La noche parecía moverse a pasos sigilosos cada vez que una de sus piernas intentaba apresurar su caminata a través de la calle desierta, con el único fin de llegar lo más pronto posible a casa. Tenía la mente nublada, al igual que el cielo, y las manos sucias, manchadas en su esencia, en lo único que lo mantenía vivo, mientras que las lágrimas parecían estar estancadas en sus inmóviles ojos, fijos en su destino. No podía pensar ni atar cabos de manera coherente. La noche le había arrebatado inesperadamente el canal conector a su ambigua realidad.
Ya nada volvería a ser lo mismo.
Al escuchar los pasos presurosos de alguien correr tras ella, se dio la vuelta, dejando en evidencia una silueta borrosa que le gritaba, pidiéndole que dijera alguna palabra, que le contestara, que detuviera su frenética caminata para poder comunicarse con él. Sin embargo, Rose Jean se encontraba en un estado catatónico, que solo le permitía seguir avanzando en dirección a su hogar, por lo cual, sin pronunciar palabra alguna se dio media vuelta y volvió a su andanza, apurando sus pasos, sin detenerse siquiera a pensar quien era el dueño de aquellas súplicas.
Una vez llegó a su edificio, subió rápidamente las escaleras, sin devolverle el saludo a sus vecinos, quienes fruncieron el ceño ante su frío rechazo que denotaba el caos en la suciedad de su ropa. Y ya en el tercer piso, golpeó la puerta del pequeño departamento, siendo recibida casi al instante por su madre, quien al abrir la puerta y ver a su hija, parada, quieta y cubierta sus manos y ropas de sangre, sintió su corazón desmoronarse, cayendo en desconsoladas lágrimas.
Rose Jean salió de su trance al escuchar el escandaloso llanto de su madre, lo cual provocó que las lágrimas también comenzaran a correr por su rostro, mientras su cuerpo temblaba de manera incontrolable.
-Lo maté, mamá - murmuró, ahogada en sus propias palabras - Está muerto, lo maté – repitió, llevando sus sucias manos hacia el cuerpo de la mujer que le dio la vida.
Elizabeth metió a su hija dentro de la casa, llevándola a la cocina para ayudarle a lavarse las manos. Sabía que alterarse no las llevaría a ningún lado, así que en medio de la histeria, guardó su agonía para mantenerse tranquila e intentar averiguar sobre lo que su pequeña hija repetía una y otra vez.
-Está muerto por mi culpa - habló otra veZ, mirando a su madre directo a los ojos, una vez que el agua tocó su piel.
-¿De qué hablas, Rose? - preguntó la mujer, mientras refregaba las manos de su hija.
La sangre mezclada con agua corría por el lavaplatos, perdiéndose por el alcantarillado, siendo un cómplice silencioso que jamás se atrevería a decir una palabra.
-¡Que lo maté! - gritó la chica, presa del miedo y locura. A penas era capaz de hilar las palabras que se perdían entre sus tormentosos recuerdos - Está muerto - susurró, alejándose del dulce tacto de su madre, que intentaba a duras penas no perder los estribos.
Cerró la llave, sin respuesta alguna, sin entender absolutamente nada de lo que estaba pasando. Sin embargo, podía hacerse una imagen mental del escenario del cual su hija estaba hablando. Y le dolía, porque sabía perfectamente que Rose Jean era incapaz de acabar con la vida de alguien; por lo cual debía haber una explicación ante su imprevista apariencia y las repetitivas palabras que no hacían más que dejarla sin aliento.
-Rose, necesito que me digas lo que está ocurriendo, para así poder ayudarte – insistió Elizabeth, apretando las manos de la joven, ayudándole a sentarse en una de las sillas de la mesa de la cocina.
-¿Y qué harás? - preguntó, dejando salir una amarga carcajada - ¿Lo vas a revivir?
-No, hija - negó la madre, arrodillándose, para así poder quedar a su altura y mirarla directamente a sus enrojecidos y perdidos ojos - Pero necesito saber ...
-¡No! - exclamó, sintiendo un inminente doler en su pecho - No hay nada que hacer, no hay nada que hacer.
-Hablemos, por favor - pidió Elizabeth, comenzando a perder los estribos, mientras las lágrimas amenazaban con volver a salir. No entender lo que su hija estaba viviendo, comenzaba a quemarle el corazón.
-¿Me odias? - preguntó Rose, pasando sus manos por sus ojos.
-No, no - se apresuró a responder su madre, intentando agarrarle sus inquietas manos - No, hija, por supuesto que no.
-Soy una asesina, mamá - su voz se escuchó como un lejano susurro, quebrando el exhaustivo silencio que carcomía la habitación.
-No, Rose, no lo eres - besó las manos de sus hijas, las cuales estaban frías y no dejaban de temblar - Cuéntame todo, necesito saberlo.
-¿Para qué? - preguntó con ira.
-Quiero entenderte, por favor, Rose, no me hagas esto - la angustia amenazaba la poca tranquilidad, que solo se mantenía en pie para no exasperar más a su hija.
-¿Entender qué? - la joven se puso de pie rápidamente, por lo que su madre imitó su acción, quedando a la misma altura, puesto que medían lo mismo - ¡Soy una puta asesina! - gritó sin poder controlar el temor que inundaba sus débiles pensamiento, que repetían en secuencia el pavoroso acto del cual fue testigo.
Rose, sin mirar a su madre, dándole la espalda, dejó caer su cuerpo en medio de la cocina. El cansancio de las múltiples emociones vividas la hizo derrumbarse, totalmente débil. Llevó sus manos a su cara, tapando su sucio rostro, dando paso a las eternas lágrimas que la perseguirían por el resto de su vida. Mientras que, por su parte, Elizabeth abrazó a la pequeña niña de sus ojos, quién ahora parecía ser una desconocida, ajena a su realidad. La apretó con fuerzas, intentando transmitirle su calor, para así calmarle las entrañas que ardían en una injusticia medieval.
-Todo estará bien - susurró en su oído, mientras le brindaba suaves caricias en su enredada melena, al tiempo en que las lágrimas presurosas hicieron su fatídico acto de presencia. Ya no importaba, no podía ocultar el terror que caía sobre sus hombros.
Era una escena trágica, de aquellas que solo se esperan ver en una película de terror, cubierta por la oscuridad y el frío invernal que amenazaba con terminar la tranquilidad familiar que con tanto esfuerzo había logrado ser reconstruida luego de largos años de luto.
Parecía que nada ni nadie, pudiese interrumpirlas, que solo serían ellas dos por el resto de horas y quizás días, pero tan pronto el llanto comenzaba a cesar, la puerta principal fue golpeada de manera estruendosa, provocando que ambos corazones dieran un vuelco escabroso.
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Pursuit of happiness // t.c #1
FanfictionUna noche bastó para que un corazón se rompiera y el peso de un cuerpo cayera inerte sobre la acera. ¡Se prohíbe la copia total o parcial de esta obra! #1 trilogía Happiness