6

2.7K 163 5
                                    

Sábado 18:00
32 horas de atraco

Las rotativas seguían produciendo nuestro dinero, plancha tras plancha. Los billetes eran precisos, perfectos y hasta parecían de curso legal.

—Bien, señor Torres ¡Bien, muy bien!—cojo la lista con los números de serie y cojo el rotulador rojo. El señor Torres me mira dubitativo mientras le enseño la hoja. —Y ahora cambiamos de serie. Cambiamos de letra y cambiamos de país.

Le doy la hoja y él sale sin decir nada y sin hacer una suela mueca. El señor Torres no se queja ante esta situación adversa. Cambio el número de serie y lo subrayo, ya queda menos para nuestros dos mil cuatrocientos millones.

Y en la parte de abajo, mis compañeros, estaban poniendo en práctica lo que habían aprendido en las dos clases de primeros auxilios de Sergio.

2 meses antes, en la finca de Toledo.

Río está tumbado sobre la mesa, mirando al techo, prácticamente desnudo y con el Profesor recorriendo sus arterias con un rotulador azul. Yo podía verle la cara, pero él ni si quiera me mira. Va muy en serio, no quiere poner en riesgo nuestra relación.

—Cava, cava inferior...—murmura Sergio a la vez que dibuja las líneas en el pecho de Río. Sus caras son de lo más divertidas. '

—Tenemos que hablar, marquesita.—me murmura Berlín con cierta preocupación. Asiento y sigo atendiendo a la clase.

—Para, para, para.—dice Denver con seriedad. —Vamos a ver, tú quieres que aprendamos medicina así, con dos rotuladores.

Sergio se detiene y lo mira durante dos segundos, le molesta que le interrumpan, pero odia que le cuestionen. Denver acaba de hacer las dos cosas.

—Si alguno recibe un disparo no va a poder ir al hospital, os las tenéis que apañar ahí dentro.

—Va a ser un puñetero suicidio. —dice Denver, su padre le hace callar. —Una cosa es que nos encerremos en esa ratonera y otra cosa es que nos matemos.

—Denver.—le llama la atención Berlín. Sergio me mira, levanto las manos, como si me estuviera atracando, aunque cierto es que me está acusando de haber incluido a Denver en el plan. —Te estamos pidiendo que aprendas a sacar una bala. No empieces con la épica del extrarradio.

—Y no es tan difícil, Denver, coges la pinza y sacas la bala sin joder nada más.

—Sin joder nada más que un tiro. Mira, a mí si me pegan un tiro, me lleváis a un hospital...

—La respuesta es no. —corta tajantemente el Profesor.

—A ver, yo prefiero estar coja y libre que con una salud de hierro y en una celda. —añade Tokio.

—Nadie saldrá. —continúa diciendo el Profesor. —Cualquiera de vosotros es una pista y un hilo del que tirar, así que, si alguien quiere renunciar, este es el momento. Se queda aquí el tiempo que dure el atraco y luego se va.

—¿Va a durar mucho la charla? —pregunta Río desde la mesa. —Se me está quedando la pichilla como la de Helsinki.

—Eh, que dice de mi pichuli. —todos nos reímos, todos menos el Profesor, que ya está pidiendo silencio. Río se viste, se pone la camiseta y las chapas, me sonríe, pero mira más a Tokio.

—Que se ponga otro. —ordena el Profesor. Doy un paso hacia delante. El hombre es un ser curioso, cuando ve a una mujer en sujetador se convierte, de forma repentina, en un orangután de espalda plateada.

Me siento sobre la mesa, algunos vitorean. Me quito la camisa, desabrochando lentamente todos los botones y me giro hacia Sergio, él me coge la camisa con delicadeza y la deja colocada en una silla.

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora