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Al principio no gustó la idea. Poco a poco nos fuimos mentalizando porque el plan de la Fábrica de la Moneda iba a ser un paraíso al lado de lo que nos espera.

Poco a poco fuimos perfeccionando el plan. Sergio y yo sabíamos que teníamos demasiado poco tiempo como para asegurarnos de que fuera a salir perfecto y las ansias de Raquel por colaborar no ayudaban demasiado. 

No era su culpa. Si fuera ella haría lo mismo. Siempre había estado acostumbrada a llevar el control de todo lo que le rodea. No es capaz de delegar ningún tipo de poder en nosotros. Quiere tenerlo todo bajo control. Es como Sergio, como yo...como Andrés.

 Aplicamos el plan Chernobyl, el plan de huida desesperada, pero no huíamos.  Nuestra única intención era entrar en Madrid, pero que nuestra entrada no fuera lo que produjera el caos. Pasar algo desapercibidos, pero volviendo a lo grande. 

Eso era lo nuestro. 

Habíamos vuelto a clase. Yo había vuelto al final de la fila. 

Martín, mi viejo amigo, al que tendré que llamar Palermo estaba en la fila de enfrente, pero a mi lado. Cuando Andrés murió no pude estar a su lado. Lo sabía todo con pelos y señales, Sergio se lo había contado, pero no me echó la culpa. 

Río está al frente de la clase, enfrente de Tokio. La noche en la que Sergio nos reunió tuvimos una discusión, una de las grandes. Desde entonces no dormimos juntos, cada uno va por su lado. Siento sus miradas en mí cada vez que comemos todos juntos, siento su incomodidad cuando nos quedamos a solas y su enfado cada vez que nos encontramos. Aún así no nos ha dejado atrás. 

No escucho el plan, estoy harta de recordar cada una de las partes. A veces ni si quiera iba a las clases, pasaba cada minuto que podía con Alain en los jardines del monasterio en el que tanto tiempo viví e intenté dejarme la piel para reformarlo. 

—Lanzaremos ciento cuarenta millones de euros. —anunció el Profesor. Una nimiedad al lado de nuestras fortunas y futura fortuna. 

Río fue el primero en rechistar. 

—Nos han llamado Robin Hoods, tiene sentido que una parte de ese dinero vaya a la gente. 

Tenía razón. De no ser por el pueblo, la policía, hubiera entrado y nosotros estaríamos en ese monasterio. Estaríamos pudriéndonos en la cárcel. Con una visita cada dos semanas y compartir una celda o vivir en una de aislamiento. 

Habíamos vuelto a Madrid, Sergio nos había escondido en lugares diferentes para pasar la noche. Río le pidió irse con Tokio. 

Las miradas amenazadoras de mi hermana hacia Río eran notables desde cualquier punto de la habitación. Tenemos un camión y dos furgones militares. Sin escudo ni número, esperando a saber que unidad militar iba a partir al Banco de España.  Odio tener que vestir de militar otra vez. 

—¿Vos que rango teníais en el ejército?—Martín se sienta a mi lado, lleva el pelo engominado, con la raya a un lado y le da un aspecto demasiado extraño. 

—Sargento primero. —Martín silba y ríe después con cierta sorna. —Sé que Sergio te ha colocado a Tokio de segunda al mando en caso de que las cosas se pongan feas. 

Martín vuelve a mirarme con seriedad, se coloca a mi vera, con su brazo rozando el suyo y el índice en sus labios. 

—Sólo tenemos que evitar que se pongan feas ¿no?—susurra antes de mirar a ambos lados. —Sos la única en la que confío, querida.

Esta era mi propia partida de ajedrez y acababa de comenzar.  Sabía que Martín le guardaba rencor a Sergio por la muerte de Andrés, su mitad, y, también, conocía su miedo y odio a no tener el el control de todas las situaciones y planes. Podía utilizarlo a mi favor o para el bien del equipo. 

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⏰ Última actualización: Sep 13, 2021 ⏰

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Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora