ROMEO

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Saga suspiró cansado mientras caminaba a la cocina del templo, Afrodita a veces agotaba todas sus energías con su intensa necesidad de parlotear y crear cuentos en su mente tanto para él como para sí mismo, cuentos que siempre iban de la mano de finales felices, amor, tragedia, algo de drama en lo cual el de cabellos celeste era un experto, para finalizar con un "vivieron felices para siempre", Afrodita se había empeñado en recalcar el incidente de aquella tarde, en mencionarle el nombre del caballero dorado de la quinta casa hasta el punto de hastiarlo con él, el caballero de piscis hacía las coincidencias un destino y del destino su credo de vida , credo que intentaba meter a la fuerza en su subconsciente.

Saga por su parte no creía en aquello, hace tiempo se había privado de soñar y tener ilusiones, si Shion supiera de aquello probablemente lo sermonearía con alguna frase como "un hombre vive de ilusiones, sueños y esperanza, son su motor de vida, son el camino hacia el futuro, un hombre que los pierde se pierde en el abismo, se pierde a sí mismo, pierde su vida"; recordar al antiguo patriarca siempre le dejaba un dolor en su pecho, gracias a él tenía un lugar a cual llamar hogar, a alguien a quien llamar amigo y una excusa para seguir viviendo, aquel rudo y paternal amor de Shion lo habían salvado de la desdichas de ser un omega, para Saga eso siempre sería así, siempre lo recordaría de esa manera, como un padre que cuidó de él y Afrodita hasta su último aliento.

Porque el bien lo sabía y en parte ya lo había vivido, los omegas son la base de la jerarquía, más allá de tierra santa eran sólo un pedazo de carne, un objeto que se prestaba para jugar con o sin su aprobación, estar sometidos al poder de un alfa sin poder hacer nada para remediarlo.

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—Vamos Saga esta es la prueba final— el geminiano miraba asustadizo al tumulto de gente frente a él, aquellos feroces guerreros blandían su cosmos los unos contra los otros, sintiendo aquel derroche de poder atravesar la delgada capa de su túnica sacerdotal.

Para aquello lo había estado entrenando su maestro todo ese tiempo, para resistir el olor, los rugidos, la voz de mando que poseían todos los alfas dentro del santuario, que dejarían besando el suelo a cualquier omega, pero por eso estaba ahí, para ir contra su propia naturaleza e imponer su fuerza contra todos, su tarea inicial era sencilla según los propios labios del lemuriano, pero para Saga distaba de aquello, primero debía plantarse frente a todos, ignorar todo su entorno y alzar su cosmos hasta sobrepasar al más fuerte de ellos, con ello conseguiría respeto, con ello conseguiría que hasta el más fuerte alfa presente lo reverenciaba.

Saga aun dudoso se levantó del asiento que se encontraba junto al patriarca, la máscara de sacerdote cubría sus delicadas facciones y el nerviosismos que pudiese tener, puso sus manos sobre la baranda del palco en donde estaban y tal como el patriarca le había enseñado liberó su cosmos; las peleas se iban acabando mientras su poder crecía, algunos de los presentes daban incluso un paso hacia atrás producto del repentino escalofrío que les daba la sensación de aquel poder, soldados, caballeros de bronce, plata y oro, todos lo miraban y aun con su corazón a punto de salir de su tórax, mantuvo su poder hasta que en todo el coliseo sólo se sintiera su presencia y cuando hasta el último de los presentes lo miraba directamente se permitió hablar.

— Caballeros presentes, me honra ver su destreza en el campo de batalla y me alegra saber que cada una de sus fuerzas son para proteger a nuestra diosa — su garganta dolía, aquella rasposa voz no era la suya y distaba mucho de la naturalidad de la de él, pero aquello fue lo primero que aprendió con Shion, a ocultar aquella melodiosa voz por una digna de un alfa— dejó ante a ustedes a nuestro patriarca que dará un importante anuncio el día de hoy— Saga suspiró tras su máscara, lo había logrado y por dentro saltaba de felicidad, pero todo aquello cambiaría tras escuchar las palabras del patriarca.

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