CAPITULO 22

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MIA


—Al fin se durmió —dijo Lucas, mirando por el espejo retrovisor—. Una canción más y te juro que me lanzaba del auto en movimiento... o la lanzaba a ella, no estoy seguro.

Me reí, porque no podía culparlo por querer deshacerse de Julieta. Dos horas habían pasado desde que partimos, y casi el mismo tiempo desde que ella decidió cantar, ininterrumpidamente, de manera horrible, cada canción que sonaba. A veces ni siquiera conocía la letra, pero igual la tarareaba. Nuestros tímpanos estaban realmente agradecidos con este descanso.

—No puedes negar que al menos le pone pasión.

—No, eso seguro. Parecía Céline Dion en las Vegas... sólo que sin el talento vocal.

Quince minutos más tarde, le pedí que nos detuviéramos en una gasolinera. Mi vejiga ya estaba a tope, y mi estómago comenzaba a rugir. Sólo había tomado un café bien temprano, cuando me levanté; los nervios y la ansiedad no me permitieron pasar nada sólido.

Luego de pasar por el baño, me dirigí al mini shop en busca de provisiones. Recordé que Lucas no quería nada de migas en su auto, así que descarté las galletas y muffins, y compré varias barritas de cereal y dos botellas grandes de agua mineral, por si Julieta se dignaba a despertar en algún momento del viaje.

Al regresar al estacionamiento, vi a Lucas apoyado contra su auto, fumando. Tenía que admitir que era una imagen demasiado sexy para ignorar. Nunca supe por qué un hombre con un cigarrillo me resultaba tan cautivador, pero me pasaba con Sebastián, y definitivamente me sucedía con Lucas. Y, al parecer, no era la única que lo pensaba...

En otro auto, a una corta distancia, un grupo de cuatro jóvenes cuchicheaban entre ellas mientras se lo comían con la mirada. Un repentino e injustificado sentimiento de pertenencia me invadió y, casi sin pensarlo, comencé a caminar hacia él. Su ajustada camiseta blanca y ese jean oscuro y estrecho le sentaban de maravilla.

—Creí que habías dicho que fumabas cuando estabas nervioso.

Me miró, algo sobresaltado, a través de sus gafas oscuras. Al parecer no me había visto llegar.

—Y cuando estoy muy relajado.

—Eres un farsante.

—¡En serio! 

—Entonces, ¿viajar con nosotras te relaja o te pone nervioso?

—He tenido compañeros de viaje peores. A excepción del desastroso concierto de Julieta, no tengo quejas hasta ahora.

Me reí y volví la vista hacia el grupo de chicas, imaginando que ya no estarían; pero no sólo continuaban allí, sino que no dejaban de mirarlo sin un ápice de disimulo. Eso me enfureció, porque, ¿qué sabían ellas si él no era mi novio? ¿Acaso no conocían la palabra respeto?

Un impulso me dominó, acorté la distancia que nos separaba, lo tomé del rostro, y ante su total desconcierto, lo besé en la comisura de la boca durante algunos segundos, de manera suave y lenta. Sentí la tensión en todo su cuerpo, e incluso llegué a pensar que me apartaría. Pero no lo hizo, y mi orgullo lo agradeció. Giré la cabeza con sutileza y me regocijé al comprobar que el grupo de chicas se había evaporado.

Entré al coche con una sonrisa de satisfacción. Algunos segundos más tarde, Lucas hizo lo propio. No dijo nada por un buen rato, el silencio reinaba casi por completo, a excepción de los suaves ronquidos de Julieta, quien continuaba durmiendo plácidamente en el asiento trasero.

—Pensé que ibas a besarme —dijo, finalmente.

No pude aguantar la risa. —Lo sé. Te pusiste tan tenso y nervioso, que creí que te daría algo.

Beautiful tragedy ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora