Prólogo

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La luna roja evocaba un aire curioso en el cielo: brillaba como ninguna luna lo hubiera hecho cualquier otra noche. La luz roja se extendía alrededor de ella hasta difundirse en un tono azul oscuro a través de la inmensidad del cielo.

De hecho, era la primera vez en su vida que Cole observaba una luna roja; se sentía irreal. Sentado en el suelo, alargó su mano con la intención de tocarla, sus dedos se movieron con lentitud tratando de distinguir la distancia, de diferenciar algún truco visual que lo estuviera engañando.

Nada. Allí seguía, emitiendo su brillo carmesí. Como somnoliento y lúcido a la vez, quedó embobado mirando sobre sí.

—Mi señor.

Una voz detrás de él le sacó del trance.

—Llevo un buen rato buscándole. La patrulla está casi por terminar.

La voz de Frederick era respetuosa, aunque Cole podía distinguir un ligero reproche en sus palabras.

—Pensé que habíamos pasado ya la primera vigilia —rezongó al tiempo que se levantaba de la tierra.

Frederick permaneció en silencio, dando a entender lo que pensaba.

—Además —continuó—, no estoy perdiendo el tiempo. Estoy haciendo algo importante.

Frederick suspiró.

—¿Qué eso tan importante que está haciendo?

Cole apuntó al cielo. Frederick levantó los ojos mientras el resto de su cuerpo permanecía inerte.

—¿La luna? ¿Alguna constelación en específico?

—¿Qué...? ¡La luna, obviamente! ¿No ves que es...?

La palabra quedó en la boca de Cole al momento que miraba al cielo para encontrarse con una luna llena normal de color blanco. «Debe haber vuelto a la normalidad» pensó. De todas formas...

—¿No... viste la luna hace unos minutos? Te juro que era de color rojo.

Frederick frunció el ceño.

—Lucía igual que todas las noches.

—No. Estaba...

Se detuvo. Recordó la sensación que había tenido. Seguramente la luna roja era producto de su cansancio.

—¿Está jugando conmigo, mi señor?

—Sí —respondió Cole al instante—. Disculpa por hacerte esperar, volvamos con los demás —dijo mientras se adelantaba.

—Sí, señor. —En la voz de Frederick se oía alivio por fin.

***

En medio de la oscuridad y el frío de la noche, Zev afilaba sus cuchillos.

—Ya voy —dijo sin dignarse a levantar la mirada.

El hombre que acababa de acercarse no respondió. Observó unos segundos a Zev antes de dirigir su atención a lo poco que podía verse de la ciudad que estaba en la lejanía.

Varios rugidos ahogados comenzaron a oírse alrededor, algunos asemejaban risas de hiena.

—Están emocionados. —El brillo de sus ojos iba acompañado de una sonrisa maliciosa.

—No tanto como tú.

Había un deje de desprecio en la voz del recién llegado. Zev no le dio importancia. Se levantó dispuesto a partir.

—Todo comienza esta noche; deberías tener más reverencia.

Zev volteó, su mirada era grave.

—La tengo —soltó impasible—. Hoy comienza mi senda a la plenitud.

El silencio invadió la noche mientras Zev recuperaba el aliento.

—Confío en que escucharé buenas noticias de ti.

Zev se limitó a asentir. Sin decir nada más, se dio la vuelta y comenzó su trayecto a la ciudad, seguido de una cacofonía de rugidos que luchaban por contenerse.

Entre el Caos y el OrdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora