Power

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Rose Jean miró a la lejanía la melena rizada de Timothée moverse de un lado a otro mientras reía frenético en el patio de la escuela. El pecho se le oprimió y unas fuertes ganas de ir  hablarle se apoderaron de su ser. Decidida, y con el corazón palpitando a mil por hora, suspiró maltrecha para comenzar su marcha hacia el joven, quien aún no había notado su intensa mirada.

Sin embargo, una fuerte mano presionando su brazo detuvo su caminata. Era Steve, con la mirada perdida y la respiración esquiva. La chica le miró con cara de espanto, pues lo había visto bastante bien durante la mañana, nada parecido al estado en el que se encontraba. 

-¿Te sientes bien? - preguntó, pese a que sabía la respuesta.

-Me voy a morir - susurró, mientras pasaba su mano temblorosa por sobe su frente empapada en sudor frío. En el lenguaje que habían construido durante esas semanas de abstinencia, aquel mensaje significaba que necesitaba descansar.

-Vamos a casa, entonces - dictaminó, sin esperar la respuesta de su hermano.

Miró por última vez a Timothée, quien aún seguía riéndose, totalmente ajeno a su alrededor, inmerso en su mundo, y sintió unas fuertes de ganas de estar junto a él. La culpa le irritaba la cabeza y se le pegaba a su pecho doloroso como chicle en mesa de colegio. Aún estaba indecisa y temerosa, no sabía que hacer. Solo quería que las cosas volvieran a la normalidad, tal como estaban antes de ese beso.

Gracias a todos los dioses del olimpo, los planetas se habían alineado y con ello la jornada escolar había terminado, obligando a todos aquellos que no participaban en alguna actividad extracurricular a retirarse a sus hogares.

La vuelta a casa fue una odisea. El cuerpo de Steve se tambaleaba y agarraba el hombro de su hermana muchas veces para poder mantener la cordura, y así evitar pensar en que su último suspiro sería en aquella sucia y despreocupada calle de mala muerte que les servía de atajo directo para llegar al edificio. La fatiga le carcomía el pensamiento y podía ver a la lejanía, casi como un sueño, un poco de polvo que curaría sus pesares.

Una vez llegaron, Rose lo ayudó a tumbarse en su cama, ya que era imposible hacerle subir por las escaleras del camarote. Su madre no se encontraba, y eso le preocupaba de sobremanera. No estaba muy segura de cómo debía comportarse cuando Steve se encontraba moribundo a causa de la abstinencia, pese a que le había dejado una nota en la cocina con lo que debería hacer para ayudarle. No era mucho, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de ver a su hermano mejorar.

Milo, tan salvaje y testarudo como siempre, se acostó al lado de Steve para luego cerrar sus ojos y comenzar su incesante e intenso ronronear que lograba apaciguar la angustia que le recorría por las venas.

-Si no fuera por Milo, estaría vuelto loco - rió, apenado, disfrutando del sonido.

-Ya lo estás - le respondió Rose, sentándose en la silla del escritorio.

-Siempre se puede más - respondió juguetón.

Rose le devolvió la sonrisa, para luego sacar el cuaderno de matemática de su mochila. Quería estudiar, pero su mente volaba por rincones lejanos que no la dejaban aterrizar ni por un minuto. Estaba asustada y preocupada, se sentía sola y pequeña, como si todo se le escapara de las manos.

De pronto, alguien tocó la puerta. No fue de manera insistente, solo un débil golpe que le encogió los sentidos. Se puso de pie y caminó por el pasillo hasta llegar a la puerta principal, la cual abrió rápidamente. 

No esperaba en absoluto aquella visita. 

-Tim - susurró, sin poder reprimir una sonrisa.

-Rosie - respondió de la misma manera el rizado.

No tardaron en abrazarse, en sentirse como nunca antes lo habían hecho. Había sido una tortura china la espera irresistible de su reencuentro, pese a que ahora ambos tenían más claro lo que realmente querían. Sus corazones habían sido abiertos y expuestos con el único fin de terminar con la agónica incertidumbre que los mantenía angustiados y desvelados.

-No esperaba verte - confesó la rizada, quien se había soltado de los brazos del joven para así dejarle pasar.

Timothée se quedó de pie detrás de la chica, quien a penas cerró la puerta, pudo sentir la mano huesuda y temblorosa del rizado acariciarle el hombro lentamente. Un escalofrío le recorrió la columna e inesperadamente le dio el valor para girarse sobre sus pies y así quedar cara a cara con el hombre que le quitaba el sueño. 

-Lo necesitaba - murmuró, pasando sus dedos por entre los rebeldes rizos de la Rose.

-Lo siento - sonrió, porque unas lágrimas baldías comenzaron a correr por su rostro - No debí alejarme - suspiró.

-Yo tampoco - respondió sincero. Había dejado pasar más de una semana antes de juntar las suficientes  fuerzas para plantarse frente a la joven que le quitaba el sueño - Lo siento.

-¿Estamos bien? - preguntó, sin querer ser directa. Ya habría tiempo para conversar.

-Más que bien - confirmó.

Rose seguía temblando, pese a que ahora el pecho le saltaba de felicidad, al igual que sus patéticas lágrimas que no podía controlar. Timothée le agarró la cintura y lentamente la acercó a su cuerpo, juntando sus frentes primero, para así poder mirarla a los ojos por un momento y conocer todo lo que se escondía en su alma; y luego la besó, con la misma pasión que lo habían hecho hace unos días, solo que esta vez se sentía confiado y pleno, sabía que no quería volver a tenerla lejos otra vez.

-Si quieren me voy a dormir a la otra pieza - comentó Steve, dejando salir una suave risa.

Los tortolitos se separaron de manera inmediata, totalmente avergonzados de la escena que su amigo y hermano acababa de presenciar. Sin embargo, ese sentimiento de vergüenza no les impedía mantenerse abrazados, incapaces de querer separarse del otro.

-Te vi muy mal en la escuela - habló el rizado, rompiendo el silencio - Pero para molestar parece que estás muy bien.

-Estoy en la mierda, pero sigo vivo - respondió con una sonrisa burlona en su rostro, para luego entrar al baño.

Rose rió, al igual que Timothée. No podían negar que su respuesta había sido bastante creativa y muy acertada a su realidad, esa misma que no dejaba descansar a la rizada, quien dormía atormentada, soñando con el día en que su querido hermano volviera a su normalidad. Ya había visto el desastre que las drogas podían llegar a causar, la sangre aún corría por sus zapatillas y las imágenes frías del llanto desconsolado de su madre, se escuchaban parpadeante entre su memoria.




pido disculpas si hay alguna falta de ortografía! muchas gracias por leer y por sus votos y comentarios! espero les haya gustado el capítulo<3

Pursuit of happiness // t.c #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora