27. Cielo naranja

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Al día siguiente Colin ya no estaba. Durante la noche se esfumó. Desesperada lo busqué por toda la casa solo para encontrarme con una carta. No necesité leerla para saber que se había ido. Su letra cursiva me lastimaba:

Emma,

Verdaderamente me siento muy apenado de dejar las cosas así, sin embargo me veo en estos momentos comprometido a regresar de inmediato a Nueva York por una urgencia del trabajo. Me duele pensar en lo que me ha dicho tu madre, pero por muy ácidas que sean sus palabras, son verdaderas. Tú eres joven y mereces a alguien como tú, alguien que inhale la vida con tanta inspiración. Yo no soy capaz de hacer eso y por mucho que lo intente me temo que fallaré. Tengo muchos problemas internos, he vivido lo suficiente como para ensuciar con facilidad tu pura inspiración. No quiero absorber tu juventud. Espero algún día me perdones. Te deseo lo mejor,

Colin.

Sentí que mi pecho se sumía y mi garganta se cerraba. Era como esos garrafones, que en los experimentos de física, les aspiran todo el aire del interior, y al tener un vacío por dentro, la atmósfera los va comprimiendo por la presión. 

No quería ver a mis padres a la cara, mucho menos a mi madre. Hice mi maleta y me fui lo más antes posible. Agradecí profundamente que mi vuelo fuera hoy mismo para no tener que estar con mis padres ni un segundo más. Tomé un taxi al aeropuerto y me quedé todo el día entero sentada en la sala de espera, tomando café del Seven Eleven del aeropuerto. Me sentí vacía. No lloraba, no reía, no me enojaba, no sentía nada. Mi corazón se había endurecido.

Era tiempo de abordar. Me senté en mi asiento y volteé a ver el asiento a un lado mío, donde Colin debería estar. Vacío.

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Al llegar a Nueva York el calor me hizo sentir fastidiada. Tomé el subterráneo en la estación de JFK en Howard Beach hasta la estación Borough Hall. De ahí caminé a mi apartamento. Lo primero que hice al entrar a mi habitación fue cambiarme de ropa, cerrar las cortinas, acostarme en la cama y dormirme un par de horas.

Mi boca seca me despertó, pero en realidad no tenía ganas de levantarme jamás. Tomé mi celular, que había dejado en el buró, y comencé a scrollear mis contactos, deteniendome en el de Shannon. Presioné "llamar".

-Holaaaa.- Contestó casi de inmediato.

-Hola.- Dije triste.

-¿Qué pasó? ¿Por qué tan apagada? ¿Cómo te fue con tus papás?- se escuchaba preocupada al otro lado del teléfono.

-Mal.

-Ay no bebé, que mal. Si lo necesitas, puedes hablar conmigo de eso.

-Es que al inicio, todo parecía que iba bien, pero mi papá hizo sentir incómodo a Colin cuando llegamos a la casa y cuando mi mamá llegó se infartó de que él fuera mi novio  y me echó un choro. Luego, al día siguiente mi mamá le empezó a decir de cosas a Colin y mi papá lanzaba demasiados fuegos artificiales que también incomodaban a Colin. Y hoy en la mañana, Colin se fue de repente y me dejó una carta que decía que él no merecía estar conmigo. Mis padres lo arruinaron todo.- Comencé a llorar.

-Que sad, Emma. Voy a tu casa.

Shannon tardó como una hora en llegar a mi casa. Trajo consigo un montón de botanas y no hizo nada más que apapacharme y ponerme a ver películas que me levantaran el ánimo. Se quedó a dormir conmigo y al día siguiente me despertó emocionada.

-¡Emma!¡Emma!¡Despierta!- brincaba sobre la cama.

-¿Qué?- yo todavía estaba amodorrada.

-¡Que emoción!

Treinta y Cuatro AñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora