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Miércoles 15: 35
125 horas de atraco

Todos estamos en fila delante de las dos cajas de madera que contienen los cadáveres de Oslo y Moscú, están cubiertos con fundas de plástico blancas. A mi izquierda está Berlín, Tokio al otro lado de la fila, como si fuéramos las tapas de un sándwich de hombres rudos y dolidos.

—¿Lo cubrimos? —se atreve a preguntar Berlín.

—¿Así sin más?—pregunta Denver con voz ahogada. —Habrá que... habrá que decir unas palabras o algo ¿no?

Río asiente y Denver avanza con solemnidad hacia el improvisado ataúd de su padre. Comienza a rezar. Nunca he sido religiosa, a pesar de haberme confirmado, y no creo ser atea. Solo por respeto bajo la cabeza, como hacia cuando iba a misa con mis padres.

También rezo, encomiendo mi alma a alguien o algo de lo que he renegado siempre. En situaciones desesperadas se toman medidas desesperadas.

—Venga a nosotros tu reino. —corrige Río con un hilo de voz.

—¿Qué?—todos miramos a Río, que levanta ligeramente la vista.

—Que te has saltado un párrafo, que después de santificado sea tu nombre, viene venga a nosotros tu reino...

—¿Qué cojones importa eso ahora?—le echa en cara Denver con un tono furibundo, quiero hablar, pero Andrés me detiene con una sola mirada.

—Que si quieres rezar—interviene Helsinki con un tono conciliador. —hay que hacerlo bien.

—¿Tú crees que va a estar ahí Dios viendo si lo dices bien o lo dices mal?—nadie más dice nada. —Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y libranos del mal.

Tokio empieza a sollozar a mi lado. Ambas nos miramos, contiene sus lágrimas así que no dudo un segundo en abrazarla. Al hacerlo rompe a llorar. Cuando todos decimos Amen se adelantan y cubren los cuerpos. Helsinki enciende una vela.

Me toca subir, una vez más, a imprimir dinero. Estábamos tan cerca y a la vez tan lejos de conseguir nuestro objetivo que me sentía frustrada. Habría dado lo que fuera por bajar a picar, aunque sabía que esa no era mi misión ni mi función aquí, seguro que podía canalizar esta frustración y librarme de ella.

—Hamilton. —Helsinki se apoya en el marco de la puerta de mi despacho y me sonríe con cierta burla y satisfacción. —Profesor ha llegado.

—No me jodas. —Helsinki asiente un par de veces y salto a sus brazos. Grito de felicidad y me atrevo a besarle la frente. Helsinki grita conmigo y también me abraza.

Me deja en el suelo e intenta alcanzarme, soy mucho más rápida que él.

No había llegado, bueno, técnicamente no había llegado, pero estaba a escasos metros de nosotros. Andrés lo espera en la cámara acorazada. Solo él y yo, como al principio de nuestra amistad. Él también piensa lo mismo y por eso me mira con suficiencia y burla.

—Aún no sé que hacías en esa caja fuerte.

—Era de lo único que no tenía planos. —asiente. Claro que lo sabía, solo quiere llenar el vacío silencio incómodo que nos rodea.

—He hecho cálculos. —dice Andrés con cierta seriedad. Me mantengo aparentemente tranquila, pero por dentro estoy tensa y algo asustada. —Entiendo que mantuvieras el secreto.

Andrés se gira para mirarme y agarra mi mano con fuerza.

—Si algo te ocurre tienes que llevarlo con Rafael y Tatiana, tendrá una vida normal.

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora