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Lunes 18:00
80 horas de atraco

Sergio sabía que tarde o temprano descubrirían la finca, no era ningún misterio. Había dejado todo como nos fuimos, pero sólo dejó lo que la policía ya sabía, dejó sólo las huellas de Río, Tokio y Berlín. No era estúpido, sabía que la inspectora era lista y acabaría descubriendo el pastel. No era un hilo, era una ganancia de tiempo. 

Estamos a las puertas de los mil millones, tan cerca de nuestro premio, pero a la vez tan lejos. Dejo el rotulador a un lado y me apoyo sobre los fajos de billetes, tengo a las rehenes contando dinero. Alison enfrente de Mónica Gaztambide, Berlín me ha cedido el control absoluto del corderito. 

—Venga, chica, esto lo necesito contado en media hora. —Mónica sonríe, Alison pone mala cara y sigue contando. —¡A trabajar, que el trabajo dignifica!

Me llevo uno de los rollos de billetes envasados al vacío, sé que Río está en la cámara acorazada tres colocándolos y, no engaño a nadie diciendo que lo hago para verle. Acaba de dejar el rollo cuando me lo encuentro por el pasillo, enrolla su brazo en mi cintura , como si fuéramos a bailar, y me besa.

—Vaya coche de carreras le voy a regalar a Alain.—murmura entre beso y beso. 

—¿Vas a comprar su amor?—él niega y sonríe. 

—Voy a comprar el tuyo, mun patit guebel.—le coloco la mano en la cara y se lleva mi rollo. 

Vuelvo al trabajo. Queda poco para la cifra redonda de mil millones, Moscú me descubre con mi tercer café en la mano, con una mirada severa me lo quita y me manda a descansar, no duermo más de una hora desde hace setenta horas. Es muy paternal, siempre lo ha sido con todo el grupo. Chistes malos y regañinas cuando nos las merecíamos. 

—Y en diez minutos llama el Profesor.—me recuerda con cierta preocupación. Desde hace doce horas no tenemos noticias de él. —Tú sabes algo...¿no?

—Lo sé todo, Agustín, confía en el plan, confía en el Profesor.—Moscú asiente y luego niega. 

—No puedo confiar del todo en él, ya nos ha fallado al no avisarnos de la fuga. Entiéndelo, Hamilton. 

—Te entiendo perfectamente, Moscú. 

Ambos nos vamos al cuartel, quedan cinco minutos para que se produzca la llamada.  Berlín preside la reunión, Moscú se sienta al lado de su padre y Tokio camina nerviosa de un lado a otro de la habitación. Todos miramos con expectación al reloj, sobretodo Berlín. 

—Ya es la hora.—anuncia Moscú. 

—Todavía falta un minuto para las seis.—corrige Berlín, cojo de vuelta el café y lo sostengo entre mis dedos. 

—Pues dadas las circunstancias ya sabes por dónde me voy a pasar tu puñetera puntualidad británica. —Moscú llama, Tokio se acerca a Denver y coloca su mano sobre el hombro de él. No hay respuesta. —Tercera llamada sin respuesta, eso son dieciocho horas sin noticias del Profesor.

Moscú levanta la mirada, no puede confiar más en el hombre que tiene que protegernos. 

—Ya sabemos lo que significa eso. —Moscú cuelga el teléfono. Si por cualquier cosa no nos llamaba en veinticuatro horas le habrían detenido. Eso temía Moscú, que el plan se fuera a la mierda. 

Berlín me coge la taza de café y se la bebe. Moscú empieza a confesar sus preocupaciones, yo pensaba en el plan Chernobyl. El plan Chernobyl. Un plan desesperado de huida en el que perderíamos todo el dinero. Todo nuestro esfuerzo se iría al garete. 

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora