Déjame Ayudarte: Jacob Whitesides

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Luego de haber dejado las cartas en revisión, decidí tomar camino hacia el centro comercial. Necesitaba un aire diferente. Ya extrañaba mi hogar. Italia era hermoso, pero nada como mi bello Estados Unidos. De pronto, me detuve. Mi corazón empezó a acelerarse a más de cien kilómetros por hora al ver lo que captaban mis ojos. Era _____ sentada en una de las sillas que pertenecía a ese restaurante francés barato. Decidí calmarme porque Carter y yo acordamos que no debería hacer ningún tipo de contacto con ella. Ella se levantó y tenía puesto una chaqueta de cuero que la hacía verse más sexy de lo normal. Me escondí a un lado para evitar que me mirara y sólo la observé cruzar la calle. Su bolso se rompió y dejó caer un montón de cosas. Ella lo notó enseguida. Dio un pisotón contra el suelo porque sabía que odiaba agacharse. Lentamente lo hizo y comenzó a recoger sus cosas. A lo lejos noté que un camión pitaba sin detenerse y aún no entendía porqué _____ no se movía. Luego recordé, tenía sus audífonos inalambricos puestos. A lo mejor no oía. Mi ser se llenó de pánico y no sabía que hacer, no podía dejar que me viera. El camión estaba a unos diez metros de distancia cuando decidí reaccionar. Corrí lo más rápido que pude y la empujé hacia el otro lado. Ambos rodamos mientras mis brazos estaban adheridos a su cuerpo, como si fuese un koala rodeando sus brazos junto a un árbol de eucalipto. Dejamos de rodar y ella quedó debajo de mí.

—¿Estás bien? —pregunté. Fue lo único aue pude decir—. ¿Te duele algo? ¿Tienes alguna herida?

Ella no dijo nada. Estaba helada. No sabía si era por lo que había acabado de suceder, porque había perdido sus pertenencias o simplemente porque yo estaba allí.

—Sí, eso creo —dijo asintiendo.

Ella estaba asombrada.

—Es por el cuero, buena esa que hayas optado por comprar una.

Me levanté y luego le di mi mano para que pudiera ella levantarse. Asentí levemente y luego le di la espalda. Di unos dos pasos cuando de repente...

—¡Jacob! —exclamó.

—¿Sí? —aún seguía de espaldas.

—Gracias —dijo—. ¿Nos volveremos a ver alguna vez?

—Tal vez, Kingston —y seguí mi camino.

La razón de porque le di mis espaldas automáticamente, fue porque no quería que me viera llorar como un niño que había sido regañado por su madre. Mi corazón me punzaba y aún las lágrimas caían. No iba a dejar que me viera llorar, no esta vez.

Thinking Out Loud // OLD MAGCON -Parte 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora