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Martes 16:35
102 horas de atraco

Él había elegido Filipinas. Nuestra primera idea era huir a Filipinas, él, mi hermana, Alain y yo. Ahora los planes han cambiado. Todo ha cambiado.

Había disparado a alguien. No era la primera vez, tampoco sería la última, pero sí era la primera vez que disparaba a alguien por amor, que me había dejado llevar por mis emociones y había salvado a mi Río. Esa era otra cualidad que compartía con los hermanos atracadores: la racionalidad, pero la perdíamos cuando nos enamorábamos. Andrés iba en cabeza con cinco pérdidas de racionalidad, le seguía yo, con tres y... Sergio... Sergio sólo una y tenía que ser en este momento.

Cuando Río y yo bajamos a ver a los rehenes, Helsinki, que había pasado cinco días sin dormir, decide llevarse a Arturo Román. Río había ido a asegurarse de que Helsinki no se le iba a ir la cabeza. En ese momento no lo sabía, pero, Arturo Román, estaba siendo cubierto por explosivo plástico. Mató a Oslo, casi mata a Río... yo hubiera sido mucho más sádica.

Todos los rehenes que habían intentado huir estaban de rodillas, con los antifaces puestos. Quería disparar al cielo y acabé tumbada en el suelo, mirando a los que me habían traicionado.

—He intentado ser buena. —me tiembla la voz, algo que no puedo evitar. Empiezo a quitar los antifaces. Uno a uno. —Lo he intentado con todas mis fuerzas ¿y así es como me lo pagáis? ¿de verdad? He intentado daros la mano y me habéis agarrado del cuello.

El agotamiento me consume, por eso me quedo unos minutos contemplando la pared e intentando descubrir en ella la respuesta a todos mis problemas, como si siempre hubiera estado ahí. 

—Sois una panda de desagradecidos. —consigo decir. —Sois unos insensatos, os habéis condenado irremediablemente... ¡yo era vuestra puta libertad, joder! ¡Yo! Sé que queréis huir, lo sé porque yo he estado donde vosotros estáis...¿nunca habéis oído lo de si no puedes con tu enemigo, únete a él? No ¿no? Se nota. 

Disparo al techo un par de veces, como hizo Tejero el 23- F en el Congreso de los Diputados. No era la primera vez que tenía que disparar al techo para mantener la calma y el orden. 

—¿Qué voy a tener que hacer para que me respetéis? ¿Machacaros física y emocionalmente? ¿Haceros perder el control de vuestra vida? ¿Es eso lo que queréis?

—¡Una gran idea!—grita Berlín desde lo alto de la escalera. —Ha llegado la hora de ser prácticos. 

Berlín desciende las escaleras hasta colocarse a mi lado, recordándome que mi misión es ser su mano derecha y nada más que eso. 

—La utopía de la colaboración ha fracasado.—sentencia Berlín apoyando su mano en mi omóplato, quiere asegurarse de que estoy bien, a pesar de todo, quiere retomar el control sabiendo que tiene un flotador sin mochilita emocional. —Hamilton... te agradezco que me hayas permitido tomarme un tiempo de descanso en mis obligaciones, pero estamos todos preparados para que yo regrese al mando. 

Lo que iba a decir me iba a costar. Mi familia destaca precisamente por ser la más terca del mundo, cuando algo se nos metía entre ceja y ceja no había quien nos quitara esa idea de la cabeza, no era fácil que dejáramos algo sin terminar y todo lo que nos proponíamos salía adelante.

—Todo tuyo. —murmuro al fin, no me siento liberada, al contrario, siento mucho más peso sobre mis hombros tras pronunciar esas palabras. 

Vuelvo a mi despacho, no quiero presenciar mi caída, mi error. Nadie quiere presenciar su fin, ni el más perseverante de los hombres querría verlo. Berlín siempre tuvo un plan de contingencia, él no iba a renunciar a su poder omnipotente con tanta facilidad. Llevábamos cinco días encerrados ahí y me habían parecido meses. 

Me siento en mi despacho y comienzo a dibujar. Empiezo a esbozar con los ojos entrecerrados y la vista nublada por el cansancio, ni yo misma sé lo que estoy haciendo, me dejo llevar, algo que mi hermana no dejaba de decirme cuando salíamos de fiesta y yo me quedaba en un rincón oscuro, que dejara de reflexionar y calcular todo. Que la vida son dos días, hermanita

—Hamilton. —Berlín me sacude con delicadeza y me voy desperezando, mira por encima del hombro el dibujo y abre mucho los ojos al vislumbrar que es. —Alguien esta muy enamorada del crío. 

—Ninguno de los dos tiene tiempo para rodeos ¿necesitas que te lo recuerde? 

—La gata ha sacado las uñas. 

—¿Cuantas veces tengo que repetirte que eres un machista y un cabrón de primera?

—Me encanta cuando te pones a la defensiva.—Berlín me tiende el botiquín y se sienta en una de las sillas, esperando a que empiece a curarle. —Me demuestras la parte más humana de una deidad, me demuestras que hasta la más frígida y fuerte de las diosas puede caer y sé que te duele. Te duele mucho, vieja amiga, porque eres incapaz de mostrar debilidad y yo acabo de derrocarte.

—¿Qué tipo de suero de la verdad te tomas por las mañanas?—Berlín empieza a reír a carcajada limpia. —Podrías pasarme un poco para echarte la mierda que pienso de ti ahora mismo.

La risa de Berlín cesa. Siempre le había defendido a capa y espada, él había hecho lo mismo conmigo. Algo en nuestra relación había cambiado, no demasiado, pero el estrés y la tensión estaba fraccionando nuestra relación como esa gota de agua que golpea una piedra una y otra vez, que la acaba fraccionando y que se acumula en esa grita hasta que se congela y explota. 

Nosotros estábamos en la fase en la que el agua se acumula. 

Ni le curo ni le vendo, salgo de la habitación y vuelvo a mi trabajo. Me asomo a comprobar como están los rehenes y Alison le está plantando cara a Arturito, todo un logro para el corderito manso y callado. 

—¿Cómo estás?—me pregunta Río a la vez que me tiende un envase con una ración de arroz frito y otra de pollo. Él lleva otra consigo, aunque sé que ha comido estando con Arturito. —Siento esta cita tan lamentable, pero tendremos mucho tiempo y dinero para citas de ensueño. 

—Es mejor que muchas de las citas que he tenido. 

—Cuéntame alguna. —ambos empezamos a comer, sus dedos recorren el dorso de mi mano y espera con paciencia a que responda. 

—No recuerdo el país en el que estaba, solo sabía que estaba jodida hasta las trancas. Más o menos como ahora, encerrada en un agujero y con un tío que ni si quiera me caía bien. No tenía muchas más opciones de cita. Ambos nos obligamos a abrirnos el uno al otro porque pensábamos que así no perderíamos la cabeza. 

Río asiente un par de veces y continuamos comiendo. Empezamos a hablar de banalidades, de nuestro color favorito, comida favorita... cosas tan sencillas que no conocía de él. Río siempre intentaba acceder a mí, él estaba mucho más comprometido en la relación  de lo que yo lo he estado durante toda este atraco. Mi cerebro está focalizado en la eficacia del plan, en que todo salga según lo planeado. 

Déjate llevar, hermana. Déjate llevar, Regina

—¿Eres consciente de que te vas a casar con una muerta?—Río asiente un par de veces y toma mis manos entre las suyas. —Entonces podríamos organizar una boda con la temática de la Novia Cadáver. 

—¿Ahora haces chistes?—ambos reímos y soy yo la que le besa. 

Los gritos de Denver nos alarman y todos corremos hacia la puerta de entrada. No me da tiempo a coger mi careta, pero voy a ir a cubrir a mi amiga. Salimos Moscú, Denver y yo. Empezamos a disparar, yo lo hago a las piernas porque como me ponga en serio los mato a todos. 

Y Tokio realiza su entrada triunfal en moto, saltando las escaleras y entrando como una diosa a la Fábrica. Nos replegamos con rapidez y Río cierra la puerta. Denver y Tokio se funden en un beso, a la vez que Moscú empieza a tambalearse.

—Moscú.—consigo decir antes de cogerle al vuelo y ayudarle a sentarse. Veo los disparos y a mi cerebro llega tanta información que se embota en un segundo. En un ver y no ver.  —¡Moscú, aguanta!

Berlín y Denver corren hacia nosotros. 

Y seguramente esté presenciando el principio del fin. 


Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora