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Viernes 8:35

Íbamos todos en la parte de atrás de la furgoneta. Vestidos con el mono rojo y la careta de Dalí. La elegí yo. Estaba recreando uno de sus cuadros cuando, me di cuenta, de que su máscara daba miedo, pero también sería un buen símbolo revolucionario.

Estoy sentada al final del camión, justo enfrente tengo a Tokio pintándose los labios de rojo y con Denver mirándola de reojo. Sé que tienen una relación, ella me lo ha confirmado, pero, por lo visto, no es nada serio.

Río se quita la careta y la mira con desagrado mientras la va girando, intentando buscar algo positivo. Justo enfrente de él está Berlín y Moscú, Denver a su izquierda y yo en diagonal.

—¿Quien ha elegido la careta?

—Qué le pasa ahora a la careta.—responde Berlín.

—La escogí yo.—todos me miran y Denver se quita la careta.—¿Algún problema?

—Que no da miedo,—responde Río con una sonrisa ladeada.—tú ves las películas de atracadores y las caretas dan miedo...zombies, esqueletos, la muerte...

Berlín levanta la pistola y le apunta a la cara, no se ha quitado la máscara y, realmente, da miedo verle. Yo diseñé la primera máscara y luego creamos el resto. Andrés no parecía muy convencido cuando se lo propusimos, a Sergio le hizo gracia la idea.

—Con un arma en la mano, te aseguro, que da más miedo un loco que un esqueleto.

Miro a Río, intentando transmitirle que deje a Berlín tranquilo. Río mantiene la mirada en el arma. Moscú intenta tranquilizar al personal.

—¿Quien era el payo este del bigote?—pregunta Denver mientras mira la máscara. Agarro de la muñeca a Berlín y le bajo el arma. Ya esta bien, que no somos unos críos.

—Dalí, hijo.—responde Moscú mientras mira la máscara. Berlín agarra mi rodilla y Río aprieta sus labios con fuerza. —Un pintor español, muy bueno.

—¿Un pintor?—pregunta de nuevo Denver. Aparto la mano de Berlín y me cruzo de piernas.—¿Un pintor de pintar?

—Claro.—responde su padre.

—¿Tú sabes que da miedo de cojones? Los muñecos de los críos, esos sí que dan miedo.

Berlín se quita la careta, hastiado y mira a Denver con hartazgo.

—¿Qué muñecos?

—Pues el Goofy, el Pluto, el Mickey Mouse...

Nadie elegiría eso para un atraco, solamente los americanos, pero los americanos son unos horteras. Nosotros tenemos clase y estilo, así que, un pintor español, es mucho más estiloso que el puñetero Mickey Mouse.

—Osea que—interrumpe Río.— un ratón con orejas da más miedo ¿eso es lo que me estás diciendo?

—Pues sí gilipollas o quieres que te de un guantazo.—le responde Denver a Río.

—¿Os vais a callar ya?—todos me miran con seriedad. —La puta careta no es negociable, así que vais a cerrar la boquita y a quedaros con lo que os ha tocado ¿entendido?

Río asiente algo asustado. Denver y Moscú solamente asienten y siguen a lo suyo. Tokio me mira con cierto orgullo, al igual que Berlín.

Empieza el plan. La furgoneta se detiene y baja Moscú, nosotros seguimos avanzando hacia donde tenemos las armas escondidas, es una granja abandonada que compré con un nombre falso hace cosa de tres mese. Los ucranianos dejaron las armas ahí. Andrés se adelanta y las descubre ante todos. Explosivos, metralletas... estábamos listos para usar las armas si fuera necesario.

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora