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Martes 19:35
105 horas de atraco

La sangre de Moscú mancha mis manos. El llanto de Denver me embota los oídos y no sé como mantener la calma, no sé como mantener al equipo. Ninguno lo sabe.

El sudor de Moscú me empapa y su mirada busca a su hijo, pero se encuentra con la mía. No sé quien pide el botiquín, pero entre todos le damos la vuelta y comprobamos que la bala no ha podido salir. Todo empieza a ponerse más feo. Berlín hace de enfermero y yo de doctora, empiezo a abrir el mono, a colocar la vía. Todo de forma automática, como un robot.

Río es el primero en ponerse a mi lado, Tokio sujeta la mano de su suegro y Denver se pone en pie. Necesita respirar, asumir lo que está ocurriendo. No es fácil asimilar la muerte de alguien y, aún menos, la de tu padre.

Aníbal fue el primero en ir a ver a Denver, a abrazarlo e intentar consolarlo. Transmitirle que él está con su amigo. Río es el ser más sensible que había conocido nunca, la persona que más se interesaba por sus amigos y por el estado de los que le importaban. Tokio solía referirse a Sergio como su ángel de la guarda, Río era el mío.

Subo al cuartel general, Andrés mira y acaricia el cristal de la pecera. Necesita tranquilidad, da media vuelta cuando aparezco, pero ninguno de los dos dice nada. Sus manos también tienen la sangre de Moscú.

Hago un café, que dejo sobre la mesa, y seguidamente hago el segundo, que apuro de un solo trago. Continuamos en silencio unos segundos más, hasta que nuestra paz se ve turbada por el huracán Tokio, dispuesta a arrasar con Andrés.

—Tres tiros. Le han metido tres tiros en el estómago. —Andrés se pone en pie, con lentitud deja a un lado a Tokio y mira al suelo. —Tenemos que llamar a un médico. Nosotros no podemos hacer nada.

—Nosotros tenemos que mantener la cabeza fría, Tokio. —Andrés traga saliva y continúa mirando al suelo. Esta mostrando debilidad. —No sólo estoy pensando en Moscú. Voy a llamar al Profesor.

—¡El Profesor no está!—vocifera Tokio con rabia. Me acerco a ellos con sigilo, aunque ambos saben que estoy no quiero llamar la atención. —¡Lo he llamado mil veces, no está en el hangar, no sé dónde coño está!... tenemos que llamar a la inspectora Murillo.

—No podemos.—digo al fin, ambos me miran. Tokio con cierta incredulidad, como si no esperara esa respuesta de mí y Andrés con la mirada perdida.

—No está en el plan. —concluye Andrés con calma.

—¡¿Qué plan?!—Tokio da un paso al frente, con rabia y acercándose a Andrés. —¿Sabes cuál era mi plan?...matarte, pero el que se está muriendo es Moscú, así que no te atrevas a decirme lo que está en el puto plan.

Salgo. No quiero tener nada que ver con la decisión que se iba a tomar en esa habitación. Continúo trabajando, imprimiendo billetes. No pinta demasiado bien esto así que quiero salir con el máximo número de billetes posibles, salir al menos con una gran parte del botín y, si no salíamos, que al menos el plan Chernobyl tuviera sentido.

No quiero ir a ver a Moscú. Le he fallado, le prometí que le cuidaría y que no le ocurriría nada. Le he fallado, a él y a Denver.

—Hamilton.—Río llama a la puerta y salto a sus brazos, él besa mi mejilla y me empieza a murmurar palabras de alivio. —Amor, va a salir bien.

—Quiero pedirte algo. —ambos nos separamos y él asiente un par de veces con nerviosismo. —Si algo se tuerce...

—No te voy a dejar atrás. —me interrumpe. No está enfadado ni me mira con preocupación.

—Por favor, hazme caso por una vez. —Río vuelve a negar y yo se lo vuelvo a pedir en un murmuro. —Rayo, por favor, escúchame. Llevo todo este atraco protegiéndote, ahora ha llegado el momento de que cada uno se cuide de sí mismo.

Hamilton | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora