Rehab

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La prisa que llevaba Rose Jean se podía notar en su agitada respiración y en sus frenéticos pies que se movían rápidamente por los pasillos de la escuela. No había ningún alma, parecía que la misma escuela había hecho desaparecer a todos sus estudiantes. Sin embargo, podía escuchar fuertes murmullos provenientes de las aulas, las cuales le indicaban que había vida dentro de la oscuridad y humedad de aquel recinto.

Siguió su paso frenético hasta que recordó la clase a la que iba. No le apetecía en absoluto mirarle la cara al señor Chalamet, mucho menos tener que escucharle hablar un sinfín palabras que culminaban con una sonrisa encantadoramente hipócrita. Sabía como había tratado a Timothée, y solo recordar el estado en el que el rizado apareció en su morada, le causaba un sentimiento de ira que no podía controlar. Era astuta, pero no siempre. Le apasionaba la justicia, especialmente en defensa a las minorías que se veían opacadas por la sociedad retrógrada a la que pertenecía. No podía quedarse callada cuando le gritaban negra en la calle, le hervía la sangre y con ello brotaba de su garganta palabrotas que podían costarle la vida. Mas, no podía. Era tan humano como los blancos, no tenía nada de que avergonzarse.

-¿Rose? - habló una voz masculina a sus espaldas.

La joven al reconocer de quién se trataba, no tardó en ponerse nerviosa. Sus mejillas la delataban, al igual que sus temblorosas manos que se paseaban con recelo entre sus desordenados rulos. Se dio media vuelta, y allí lo vio. Timothée lucía sonriente, brillante, y la felicidad que le invadía no se podía ocultar. Rose Jean sabía porque se encontraba en aquel estado de éxtasis. Ella se encontraba de la misma manera. 

-Hola - saludó, dejando entrever sus dientes.

-¿Cómo estás? - preguntó el rizado, pasando sus manos por su cabello.

-Bien - asintió Rose, respirando lentamente.

Los recuerdos de esa mañana no se habían ido durante todo el fin de semana, y esa mañana del lunes, estaban mucho más vívidos que antes, especialmente cuando le vio llegar a su lado. Su sonrisa reluciente y el toque taciturno de su mano sobre la suya, fue lo único que logró mantenerla calmada durante la sincera charla que tuvieron la mañana del sábado a penas llegó su madre de su agitado turno. Porque no bastaba con que Steve le confesara a su pequeña hermanita que era adicto a las drogas, sino que tenía que decirle a la mujer que le dio la vida y junto a ella buscar una solución.

Rose Jean se dejó caer sobre el respaldo del sofá junto a Timothée, quien agarraba su mano con ternura, al mismo tiempo en que las amargas lágrimas le ahogaban los pensamientos. Elizabeth miraba con solenme angustia a su pequeño hijo, incapaz de querer creer que su mayor pesadilla se estaba volviendo realidad. Sin embargo, sentía que esta vez sería diferente, que Steve no terminaría tan perdido como lo hizo Jake. Y esa esperanza alentadora le mantenía el alma tranquila e inmóvil, como si nada pudiese perturbar esa eterna severidad.

Quedaron de acuerdo en que Steve debía rehabilitarse, y la mejor manera era ir a terapia y hacer su vida normal, además de entrar a un grupo religioso que ayudaba a jóvenes perdidos en el éxtasis momentáneo. Rose durante la mañana y noche se ofreció a ser su chaperona, y no se despegaría de su hermano ni por un segundo, ni siquiera para ir al baño, ya que quería asegurarse de que se cumpliera la terapia al pie de la letra; mientras que su madre lo cuidaría cada vez que sus largas jornadas laborales se lo permitieran. 

Steve prefirió mantenerse callado la mayor parte de la conversación en que se definió lo que ocurriría con su futuro. No quería opinar, porque sentía que sus palabras causaban dolor en sus seres queridos, incluso en Timothée, quien solo se limitaba a sonreír con cordialidad mientras acariciaba con dulzura la mano de Rose Jean. Y a decir verdad, ese acto de amor le calmaba los nervios y lo traía a la realidad. No necesitaba escuchar sollozos lamentables, sino que el abrazo cálido de quién más quería, así que el resto el día pasó acurrucado entre los brazos de Elizabeth, la mujer que le dio la vida.

-¿Estás ahí? - preguntó el rizado, pasando sus manos frente a la cara de Rose.

-¿Qué? - respondió exaltada, saliendo de la nube de sus memorias.

-¿Steve no vino? - cuestionó Timothée, dejando de lado su pregunta anterior.

-No - negó con una sonrisa en el rostro - Mamá pidió el día para estar con él - le causaba ternura saber que madre e hijo podrían pasar más tiempo juntos, y así quizás, mantener una conversación más íntima.

-Eso es bueno - sonrió el rizado, recordando la mirada de desilusión que su madre le dio durante la mañana.

-¿Estás bien? - preguntó, frunciendo el ceño. Había notado el cambio radical del semblante en su amigo.

-Si, no te preocupes - respondió firme. No quería ser un dolor más en la cansada mente de la rizada.

-¿Cuándo hablarás con tus padres? - cuestionó Rose sin pelos en la lengua. Suponía que la razón tras su palidez y desdén se debía a que aún no podía arreglar las cosas con su familia.

-No sé - se encogió de hombros, apretando la correa de su mochila.

-Si necesitas que esté ahí, no dudes en pedírmelo, por favor - habló rápidamente, para luego tomar la fría mano del rizado.

Timothée le sonrió con ternura, como lo había hecho en tantas otras ocasiones. Era impresionante la facilidad que tenía Rose para hacerle sentir bien, como si nada pudiese arruinar el mundo, pese a que la humanidad caía sin tregua sobre su misma maldad. Sentía la fuerte necesidad de acercarla a su cuerpo, abrazarle y susurrarle en el oído lo que aún seguía callando, y que probablemente callaría por siempre. Le quería tanto que dolía, y su único consuelo parecía ser la desmedida ilusión de sus brillantes ojos café. Por su parte, Rose Jean se mantenía inquieta, sintiendo el flujo de mariposas revolotear con fuerza en su estómago, como queriendo escapar para ser libres por el resto de la eternidad en la masculinidad de Timothée.

-Rose - pronunció su nombre, y la rizada se sintió derretir - ¿Te gustaría..?

-¡Chalamet! - gritó una ronca voz tras la espalda del mencionado en cuestión - ¡Carter! - volvió a gritar mientras se acercaba ligero hacía los dos estudiantes - ¿Qué hacen fuera de clases? Vuelvan a sus salones inmediatamente - ordenó sin tregua alguna el Sr. Lee.

-Te veo a la salida - murmuró Rose Jean, mostrando su perfecta dentadura.

Timothée se quedó de piedra, mirando como se perdía la mujer de sus sueños entre las baldosas blancas y las paredes azules de la escuela. Parecía una obra de arte en medio de un lujoso museo, totalmente vacío y dispuesto solo para él. Podía sentir como los latidos de su corazón aumentaban su ritmo a medida que su amiga caminaba apurada para llegar a su clase. No tenía palabras para explicar lo que le hacía sentir. Estuvo tan cerca hace unos días, que le parecía mentira esa sonrisa efusiva que se dieron esa mañana durante el fin de semana, porque ninguno se atrevió a pronunciar palabra alguna, solo sus gestos faciales lograron transmitir algo que quizás había malinterpretado.

-¡Chalamet! - volvió a gritar el director - ¿Qué parte de volver a sus salones no entendiste? ¿Quieres que te lo diga en francés? - cuestionó, moviendo sus manos taciturnas. Podía ver como comenzaba a perder la poca paciencia que el amargo café matutino le había brindado.

-S'il vous plaît - respondió irónico, para luego correr a través de los pasillos.

-¡Chalamet! - sintió el llamado de atención a sus espaldas, pero decidió ignorarla y entrar al aula de clase.






nuevo capítulo! espero lo disfruten! y no olviden dejar sus votos y comentarios para así saber si les está gustando la historia!
gracias por leer💜🥺

Pursuit of happiness // t.c #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora