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Sábado 06:25
20 horas de atraco

La máxima de este atraco era ganar tiempo, y el tiempo es dinero así que, cada hora imprimíamos ocho millones de euros. Mil cuatrocientas planchas de papel moneda de las que cortábamos ciento cuarenta mil billetes de cincuenta euros.

Al amanecer Moscú se cambia con Río, le sonrío desde la distancia, solo para ver su preciosa sonrisa. Consigo que Tokio me mire, está más cerca de Río y seguro que Denver ya le ha contado todo, y precisamente hace ese cambio conmigo. Cuando me coloco a su lado, me toma de la mano y me lleva a un rincón apartado. Junto mi mente con la suya, sus labios rozan los míos y yo soy la que me lanzo. Tal vez quedan dos minutos, seguramente sean menos, pero ojalá fueran eternos.

—Tengo que volver con el corderito.—murmura él. Asiento, yo tengo que encargarme de la hora del baño de los rehenes. —No dejo de pensar en lo que dijo Berlín, lo de que Tokio y yo...

—Prefiero que piense eso a que sepa la verdad.—Río asiente y se aleja de mí. Me deja con un sabor amargo en la boca y un vacío que acaba doliendo.

Meto prisa a los rehenes y, cuando todos están listos, me coloco detrás de Berlín. Toca guardia, lo que menos me gusta de todo esto, aunque escuchar los discursos de Berlín tampoco está de más. Pienso en Río, que está ahí, burlándose con Berlín del capitán de atletismo. Es tan tierno, tan tan tierno. Río me mira de reojo, no le sonrío, pero acordamos que la extensión del índice derecho es un te quiero como una catedral. Él repite el gesto.

—Hamilton.—recojo el índice ante el llamado de Berlín. Lo miro y doy un paso al frente. —Alegría.

—Venga, machotes, las manos detrás de la cabeza y a la izquierda en fila india.—los seleccionados por Berlín cumplen mis órdenes, se van a poner a cavar el túnel falso para que la policía piense que vamos a salir por ahí. Las ondas coincidirían con las de Moscú. Estábamos jugando con la policía y ellos no tenían ni idea. —Sacando pecho como si fueseis la selección.

Los llevo hasta las catacumbas de la Fábrica, donde les espera Moscú. No necesita mi ayuda, así que me marcho de ahí. Me fijo en el niñato, en el atleta, un blanco fácil de manipular, habría que tener cuidado.

Dibujo las rotativas durante mi descanso, les escribo cartas a mi hermana y a Alain aunque sé que lo verán todo conmigo. Les cuento que amo a Río, como si fuera una adolescente de película americana, no sé si realmente se lo cuento a ellos o si es una mera y simple excusa para contármelo a mí. Dibujo la chapa de pedida que aún cuelga de mi cuello.

Escondo como malamente puedo el cuaderno y me deslizo hasta la sala de mando. Río está ahí, hablando con Alison. Está sonriendo.

—No le des tanta importancia a esta foto, es... es como cuando haces topless en la playa. —dice él mientras se acerca a la niña asustada. —Sabes, que a nadie le importa.

—Yo no soy de las que hacen topless en la playa,—responde ella con calma y mirándole a los ojos. —ni de las que se enrollan con chicos en los baños de un museo... que me escayolaran el brazo es lo más emocionante que me ha pasado este año.

—Un secuestro es más emocionante. —dejo el cuaderno en la mesa y me sirvo un vaso de agua. Río deja el móvil de Alison en la mesa y viene hacia mí, algo molesto.

Se sienta en la mesa, cruzado de brazos, mirándome. Yo hago lo mismo, le miro de arriba a abajo, intento descubrir sus intenciones, si está enfadado conmigo o si piensa que estoy teniendo un ataque de celos.

—¿Ocurre algo, Río?—este niega, pero no sonríe como hace habitualmente. —Hace dos minutos me decías te quiero y ahora...

—Y ahora te sigo queriendo, nunca voy a dejar de quererte, pero me preocupa que nada salga bien, Hamilton.

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora