Capítulo Cuarenta Y Ocho

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Martes.
Desperté por la ausencia de algo cálido a mi lado y al instante caí en cuenta que Matthew no estaba conmigo. Me incorporé viendo la hora que estaba a un lado –8:13 a.m– y con pereza me levanté sintiéndome un poco perdida al estar en una casa que no conocía en lo absoluto, al mirar hacia la cama rápidamente recordé lo que había pasado en la noche y un pleno cosquilleo se hizo presente por todo mi cuerpo, sintiendo cada emoción que sentí anoche.

Salí del cuarto mirando el gran pasillo en donde no hacía más que seguir viendo puertas sin saber realmente dónde ir. No me quedo otra opción que llamarle.

—¡Matthew!

—¿Qué?—. escuché que gritó desde algún lugar en la planta baja

No tenía idea dónde ir, me coloqué en medio del pasillo intentando buscar las escaleras pero simplemente no había nada más que puertas.

—¡Me perdí!

Sentí una escandalosa risa y sin darme cuenta vi como una puerta a mi izquierda se abría proporcionando que mi corazón casi saliera de mi cuerpo por el susto recibido.

—¿Por qué haces eso?—. pregunte exaltada mientras tomaba mi pecho con dramatismo

—¡Debiste mirarte!—. volvió a estallar en una fuerte carcajada y ya sin fuerzas para mantenerse en pies cayó de rodillas mientras tomaba su estómago con sus dos manos

—No es gracioso—. mormure

—Perdón, es que ahí está la escalera para bajar al primer piso—. excuso aún riendo

Rodee los ojos y pase por encima de el mientras abría nuevamente la puerta y bajaba las escaleras con completa calma. Sentí mi cuerpo estremecerse por la temperatura y ahí caí en cuenta que solo tenía una polera holgada que me había pasado Matt antes de dormir un poco. Me protegí con mis brazos y camine hacia la cocina, no era difícil de encontrar. Eso al menos.

—Ya está todo listo, no es necesario que hagas nada amor— dijo a mis espaldas—. Vamos a desayunar.

                       ***

—Cabalgar era uno de mis pasatiempos favoritos, ¿te lo dije?—. preguntó mientras montabamos unos preciosos caballos

Hemos estado gran parte de la tarde cabalgando o dando caminatas para ver otros animales que habían en el lugar. El caballo que montaba Matt se llama Valiente y es un precioso caballo negro azabache que por lo que nos dijeron, era muy veloz. El mío se llama Silvestre y era marrón con manchas blancas, también era muy veloz. Ahora estábamos cabalgando por el gran campo aprovechando los últimos minutos que teníamos antes de ir a nuestro otro destino.

—Nunca me lo dijiste— respondí—. ¿Por qué dejaste de hacerlo?

—No lo sé— respondió encogiéndose de hombros—. Tenía mi propia caballeriza pero creo que mi trabajo comenzó a limitar mi tiempo y dejé de hacer muchas cosas. Está es una de ellas.

Asentí y mire a Silvestre quién iba trotando con una ligereza casi mágica, no sentía los pequeños saltitos y cada paso que daba era lleno de gracia. La última vez que monté un caballo fue cuando era pequeña, apenas y lo recuerdo ya que ahí aún estaba mi padre y el fue el que cabalgó conmigo. Desde entonces nunca más me subí a uno.

Y vaya que lo deje en claro luego de que estuvieran más de una hora enseñandome a como montar.

—Me hubiera gustado que me conocieras antes, hubieras visto todo lo que hacía, lo que tenía— comento sonriendo mientras apresuraba la marcha viendo que ya estaba oscureciendo—. Tuve que dejarlo todo, tuve que vender muchas cosas y no por falta de dinero si no que no me podía hacer cargo de ellas y jamás me a gustado desperdiciar dinero siendo que puedo ocuparlo en otras cosas o donarlo. Cualquier opción está bien para mí.

Destruidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora