Capítulo 1

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Narra el Narrador

James trabaja en una cafetería. Nunca ingresó a ninguna universidad porque no le gusta estudiar al flojonazo este. Así que después de la putiza que le metió su padre, decidió buscar trabajo y pues, en la cafetería de la calle 12 lo aceptaron como el mesero. No sin antes pasar por ser conserje y después ser el que lava los platos. Lo que gana no le alcanza ni para el chicle, si es que viviera solo. Pero vive con su padre y él es el que mantiene la mayor parte de los gastos.

Por el contrario, Gill si está estudiando una carrera en la mejor universidad de la ciudad. La chica quiere ser veterinaria. De tantas carreras que hay, elige ¡Justo! Esa. Gill va siempre a la cafetería de la calle 12; ya que en su opinión, es la mejor de la cuidad y la más económica.

Narra James

(Otro puto día más del que tengo que levantarme para trabajar, a poner mi mejor cara para los clientes, escondiendo mi disgusto por esta vida.)

Quito la sábana tan cómoda que me arropaba y me cambio. Un polo negro, pantalones negros y allá en el trabajo está el mandíl blanco.

(No sé para que coño tengo que llevar eso, sabiendo que no cocino.)

—¡Ya le...! —Grita mi padre pero se ve interrumpido por mí antes que termine la oración.

—Buenos días, papá. —Lo saludo con una sonrisa amigable en el rostro.

—Pensé que estabas dormido. —Sé rasca un poco la cabeza mientras lo dice.

—Ya ves que no. —Respondo sarcásticamente.

—Bueno, en la mesa te dejé un pan con mermelada y tu taza de café cargado tal como te gusta. —Dice mi padre.

—¿Y la leche? —Pregunto cómo si supiera que se le hubiese olvidado.

Lleva años con lo mismo, siempre se olvida ponermelo en la mesa. Aparentemente lo hace a propósito.

—En la refri, no te puse nada porque después jodes con lo mismo. –Responde mi padre algo enojado. —"¡Mucho!", "¡Poco!". —Hace una voz chillona y aguda tratando de imitarme. —Entonces para evitar tus tonterías mejor échate tú.

—¡Yo no hablo así! —Digo entre risas.

—¡Sí! Eres hombre y con voz de marica, ¿Qué es eso? —También ríe mientras lo dice al igual que yo.

Entre los dos nos molestamos y nos hablamos así, es nuestra manera de comunicarnos, fuera de ello o cuando hay visita, nos tratamos de manera más formal para no dar una mala impresión.

Esta confianza ocurrió desde que tengo memoria. Concidero a mi viejo como uno de mis amigos, más que como padre. Siempre me escucha, me aconseja y me guía por el buen camino.

—Me ofendes. —Pongo la parte de atrás de mi mano derecha en mi frente y hago un desmayo falso de telenovela.

—¿Ya ves? —Ríe tapándose la boca para que no se le vean los dientes y para que no se escuche tan fuerte.

—Okok, tienes razón, —Digo entre risas. —pero sabes que lo hago por joda y no es en serio.

—Sí. Bueno, ya me voy a trabajar, cuídate. —Terminando la oración, cierra la puerta y se va.

—Adiós. —Digo para mí mismo.

Termino de amarrarme las zapatillas y voy a la cocina en donde me espera mi desayuno de pobre.

Hasta que la muerte nos unaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora