La vibración sobre su piel se acabó, el calor que inundaba todos sus sentidos comenzaba a detenerse por un momento, el olor de Aioria seguía pegado en su nariz, aquella invasión en su interior aún no lo abandonaba, Saga comenzaba a perder la ceguera por el júbilo, comenzaba a despertar un poco del trance en el que se había sumergido, sentía la cercanía del león, su piel rozando la suya, sus cabellos azulados contra su rostro por el sudor, una manos morenas que lo sujetaban como si tuviesen miedo a que se fuera, pero aquel trance se terminó de romper al sentir un líquido tibio correr desde su nuca, sintiendo el ardor que producía el oxígeno contra la herida que le habían provocado.
El cuerpo del gemelo se volvió temblor de terror puro, de sus ojos comenzaron a caer lágrimas desde la comisura de su ojos avanzando lentamente por el contorno níveo de su rostro hasta caer como una gota solitaria al suelo desde su mentón, sin gimoteos, sin reclamos, lágrimas de resignación en un completo silencio, sus piernas comenzaron a temblar, un calor nuevamente se comenzaba a apoderar de él, pero este era diferente, no era como aquel sofocante calor de deseo, no, este era asfixiante, doloroso, que quemaba y ansiaba a tirarlo contra el piso. Su mirada se nublaba con cada parpadeo, su garganta se secaba en un vano intento de hablar, aquella marca en su nuca comenzaba a formar estragos en su cuerpo y no había absolutamente nada que pudiese hacer.
—No...— sólo aquella palabra alcanzaba a ser dicha desde su garganta.
Su mano se alzó lenta hasta su cuello y al tocar aquella herida con sus propios dedos, al sentir palpable aquella marca su llanto aumentó, más amargo que antes; Saga se abrazó a sí mismo y como reflejo se alejó del cuerpo que lo aprisionaba, como si este lo quemara vivo, sintió en ese momento el piso moverse bajo sus pies y terminó cayendo estrepitosamente al suelo al no tener la fuerza de mantenerse en pie, dejándose llevar por el dolor y la calor que nacía desde su interior.
Por otro lado Aioria se quedó inmóvil al ver lo que había hecho, sintió el vacío que quedó en él cuando el otro se alejó con miedo de sus brazos, pudo sentir aquel sabor metálico combinado con sus saliva en su lengua, los restos de aquel líquido carmesí que resbalaba desde sus labios, había marcado a Saga, ahora Saga era sólo suyo, pero sentía la amargura de haberlo hecho sin consentimiento del otro, sintiéndose decepcionado, ruin, como aquellos bastardos que golpeó por maltratar a los demás, como esos alfas que se aprovechaban de su posición para tomar a otro como un objeto, se sentía asqueado, pero de sí mismo, de sentir como había hecho algo tan despreciable a alguien que tanto quería desde el fondo de su corazón.
— ¡Saga! — saliéndose de su estado de auto-repudio se dio cuenta de cómo el otro estaba sobre el frío piso, con lágrimas brotando desde sus ojos, con su rostro enrojecido, sollozando, con su pecho agitado y con clara señales de que no podía respirar del todo bien.
Saga no rehuyó de aquellos brazos desnudos que lo acunaron contra su pecho, aunque quisiera no podía, sentía fiebre, una que no podía controlar, una que le quitaba todas sus fuerzas. Aioria comenzaba a desesperarse por el otro, no sabía que debía hacer, pero lo único que si sabía era que todo aquello sólo podía ser su culpa y él había provocado todo eso en Saga.
—Trae... trae a Afrodita— con una gran dificultad y con temblor en su voz había alcanzado a decir aquella palabras, causando un sentimiento de ira en el castaño, una ira de no ser él de quien Saga necesitaba, de ser otro al que aquellos labios sonrosados llamaba con dificultad, su cara se transformó en una mueca molesta y destellos de cosmos comenzaban a salir sin poder aguantar aquel arranque rabia.
—Aioria...por favor...—Una mirada de súplica, unos ojos verdeazulados enrojecidos en lágrimas, unos labios temblorosos habían logrado calmarlo o volverlo a la realidad, una realidad en la cual Saga sufría por su culpa y pedía por otro dorado.
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Tradiciones Rotas
RomanceComo una ilusión frente a él una idílica escena, una blanca piel, azul zafiro y el rojo de los pétalos contrastando, un aroma sublime que bloqueó sus sentidos dándole paso a aquel león que poseía dentro de sí. Aioria se había encontrado frente a un...