XVI. Humo y agua de lluvia.

474 27 6
                                    

La cabeza me palpitaba haciendo que el dolor aumentase más aún si cabe que la confusión. Las manos me temblaban, y estaba más que segura que se debía por la conmoción que por el frío. 

No quería admitirlo, pero estaba aterrada. Ya eran demasiadas las cosas que estaban pasándome, y todo esto no puede deberse simplemente a la casualidad. Alguien -o vete a saber quienes más- estaba siguiendo mis pasos, y esto era algo que me sobrepasaba. Arrugué la nota, abrí la ventanilla del coche, la arrojé a la calle y, en vez de entrar en casa, arranqué el motor y salí disparada a la carretera sin saber a dónde dirigirme pero con la adrenalina y el terror corriéndome por las venas a una velocidad de vértigo.

               

                                                                        ***

Las cenizas caían sobre mis botas tiñéndolas de gris. Polvo somos y en polvo nos convertiremos. ¿Acabaré yo también como el polvo? Eso está claro. La pregunta es, ¿será tan pronto como creo que será?  

Saqué el mechero y lo giré entre mis dedos. Lo alcé ante mis ojos y encendí la llama, iluminándome la cara y desprendiendo calor. Me fascina que algo con tanta fuerza y tan vivo, con un solo movimiento se extinga con tanta facilidad. Parece una metáfora de mi vida. Ya es demasiado tiempo el que llevo tiempo pensando en ello, y cada vez veo más cerca mi momento. Si fuera capaz de vislumbrar algún sitio aparte de este no dudaría en largarme y mandar a la mierda a todo el mundo de este sitio. 

Me levanté y tiré el cigarro al charco de agua, o probablemente de licor. Lo observé desvanecerse con todas sus cenizas y me limpié las botas. Con toda la chusma que hay por aquí no me extrañaría. Me apoyé contra la pared y miré al cielo encapotado. No sentía los dedos con el frío, y la impotencia cada vez me mataba más y más más. Antes no me importaba. Tenía dinero, todo el dinero que quisiera, no tenía a padres que me reprimieran, hacía lo que me daba la gana, cuando me daba la gana, y no me importaba las consecuencias. Realmente lo sigo haciendo, pero pensaba, si tengo dinero ¿qué más darán mis recuerdos y mi vida pasada? Ese tío me mantenía si hacía lo que él quería, y como todo me iba bien, no me preocupaba por nada. 

Pero ahora está siendo algo que me consume aún más cada día que pasa, matándome por dentro. Esto es peor que si ése tío decidiera matarme ya, pero sé que no lo hará. Disfruta teniendo el control, sabiendo que sin él el mundo de la mayoría se desmoronaría. Disfruta viéndonos movernos en círculos. No, no quiere deshacerse de nadie. Esa sería su última opción, aunque sé que conmigo está al límite.

Cada vez que intento recordar algo de mi, por un mínimo detalle que sea, mi mente se ilumina con un blanco cegador y como siempre: nada. Ni rostros, ni nombres, ni lugares. No soy capaz de ver ni siquiera si era feliz o no. 

Lo único que recuerdo de mis..¿dieciocho? ¿Diecinueve? Creo que tengo diecinueve años. Joder, es frustrante no saber ni cuándo naciste. En fin, lo único que recuerdo de mis hipotéticos diecinueve años es despertarme con las uñas lilas, los labios azules y el pelo mojado, desorientado y sin saber dónde narices estaba. Luego, su cara, diciéndome que todo iría bien. Que él me ayudaría. Que a partir de ahora iba a ser su "protegido". Y vaya que lo fui. Pero parece que ya se ha hartado de mi prepotencia. Qué bien, porque yo ya estoy hasta los huevos de su olor a alcohol las veinticuatro horas de el día y de sus "trabajitos" que nunca llegan a ninguna parte.

Ese cabrón me destrozó la vida con esto, y por mucho que quiera no puedo dejarlo, porque no sólo peligro yo. A mi me tenía atado, pero tengo el presentimiento de que no soy el único.

Me miré los nudillos. El puñetazo que le di a ése tío el otro día me sentó bastante bien, pero tenía la mandíbula tan jodidamente dura que me los ha dejado en carne viva. Vale, no sólo fue eso. 

Sweet DespairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora