Little white lies

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Le dolía la cabeza el solo recordar a su hermano durante la madrugada, por lo que miró las tablas del camarote, escapando de su realidad, analizando como los hoyos y lineas de la madera formaban figuras abstractas que le pedían adjudicarles una personalidad. 

Milo saltó a su lado, ronroneando sin vergüenza, levantando su cola con desfachatez cuando la mano inquieta de la chica se paseaba por su lomo. El gato, en su éxtasis se dejó caer al lado de su ama, dejando sus patas blancas, al igual que el resto de su cuerpo, sobre el torso de Rose, el cual subía y bajaba con rapidez. No había podido pegar ojo en casi toda la noche, despertando de sobresalto en medio de tormentosas pesadillas, que provocaron una inesperada taquicardia que la mantuvo despierta y perdida en medio de sus tormentos.

-¿Milo está contigo? - escuchó la voz de su hermano preguntarle desde la cama de arriba.

-Así es - habló a penas. No quería levantar sospechas a su hermano, pero se le hacía imposible mantenerse tranquila, porque le dolía lo que había visto, confirmar lo que su madre y ella tanto temían.

-Gareth me dijo que te vio anoche en la fiesta - las trenzas de su cabeza aparecieron por un lado de la cama, mientras sus ojos la miraron con insistencia. Era extraño que participara en una fiesta, por lo que era normal que causara curiosidad.

-Noelia me convenció de ir - le sonrió, acurrucándose entre las sábanas, dándose la vuelta, quedando con la mirada en la pared.

-No las vi juntas - cuestionó, acomodándose en su cama.

-Me fui pronto - mintió.

No hubieron más palabras, se quedaron en silencio, hundidos en sus propios pensamientos. Rose no sabía que decir, ni como mirarle a los ojos, le sería muy difícil hablarle por el resto de tiempo que su experimento durara, pese a que no sería por mucho más, ya que había visto todo lo que quería confirmar. Sin embargo, el morbo le impedía actuar inmediatamente, necesita tener pruebas consistentes, irrefutables en su contra para encararle y hacerle sentir vergüenza por la insensatez de sus actos, provocando que la historia se repitiera, casi renegando su pasado, el mismo que los hirió y quebró con violencia. 

Nada fue lo mismo desde ese día, desde que la muerte tocó a su puerta. Literal. Eran pequeños y las imágenes pasaban fugaces aún en medio de sus memorias, esquemas mal logrados que la seguían atormentando, y probablemente lo seguiría haciendo por el resto de su vida. Suspiró con pesadez, intentando mermar la ira que comenzaba a apoderarse de su cuerpo. Siempre se proponía transmitir felicidad, superando de lado sus problemas, evitando el rencor, porque no se podía vivir con ese intenso y mortal sentimiento en su corazón; sin embargo, había un solo concepto que le perturbaba, le causaba escalofríos y una pizca de odio: las drogas.

-Rose - escuchó la voz de su madre, provocando que se diera la vuelta con entusiasmo, causando que felino saltara ágilmente fuera de su cama - ¿Estás despierta? - preguntó desde el umbral de la puerta.

-Si - confirmó, dándole una sonrisa.

-Tengo turno vespertino hoy - le sonrió con agrado a su hija, la cual se encontraba más que feliz al escuchar aquellas palabras - Y necesito que vayas a comprar algunos alimentos para la cena.

-Si, claro. Iré - asintió, mirando como la mujer que le dio la vida sonreía, causando que las margaritas aparecieran por entre sus mejillas - ¿Qué hora es? - preguntó, recordando como había sido participe del amanecer a través de su ventana.

-Las ocho y media - afirmó, mirando su reloj de pulsera - Voy tarde, cielo. Nos vemos en la tarde.

Elizabeth se acercó a la cama de su hija, doblando levemente las rodillas para poder quedar a su altura y así darle un sonoro beso en su mejilla. Se separó lentamente, colocando una de sus delgadas y temblorosas manos en ella, mirándole profundamente, intentando entrar dentro de la mente de su pequeña Rose, quien de a poco comenzaba a convertirse en una maravillosa mujer. Le causaba ternura verle tan débil bajo su penetrante mirada, puesto que dejaba en evidencia a la niña que aún llevaba dentro. Siempre sería su pequeñita, el brillo de sus ojos, quien la acompañaría e intentaría consolar pasase lo que pasase. Sin embargo, y pese a que Rose fue quien la descubrió hurgueteando dentro de los cajones de Steve, no tenía idea sobre el plan para desenmascarar a su hijo mayor. Para ella todo había quedado en una dolorosa conversación, olvidada, que pronto intentaría tocar con su hijo para hacerle entrar en razón.

Pursuit of happiness // t.c #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora