AIORIA

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El león había salido de su casa esa tarde en dirección al templo del patriarca, el calor era atosigante, la temperatura de verano ya se hacía notar y el metal dorado de la armadura de leo no ayudaba mucho en aplacar el calor que sentía. Peldaño a peldaño caminaba por la gran escalinata, el caballero de virgo como siempre sólo asintió al verlo, el templo de libra vacío y carente de algún caballero, Milo tampoco parecía encontrarse dentro de su templo, Aioria se dio a libertad de detenerse en sagitario para pedir un vaso de agua y saludar a su hermano que luego de explicarle hacia dónde se dirigía lo dejó libre pero invitándolo a comer a la vuelta.

La relación con Aioros siempre había sido buena, desde pequeño el castaño mayor siempre fue como un padre para él, era una de la personas más importante en su vida y a su mirar uno de los mejores caballeros de la orden que sin duda merecía aquel puesto de patriarca que ocupaba un desconocido, porque eso era para los ojos de todo el santuario el patriarca actual, un completo desconocido.

Según la tradiciones del santuario siempre era elegido uno de los caballeros dorado para ocupar el puesto de cabeza del santuario pero esta vez las cosas habían cambiado bastante, Shion antes de morir coronó como su sucesor al hombre que siempre estaba a su lado, aquel que portaba el nombre de Arles pero que nadie nunca había hablado con él o lo había visto sin su máscara, nunca había participado en los entrenamientos, ni tampoco había sido uno de los elegidos para portar alguna de las armaduras doradas, aquel hombre se había ganado la gloría de un patriarca si merecerlo realmente.

Pero no había mucho que Aioria pudiese hacer al respecto más allá de asentir la decisión del ex patriarca y además de seguir las órdenes del actual líder, tras haber pasado por los campos de rosa de Afrodita el sol ya había comenzado a hacer estragos con él, estaba mareado, una punzada amenazaba con hacer doler su cabeza, gotas caían desde se frente que pegaban sus cabellos a su rostro y podría asegurar que su frente no era el único lugar que tenía empapado en sudor.

El león quitó el sudor que pudo de su rostro con sus manos para intentar verse lo más decente posible frente a Arles y cuando entró no pudo ver a nadie dentro del salón, no había ni siquiera guardias en ese lugar.

El caballero de Leo no estaba dispuesto a irse, no después de haber pasado por semejante esfuerzo para poder llegar hasta el templo y se aventuró a caminar por entre los pasillos del lugar como si fuese su propio templo.

El león alcanzó a escuchar el sonido del agua moverse, sintió además el penetrante olor a rosas del campo de flores de afrodita y bajo aquel fuerte perfume pudo notar unas notas de otro olor, otro aroma que lo alteró.

Su corazón empezó a bombear más sangre a su cuerpo, el dolor de cabeza parecía haber pasado a segundo plano, el aroma lo llevaba casi de la mano hasta donde tenía que llegar, se sentía impaciente, sentía una ansiedad que nunca antes había logrado experimentar y tras atravesar unas cortinas se topó con una imagen que no se imaginó ni en sus más íntimos sueños.

Un joven de piel pálida y tan lisa como la porcelana, brillantes y largos cabellos azules y un frágil cuerpo se bañaba en una enorme piscina llena de agua y pétalos de rosa, Aioria tras la escena pasó saliva pesadamente y caminó en silencio para no perturbar a aquel ser etéreo y que escapara de vista, Aioria logró acercarse hasta encontrarse al borde de la piscina sin saber qué hacer, sintiendo su cuerpo vibrar y siendo llenado de aquel aroma por completo, el calor parecía aumentar y no era causado por el sol, deseaba acercarse a aquel joven pero temía que al hablarle este desapareciera como si fuese una ilusión de un desierto.

— ¿Quién eres y qué haces aquí?— su voz sonó más grave de lo habitual y al momento de hablar pudo ver como aquel chico lo miraba asustado, como un ciervo a punto de ser casado, unos ojos que no podía diferenciar a ciencia cierta si eran verdes o azules pero que estaban asustados porque él se encontraba en ese lugar.

— Lo...lo siento yo sólo me estaba dando un baño— el de cabellera azul se sumergió hasta al cuello mientras contestaba temeroso ante él.

— Busco al patriarca Arles, tu no deberías estar aquí— dijo el león intentando sonar serio mientras el olor del lugar lo embriagaba aún más, Aioria notó que sólo aquel sujeto podría ser el que emanaba tan deliciosos olor, pero se pregunta ¿Cómo era posible que alguien como él pudiese oler de aquella manera y alterarlo así?

—Él no se encuentra en estos momentos, está meditando en Star Hill, le dejaré su mensaje caballero de Leo— Las palabras dichas por aquel chico no alcanzaba escucharlas, el sonido se perdía y el mismo sentía que perdía el control de sí mismo y no se dio cuenta de esto hasta que se había sumergido en la piscina y había caminado hasta encontrarse frente al chico.

— ¿Qué eres? — Se aventuró a preguntar el león al momento que tomaba una de las blancas muñecas y obligaba a sacar la mitad de su cuerpo del agua y al ver aquella marca más obscura sobre sus costillas no tuvo que seguir preguntando.

—Eres un omega ¡Tú no deberías estar pisando tierra santa! —la palabras de Aioria salían con desprecio de su boca.

El ingreso de un omega estaba prohibido dentro de tierra santa, así se había estipulado desde que fue construido el santuario; sólo los alfas tenían el honor de congraciarse con el divino cosmos de Athena, portar las armaduras doradas y pisar tierra santa, pero ahora veía que aquel hombre había quebrantado una de la principales reglas del santuario y con ello deshonrando a la diosa y a todos los habitantes.

— Yo...yo... —El chico parecía temblar, pero su mirada ya no demostraba miedo, no, Aioria al enfocar su vista en el rostro del otro pudo notar un tono carmín cubriendo sus mejillas y su respiración agitada, la piel nívea del otro se había pegado contra el brillo metálico de su armadura y su nariz parecía olfatearlo con desesperación—lo siento... es tu...olor— dijo casi ronroneando frente a Aioria dejándolo atónito.

El castaño mordió su labio inferior el aroma de aquel omega ahora se intensificaba el doble al permanecer sobre el agua, comenzaba olvidar lo que había dicho hace unos momentos, ya no lo importaban las reglas, sólo estaba pendiente de aquel cuerpo tembloroso que se apegaba a él.

Aioria soltó la muñeca que había tomado y pudo observar el color rojizo que tenía tras haber aplicado fuerza, con esa misma mano acarició la piel de la cintura escuchando un jadeo por parte del que estaba frente a él, con la otra mano se aventuró acariciar su cuello y obtuvo otro sonido como el anterior rompiendo todas la barreras de autocontrol que poseía.

El cuerpo del leonino parecía nuevamente vibrar, su control había abandonado su cuerpo dejando sólo el sentimiento de querer seguir escuchando al chico frente a él jadea por él, sus labios se acercaron a los del otro, inspirando más de aquel aroma que le bloqueaba los sentidos y juntó ambos labios en un fogoso beso.

Se besaban como si lo necesitaran para vivir, como si fuese una necesidad al igual que respirar, Aioria no se había dado cuenta en qué momento había sentado a chico sobre el borde de la piscina y recorría su blanco cuerpo con sus propias manos, hombros, cintura, muslos y espalda recorrían sus manos sin decoro alguno, los gemidos que salían por aquellos labios arrebolados se escuchaban como el canto de las musas incitándolo a más, su cuerpo comenzaba responder y sentía su entrepierna adolorida por la fricción que sentía.

Pero de repente aquel calor que estaba junto a él fue arrancado de golpe, dejando sólo un sentimiento de vacío, el castaño abrió sus ojos para ver al patriarca que había tomado al muchacho y lo había escondido tras su espalda utilizando su propio cuerpo como una muralla que los separaba.

—Caballero de Leo espéreme en el salón ahora— su voz sonaba dura, como una clara orden y Aioria no debía ser un genio para saber que el patriarca estaba molesto, el castaño se había dado cuento de lo que había hecho hace unos momentos atrás y observó cómo el chico de cabellos añiles seguía temblando asustado detrás del hombre cubierto por telas y máscara. Aioria pudo sentir un sabor amargo en su boca y el peso de sus acciones sobre sus hombros.

El leonino salió del agua, avergonzado sin mirar a nadie y empapado comenzó a caminar hasta el salón, tenía miedo, y vaya que lo tenía no sabía qué esperar después de lo ocurrido, pero tampoco podía dejar de pensar en aquel chico y tampoco podría olvidar lo que había pasado con él, necesitaba verlo, saber su nombre, prometía romper toda regla dictada con tal de verlo una vez más.

Tradiciones RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora