que me distrajese de su trasero balanceándose de un lado a otro, frente a mí. Dejó el helado sobre la mesa y se puso en puntas de pie para coger dos tazones de la encimera. Su vestido se levantó más de la cuenta, permitiéndome ver que llevaba una diminuta tanga blanca de encaje.

Buen Dios... ayúdame.

Alcancé a desviar la mirada, justo antes que se diera la vuelta.

—¿Qué tal va todo en tu vida? ¿Qué haces ahora que no estás detrás de mí todo el tiempo? Aparte de extrañarme, claro.

Sabía que lo decía en broma, pero no se imaginaba cuán cierto era eso.

—Por ahora, sólo extrañarte. La próxima semana comienzo como preparador de los nuevos aspirantes a custodios. Veremos qué tal va eso.

—¡Wow, te felicito! Eso suena bastante importante.

—Si, lo es. Y también es un gran desafío, espero estar a la altura.

—Lo harás de maravillas, estoy segura. Eres el mejor, ¿no? Palabras de papá, no mías —aclaró, entre risas.

—¿Aún no te convences de que soy el mejor? Creí que, después de todos estos meses, te había quedado claro.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora