Los días pasaban, las semanas terminaban, con el tiempo el color verde de los árboles comenzaba a tornarse rojizo, el santuario respiraba paz, respiraba tranquilidad, desde la noche en el que el cosmos del patriarca se alzó impetuoso por tierra santa había traído consigo un especie de bendición para las personas que habitaban en ella, los peligros y misiones comenzaban a decaer, varios de los caballeros se habían hasta encontrado con tiempo libre para su propia recreación personal más allá de los arduos entrenamientos diarios, leer, reuniones entre compañeros, siestas durante la tarde, visitas al pueblo o incluso algunos con algo más de valor pedían permiso para dejar por unos días el santuario y visitar lugares más alejados de Grecia o en otros casos visitar familiares fuera del país.
Pero para el caballero de piscis estaba siendo un tanto dificultoso mantener la calma, no sólo por el hecho de que su amigo se había unido a un alfa, de que Aioria descubrió el secreto de ambos, había algo más que atormentaba su corazón y ese alguien tenía un nombre, Aioros, el caballero de sagitario, no podía echarle toda la culpa al arquero, había sido culpa de él por empezar a entablar una conversación, por acercarse más, por invitarlo a tomar el té en su templo, por compartir su hobbie de la mantención de sus hermosas rosas y las largas charlas junto a un refrigerio dulce.
Había algo que aún no le había contado ni a Saga, ni a Aioria, no podía hacerlo, o no había encontrado el momento adecuado para decirle que alguien más se había unido al secreto peor guardado del santuario, podía culpar a Saga por mandarlo en su última misión con el castaño, podía culpar a Aioros por haber sido tan amable con él, por invitarlo a conocer la ciudad donde se estaban quedando, podía culparse a sí mismo y a su naturaleza omega, podía culpar a aquel caluroso día, a las olas, a lo empapada que había quedado su ropa tras caer al agua, a la diversión que sintió cuando aquel apuesto hombre le tendió una mano para levantarlo pero él había decidido que era más divertido arrastrarlo junto con él al agua.
Una tarde divertida, una tarde tranquila en la que ambos nadaban por las aguas cristalinas de Rodas, donde su ropa estaba húmeda, sus cabellos turquesa mojados en agua salada, una sonrisa gallarda que venía cada vez que se le acercaba para intentarlo hundir, parecía sólo un juego de niños, algo sano, nada por lo que temer, disfrutaba aquel preciado momento en donde se sintió siendo Afrodita, sin ser el caballero de piscis.
Pero en su momento de felicidad había olvidado algo de suma importancia, la incomodidad de la camiseta mojada le hizo olvidar aquella marca que cada omega tenía, olvidó que bajo su costilla derecha estaba aquella marca que lo identificaba, como si fuese parte de un ganado y para cuando lo recordó su mano estaba siendo presionada con fuerza por el caballero de sagitario, porque esos ojos esmeralda que lo miraron no pertenecían a Aioros, no, esos ojos llenos de incertidumbre, de molestia y seriedad pertenecían al caballero de sagitario, sintió aquel instinto de mando de alfa que salió a florecer de él y que más allá de hacerlo sentir sumiso, solos sintió su corazón quebrarse y sus ilusiones desmoronarse.
Afrodita no era débil, él también era un caballero dorado, su cosmos enardeció y con fuerza quitó aquella mano que intentaba aprisionarlo, vio la marca roja contrastando contra su piel blanca y corrió del caballero como si su vida dependiera de ello a pesar de no ser perseguido.
Aquella noche él no volvió a su cuarto, tampoco quería hacerlo al día siguiente, pero otra noche a la intemperie no sonaba para nada alentador, él podía ser un omega, pero no se transformaría en un cobarde. Cuando volvió a la habitación en donde se hospedaban pudo ver el rostro aún serio del caballero de la novena casa y sintió otra vez una dolorosa punzada sobre su pecho.
Sus siempre gráciles cabellos celestes estaban enmarañados, su ropa que el día anterior había estado pulcra ahora rebosaba en suciedad, pero a pesar de todo esto se mantenía firme, ambas miradas se encontraron una turquesa y otra esmeralda, había algo más en ella que ninguno pudo notar en ese momento o ambos prefirieron hacerse los ciegos al respecto, el primero en hablar fue el castaño "Todo quedará en Rodas" fueron sus palabras y Afrodita sólo respondió "Todo quedará en Rodas" para mirarse por última vez en ese viaje.
Ese era su motivo, esa era su falta de tranquilidad, no podía confiar en el caballero de Sagitario de mantener el secreto, no después de haberlo visto con esos ojos, no después de hablarle como le habló, aún sentía su pecho doler, había sido rechazado, rechazado por la persona que creyó que podía ser diferente, por la persona que logró hacerlo sentir él mismo.
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La noche era un tanto fría, la brisa otoñal erizaba su piel, pero estas sensaciones no eran lo suficientemente fuertes como para sacarlos de su concentración; sobre el cielo sólo había estrellas brillantes y hermosas que cubrían el firmamento, la luna se escondía bajo el manto de la oscuridad quedándose sin protagonismo por ese día, era el momento perfecto, el momento adecuado, la noche correcta para que el patriarca cumpliera con una de sus grandes tareas.
Saga nunca fue asiduo a la lectura de estrellas y en un principio tampoco le fue fácil, por más que Shion le repetía una y otra vez como debía concentrarse, como dejar su mente en blanco, como debía ser su respiración y cómo distinguir un pensamiento de un augurio e instinto a una epifanía, no sabía cómo se debía sentir realmente y hasta ese momento no sabía cómo es que debía diferenciar la una de la otra, hasta la fecha sólo había tenido augurios que sabía diferenciar de sus propios pensamientos pero ni siquiera un atisbo de profecía o epifanía.
Tenía las experiencias de Shion para imaginar cómo debía ser, el relato cuando el antiguo patriarca tuvo una, fue la misma noche en la que él y su hermano nacieron en el santuario, hijos de la valerosa amazona que una vez portó la armadura de Corona boreal, aquella hermosa mujer que mostró su rostro ante el hombre que robó su corazón pero que sin saber y decir su nombre se marchó eligiendo su deber antes que a si misma, aquella aguerrida mujer que escondió su abultado vientre de los ojos de los demás caballeros, aquella mujer que amó hasta con el último suspiro de vida a esos hermosos gemelos que nacieron de su vientre.
El patriarca aquella noche sintió una calidez dentro de su pecho y las imágenes de dos pequeños naciendo en un desolado paraje en ruinas, ruinas que a medida que se alejaban dejaban ver el coliseo y si se alejaban aún más se podía apreciar el santuario, sintió una nostalgia que no era propia, lágrimas que cayeron desde sus ojos sin sentir pena, vió imágenes de un muchacho de cabellos azulados sonriente a su lado, lo vió en túnicas blancas mientras conservaba su sonrisa y vio algo más que Shion nunca le quiso contar.
Pero el actual patriarca del santuario aún no sentía nada como aquello, por más que su cosmos se conectara con las estrellas; Saga suspiró pesado y trago la saliva que se había acumulado en su boca pensó que quizás era momento de dejarlo por ese día.
Pero su mente no pensó lo mismo, su cosmos se alzó, escuchó sonidos similares a una tormenta retumbando en sus oídos, vió imágenes de algunos caballeros dorados abatidos sobre el suelo, observó imágenes de una armadura oscura envuelta en maldad, sintió su cosmos descontrolarse sólo en sus pensamientos, observó miradas de odio hacia él, sintió sobre él como todos intentaban imponer su voz de alfa sobre él, sintió miedo, pavor, un dolor dentro de su vientre, escuchó el llanto de un niño, notó la luna llena y las imágenes siguieron llegando unas tras otras, pero demasiado borrosas para poder verlas y demasiado rápidas para poder recordarlas, su trance terminó cuando su mente se desconectó, cuando su cuerpo fue a parar contra el frío piso de Star Hill.
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Tradiciones Rotas
RomanceComo una ilusión frente a él una idílica escena, una blanca piel, azul zafiro y el rojo de los pétalos contrastando, un aroma sublime que bloqueó sus sentidos dándole paso a aquel león que poseía dentro de sí. Aioria se había encontrado frente a un...