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Domingo 23:15

62 horas de atraco

Estábamos listos para cualquier imprevisto, cualquiera menos este. Dieciséis rehenes, dieciocho si Arturo Román hubiera convencido a Mónica Gaztambide de que se fugara con él. Dieciséis personas que podían identificarnos, dieciséis personas que conocían nuestras identidades, dieciséis personas que nos joderían la huida. 

Sabía que, a pesar de que Sergio tenía algo con lo que pudiera delatarme a la policía, no lo haría. Él conocía mi historia mejor que nadie, siempre fue atento conmigo y en ningún momento dejaba de preocuparse por mí. Cada noche hablábamos de nuestras experiencias con la vida: el amor, la muerte, el sufrimiento... al final fuimos transparentes el uno para el otro. 

Viajamos a Afganistán para establecer contactos con viejos amigos suyos, mi hermana nos acompañaba. Alain nació allí por pura coincidencia. Eso nos unió mucho más que cualquier conversación o cualquier historia de atracos. 

Y sabía que estaba sufriendo por nosotros, que no podía hacer mucho más desde el hangar, mientras veía a Helsinki, Río y Denver cargar con una plancha metálica que cubriría el agujero y sería nuestro escudo. 

Berlín y yo entramos poco después, lentamente vemos como Moscú y Denver dejan caer la plancha, me deslizo por el suelo hasta los sacos de yeso que nos servirán de barricada. Dan a Helsinki en la pierna, Tokio grita que va a ir a por él, que la cubramos.

—¡Fuego de cobertura, prevenidos!—grita Berlín.  Cuenta atrás. Tres, dos, uno. —¡Fuego!

Empezamos a disparar a bocajarro, Tokio corre hacia Helsinki y el resto seguimos disparando, Moscú va a socorrerla. Quiero salir y matarlos a todos como Gal Gadot en Wonderwoman, pero ni soy Gal Gadot ni soy Wonderwoman. Empiezan a disparar otra vez, Berlín me cubre y esperamos a que el fuego de cobertura termine.

Entonces lanzan una bomba de humo, algo que sólo nos jodería a nosotros porque ellos tienen equipos de visión térmica, Berlín lo repite a gritos. Moscú se pone un guante y lanza la bomba fuera. Algunos quieren entrar, pero volvemos a empezar con el fuego de cobertura. Van a entrar. 

—¡Cubridme!—empieza a gritar Tokio, nosotros lo hacemos, espero que se le haya ocurrido algo que nos salve porque sino...—¡A cubierto!

Tokio arrastra la ametralladora, los empieza a disparar a discreción, mientras nosotros nos escondemos y, cunado los disparos cesan, volvemos a cerrar el agujero. Atornillamos los pies de las columnas que harán de nuestros arcos arbotantes y aseguramos los lados sellando la placa a la pared. 

Helsinki sale corriendo, le pregunta a Río por Oslo, pero nadie le ha visto desde hace bastante tiempo. Todos salen de la sala, todos menos Río y yo, escuchamos las súplicas de Helsinki hacia su primo. Me siento en el suelo y, simplemente, lloro. 

—Hamilton...—Río se coloca delante de mí e intenta darme la mano. Todo se está cayendo, todo está yéndose a la mierda.—Eh, mi amor...

Sigo llorando, me echo hacia delante y Río me coge entre sus brazos. Me aprieta contra su pecho, oigo sus quejidos, siento como su pecho se levanta y baja con rapidez, el beso húmedo que me da en la sien. 

—Tenemos, tenemos que subir con el resto.—Río empieza a negar. —Sí, sí, tenemos que estar con ellos...tengo que ver a Oslo...

—De acuerdo, sí.—Río se pone en pie y me ayuda. Me hace mirarle y me limpia las lágrimas, yo hago lo mismo con él. Sus manos están sobre mis codos y me mira con terror. —Eres preciosa...

—No es el momento, cielo.—le murmuro. 

Me aparto de él y corro hacia el cuartel general. Mil sentimientos me recorren el cuerpo, mil pensamientos e ideas sobre lo que acaba de ocurrir me revuelven por dentro. En la sala, Denver, ha tomado control del teléfono, Tokio, desde el otro lado de la sala, me mira y se acerca a mí para abrazarme.

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora