La tristeza de los astros

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Recordaba la sangre cuando cerraba los ojos y el sol del mediodía le besaba el rostro. Dejaba la ventana abierta para que el aire entrara mientras dormían. Más suave que el aire acondicionado para no resentir sus vías respiratorias sin verse obligados a tolerar el infierno que se hacía su departamento en esas fechas. La recordaba en sus manos, salpicando su ropa y corriendo hacia las alcantarillas junto a la sucia agua de algún charco. La sangre de sus padres mezclada con la suciedad le dolía sin comprender qué significaba una blasfemia pero así lo hubiera definido. El calor se les escapaba y en retrospectiva piensa que debió asegurarse primero de que su hermano estuviera a salvo antes de quedarse allí ambos parados, intentando devolverles la vida sólo con sus gritos desesperados. Pero eran unos niños, no estaba listo para pensar en cosas lógicas sino el pánico de ver a su familia romperse como figuras de papel. Los hombres de traje los llenaron de palabras dulces para calmarlos que ahora ya no recordaba ni sus rostros. Pero sí la forma en que le clavó las uñas a Mui cuando uno de ellos lo intentó cargar, separándolo de él y debió cargar a ambos. Yuichirou no lo soltó nunca. Aunque por las noches le susurraba que debían escapar, que esas personas sólo querían matarlos también y sólo estaban torturándolos al darles esperanzas, que no podía ser tan tonto. Mui se abrazaba a él, llorando , confundido pero al menos seguro de que escapar sólo haría todo peor para ellos. Yui no probó bocado una semana entera y prefería beber agua de la llave que la que le servían, seguro que los estaban intentando envenenar. Se resistía a seguirlos y jalaba a Mui para que ninguno de ellos se lo llevara. Los hombres eran pacientes, compasivos pero se les estaba acabando el buen talante. Era cuestión de tiempo, debió intuirlo. Una semana entera sin nada de comida, apenas bebiendo agua probablemente sin ninguna clase de desinfectante, Yui cayó terriblemente enfermo. Un día simplemente no despertó, por más que Mui le llamó y lo sacudió. Fue buscando a uno de los hombres, abriendo las puertas sin entender que si estaban cerradas era para que no les interrumpieran. Estaba desesperado y a punto de ponerse a gritar, un chico atractivo despreciando las cicatrices que le cruzaban el rostro, con unos profundos y amargos ojos negros alargados como óvalos , se le cruzó en el pasillo. Lucía atemorizante, sí, pero Mui tenía más angustia que miedo así que lo jaló de la mano, rogándole entre el llanto que ayudara a su hermano. Debieron llevarlo al hospital por la fiebre tan alta pero Muichirou era demasiado pequeño para poder acompañarlo. El chico intentó calmarlo, asegurándole que su hermano estaría bien, que no debía preocuparse por nada pero Mui sólo entendía el pánico que le daba la idea de quedarse completamente solo en el mundo. No podía más que hipar hasta hiperventilarse sin que Sanemi pudiera más que abrazarlo. Era más joven que su hermano menor y él comprendía desde el fondo del corazón el terror del niño a perder a su única familia. 

Entonces conoció al Patrón. Llevaba desde el principio al pendiente de la historia de los gemelos pero no creyó necesario hacer acto de presencia. Los niños estaban a salvo en esa casa, seguro que sólo necesitaban un poco de tiempo para asimilar su situación. No era tan tendencioso para ver la desgracia de esos niños como algo beneficioso para él, había convenido con los hombres que los encontraron que en cuanto se calmaran un poco los fueran a dejar en alguna comisaría. Pero al enterarse de que uno de ellos estaba en el hospital, debió ir él mismo a verlos. Encontró a sanemi sin saber qué hacer porque el niño se había quedado dormido en sus brazos por llorar tanto y el Señor Ubuyashiki sólo se puso un dedo en los labios para que no hiciera ruido mientras lo tomaba en sus brazos y lo llevaba al hospital. Yui tenía una anemia muy aguda y una infección estomacal pero nada contagioso, por lo que no era riesgoso que recibiera visitas. El Señor Ubuyashiki acomodó a Muichirou en la misma cama que su hermano, cobijándolos a los dos y sentándose en el pequeño sillón de esa sala privada. El primero en despertar fue Mui, viendo a su hermano todavía dormido pero respirando. Iba a ponerse a llorar, lo intuyó, así que el adulto se acercó para susurrarle que debía dejarlo descansar, que seguía muy enfermo. El niño pestañeo varias veces, inseguro de qué decir sobre ese hombre. Alto, delgado y con una palidez enfermiza, con la mitad superior del rostro cubierto por una especie de quemadura que incluso lo cegaba. Pero con una forma tan amable de hablar que Mui de ninguna manera podía sentirse amenazado. Dejó que lo sentara en sus piernas, que le preguntara si conocía la leyenda de Cástor y Pólux. Los enormes ojos menta sólo seguían las líneas de su rostro, sin poder hablar. El adulto se rió, acariciando su cabello para contarle acerca de los gemelos nacidos de los engaños de un cisne que resultó ser un Dios, de lo que representaban en la mitología y sobre todo, le hizo énfasis en la parte donde Cástor es herido de muerte y al no ser inmortal como su hermano, parecía acercarse a su destino. Pólux entonces negoció su propia inmortalidad, siendo escuchado a medias porque Zeus no podía cambiar el curso de los cielos y el destino de todos los seres sólo por ellos a pesar de amarlos tanto. Entonces se dividieron su existencia. Serían dioses en el Olimpo pero mortales en el Hades. Mui era un niño, necesitaba subirse a algo para alcanzar el frasco de galletas y todavía tenía dientes de leche. Pero comprendió que ese hombre le estaba diciendo algo sumamente importante, que no sólo era un cuento para dormirlo. Miró a su hermano dormido, alimentado por esa delgada manguera en su brazo. Tan pequeño como él mismo y asintió. Su destino estaba en las estrellas y éstas ya llevaban muertas el tiempo suficiente como para considerar cambiarlo. Cuando Yui despertó, Mui ya había tomado la decisión por ambos. Se quedarían allí, se entrenarían como el resto y le servirían al Patrón. Intentó negarse, claro, le gritó que había enloquecido pero entonces Mui le dijo con una tristeza demasiado madura, que si no quería estaba bien, que él lo haría por los dos pero deberían separarse para que no se interpusiera demasiado. Porque dentro de esa institución, dentro de su Olimpo estaban a salvo, pero fuera su inmortalidad acababa y nada podía hacerse. 

Velvet MouthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora