Las rosas del final

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Cuando abrió los ojos era la medianoche y lo recibieron las luces acuáticas del mar en las afueras del hotel al cual llamaba casa ahora. Abrió los sentidos a los sonidos provenientes del exterior dejando que le llamaran al menos hacia la ventana. Había comenzado a morderse las uñas a falta de nicotina y alcohol, y es que Sanemi era terriblemente terco con mantenerlos sobrios. Para Mui había sido más fácil, cambiar los cigarros por dulces incluso parecía haberle resultado agradable y de todas formas nunca bebió mucho. Pero Yui la estaba pasando muy mal. Terrible, asquerosamente mal. Estar despierto le dolía, el cuerpo entero le temblaba y no podía comer porque algo en el estómago enseguida se cerraba, las luces le hacían llorar los ojos y las risas más suaves ponían su temperamento de por sí voluble al borde de un ataque de rabia. Dormir era imposible, no si quería evitar los ataques de pánico que venían con las pesadillas. Pero Sanemi no daba  su brazo a torcer. Mui lo vio tan mal que incluso comenzó a darle el alcohol con el cual le limpiaban las heridas camuflajeado en tazas de café. Todo se jodió esa noche y fue enteramente su culpa. Confundió las calles y se internó él sólo en territorio enemigo. No tenían muchos enfrentamientos con otras asociaciones porque el Patrón se había encargado de marcar muy claramente los límites. Yui se confundió, parecía una excusa estúpida pero era la realidad. Acabó matando a alguien y Sanemi debió ir abriendo fuego junto a su hermano para sacarlo del lugar donde alcanzó a esconderse. Hirieron a ambos y apenas alcanzaron a ir a sus respectivas casas por las pocas pertenencias que pudieran tomar y encontrarse en el aeropuerto, buscando los boletos más cercanos a la hora al lugar que fuera. Genya intentó retener a Sanemi al verlo sangrando, diciéndole que en el aeropuerto no le dejarían viajar así, pero no le quedó más que meter sus cosas y guardar silencio. Se subieron al avión con la ropa mojada oculta por el color oscuro de sus ropas y la capa de inmunidad que les daban sus pasaportes. Lo primero que hicieron al llegar fue conseguir un hospital porque Muichirou había perdido la conciencia un par de veces en el vuelo y Sanemi, aunque no lo admitiera, estaba tan pálido que apenas se distinguía el color de su cabello de su rostro. Le dijo a Genya que encontraran un sitio para quedarse mientras ellos salían y aunque no estaba de acuerdo, una vez más guardó silencio, jalando a Yui a buscar algún sitio. Pero volvieron a quedarse como perritos abandonados en la entrada del hospital, asustados porque ninguno hablaba el idioma del sitio donde estaban. Sanemi los encontró en la noche, acurrucados uno contra otro, viendo igual de confundidos a la gente que se les acercaba. Resopló y aunque sólo había salido a fumar ( aunque los médicos insistían en que debía quedarse al menos a pasar la noche, él se había colocado la ropa después que lo hubieran limpiado y vendado) se ocupó de llevarlos a algún hotel cercano a que durmieran. Muichirou debió ser operado por una bala que no salió y le estaba lastimando por dentro así que tardaría algo más. Yuichirou estaba cautivado escuchando al adulto tan desenvuelto en esa otra lengua, en esas otras costumbres, ocupándose de arroparlos a ambos antes de volver a cuidar de su gemelo. Le pidió otro beso de buenas noches, esperando a que volviera con Mui más tarde. 

Y aunque todo había comenzado cálido, las fotografías que le enviara Tengen de sus departamentos, les hizo saber que el asunto seguía demasiado caliente para volver y con eso el organizarse para llevar una vida hogareña normal. Genya obedecía, acostumbrado a dormir de noche y despertarse temprano, a comer a ciertas horas y ciertos alimentos y jugar ciertos juegos. Pero, aunque los gemelos habían sido de alguna manera cobijados en la rutina de Sanemi, simplemente no encajaban. Muichirou no entendía por qué Sanemi le había gritado cuando se escapó de su vigilancia para entrar al mar con su hermano y Genya. Le había dicho que estaba herido y que debía cuidar sus heridas pero él quería jugar con ellos. Sí, los puntos se le abrieron y debieron volver al hospital, pero eso nunca antes había sido un problema. Yui siempre le había curado las heridas, no entendía por qué estaba tan enojado. Por qué se enojó más cuando le dijo que si era por el dinero, ellos también podían pagar. No volvieron a poner un pie en la playa. Sanemi ni siquiera lo dejaba salir al balcón sin vigilancia y cada tanto le levantaba la voz por correr demasiado en la habitación del hotel. Pero por las noches le dejaba dormir en el medio, la cama era suficiente grande para que cupieran los cuatro y así dormían. Todos menos Yui. No se tomó bien que Sanemi quitara sus latas de cerveza cuando fueron a hacer las compras y cuando lo descubrió robando sus cigarrillos, su pelea escaló hasta lo físico. Sanemi lo abofeteó y Yuichirou se quedó ahí, de pie, con la mano en la mejilla. Tomó a Muichirou de la muñeca y lo jaló a la salida, gritándole al adulto que se podía ir al infierno, que ellos estaban bien solos. En lugar de dejarlos ir, simplemente los tomó a ambos del cuello y los encerró hasta que se calmaran. Eran unos niños, les gritó y Yuichirou le escupió que algún día se iban a acabar sus vacaciones y deberían volver a esa zona incendiada de la noche donde su edad no era más que un número sin sonido. Sanemi quería cuidarlos, quería ser un adulto moral con ellos pero había llegado un par de años tarde. No podía tratarlos como si no estuvieran ya rotos. Ellos no eran Genya. No habían crecido con el desayuno en la mesa ni  caricias en la nuca. 

Velvet MouthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora