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No estaba muy acostumbrada al calor, era más de climas fríos y secos que de húmedos y cálidos, así que, para mí, era más cómodo haberme ido al polo norte que haberme quedado en esta isla del pacífico bebiendo agua de coco y estando todo el día en bikini.

Lo hacía por Sergio, porque sabía que nos tenía localizados ahí. Me dio la opción de viajar por todo el mundo, pero, en su lugar, me quedé en esa isla. Algo podría ir mal y no quería arriesgarme.

Vivíamos en una comarca indígena en Panamá, en el archipiélago de Guna Yala. Tenían sus propias normas, al margen de la ley internacional, así que nos acogieron a cambio de una minúscula parte de nuestro dinero. 

Ya llevábamos casi tres años en esas islas. Nos habían acogido con los brazos abiertos, colaborábamos en lo que hiciera falta y disfrutábamos de nuestra vida isleña.

Tres años antes. Frontera marítima de Portugal.

Sergio estaba en la proa del barco pesquero que nos iba a llevar a la libertad. Todos disfrazados y en silencio, esperábamos las instrucciones de Sergio.

Yo me había alejado del grupo. Necesitaba estar sola y todos lo comprendían, al igual que lo necesitaba Sergio. Intentaba dibujar, pero sólo me salía dibujar a Andrés.

—Eh, novia cadáver. —me saluda Río apoyado en una de las paredes. Le sonrío y se sienta a mi lado. —Sé que quieres estar sola, pero el Profesor nos ha reunido en la bodega. Ya estamos en aguas internacionales ¿no has oído la fiesta?

—Estaba demasiado enfrascada en mis pensamientos.

—¿Puedo preguntarte algo?— asiento y Río me ayuda a ponerme en pie. —¿Por qué Berlín le dejó una parte de su parte a Alain?

—Es una historia muy larga de la que no quiero hablar realmente.

—Ya... entiendo...—Río rodea mi cintura y apoya su frente contra la mía. —He pensado que podríamos casarnos aquí... porque los capitanes de barco pueden casar ¿no?

—Sí, cariño, los capitanes de barco pueden casar.

—¿Entonces?

—Primero el Profesor y luego nos casamos.

Bajamos a la bodega, ya están todos reunidos. En una pizarra están los continentes con números debajo. Números de teléfono. Números de emergencia con cédulas dormidas que nos socorrerían. Conocía sus destinos predilectos y más o menos sabía a donde podría mandar a las diferentes parejas.

—Hemos conseguido escapar, pero ahora viene lo más difícil. —todos miramos a Sergio con cierta expectación. Nadie diría que acaba de perder a su hermano y mejor amigo, nadie sospecharía que está destrozado.—Mantenerse vivo.

Sergio saca tres carpetas rojas y nos tiende una a Helsinki, a Denver y a mí.

—No quiero que los abráis ahora. —nos advierte.

—¿Qué es esto?—pregunta Tokio.

—Destinos seguros. —respondo sin dejar de mirar a la carpeta ¿a dónde iría?

—Pensad que solo yo puedo saber donde está cada uno de vosotros.— concluye Sergio clavando su mirada en mí.

Solo espero que la próxima vez que nos veamos no sea en un atraco.

(...)

Salgo del agua y sonrío al ver a Río corriendo detrás de Alain, ya no se parecen tanto, pero cualquiera diría que parece su hijo. Mi hermana sale de nuestra cabaña con un pareo azul. Nunca la había visto tan guapa y tan feliz. Todos somos felices. Cuento los días y guardo los recuerdos para cuando se tuerza.

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora