Aioria se mantenía frente a la entrada del templo patriarcal, caminaba desde un pilar a otro, sentía el cosmos de Saga colarse por entre las paredes, por entre su cuerpo y desbordarse impetuoso hacia las afueras del templo, en su mente la desesperación, la preocupación y la necesidad de entrar en aquel lugar pese a las advertencias del caballero de piscis no lo dejaban tranquilo, necesitaba ver a Saga, saber cómo se encontraba, protegerlo entre sus brazos, un lazo ahora los unía, la marca de sus dientes sobre el cuello del omega, un lazo entre ellos que habían sentido desde un inicio pero que había sido sellado a costa de sangre y dolor, su instinto de Alfa lo llamaba, casi de una manera dolorosa, un alfa era el encargado de proteger, dar alivio, dar seguridad, pero él había provocado todo lo contrario.
El suelo bajo sus pies retumbó, sobre su cabeza cayeron motas de polvo y tierra desde el techo, el cosmos que era expulsado desde el centro del templo se volvía cada vez más inestable no podía esperar un segundo más para poder actuar, no podía quedarse de brazos cruzados y con esa nueva convicción se adentró corriendo entre los dominios del templo patriarcal, intentando buscar la fuente de donde se originaba aquel cosmos, el lugar en donde se encontraba Saga.
Avanzó por los pasillos como aquella primera vez en que se vieron, era la misma dirección, era el lugar a donde por primera vez se habían visto y al cruzar el umbral de la puerta volvía a sentir el aroma de Saga, el olor a pétalos de rosa sobre el agua, el sonido de la voz del caballero de la doceava casa que parecía desesperado sosteniendo al centro de la gran bañera el cuerpo de un lánguido Saga, de piel enrojecida y dificultad para respirar.
El león ignoró a Afrodita cuando este le grito que se mantuviera alejado, lo ignoró cuando lo empujo, cuando alzó su cosmos en modo de advertencia, pagaría las consecuencias de sus actos pero en una necesidad imperiosa de posesión arrebató el blanquecino y débil cuerpo del patriarca para posarlo y sostenerlo fuerte entre sus brazos. En aquel abrazo pudo sentir las oleadas de energía atravesar su piel, casi como si estuviese quemándolo, el cuerpo del omega hervía, Aioria no tenía ni la más mínima idea que hacer, pero eso no le quitaba el deseo de hacerse responsable de sus actos, si él le había provocado todo aquello a Saga él mismo sería el que debía arreglarlo.
El fulgor dorado que emanaba Saga al estar cerca del león, lo comenzó a envolver en una luz brillante, como si intentase fundirse en su cuerpo, sólo tenía un corazonada de que hacer, una idea vaga que vino a su mente, todos los omegas eran marcados por alfa y desde ese momento compartían un vínculo, pero existían otro tipo de unión, una muy rara, una que no todos tenían el privilegio de poseer, la unión de dos almas cuando encontraban a su pareja predestinada, cuando dos almas gemelas se unían era un vínculo que no sólo afectaba al omega, no, este también era para el alfa, los volvía uno sólo y sellaba sus destinos hasta la muerte.
Aioria comprendió que sólo eso podía significar, que el hombre que sostenía en sus brazos era su alma gemela, ese ser único y especial que estaba destinado a ser de él y él estaba destinado a ser del otro, ambas almas debían compartir entre ellos su amor, su unión, pero había algo que entre ellos aún no habían unido y quizás aquella era la razón del desborde de energía en el patriarca, ambos eran hombres poderosos, guerreros protegidos por el manto de la diosa Athenea, Saga era el poseedor de algo que ningún otro omega en la historia había poseído, Saga poseía un cosmos, un muy poderoso cosmos capaz de amedrentar al más feroz alfa del santuario.
El castaño sintiendo un impulso dejó salir su energía, brillante, una luz dorada del mismo tono del que salía de Saga, amabas fuerzas se fundían en la otra, su cosmos envolvía a Saga, como el de Saga lo envolvía a él. El león busco la boca de su compañero, sentía el aliento caliente chocar contra sus labios, el olor que expedía la piel adentrarse a sus fosas nasales y sintió una corriente eléctrica atravesar su cuerpo cuando sus labios su unieron, la luz se hizo más fuerte y sintió su propio cosmos elevarse inconscientemente con el de Saga, el leonino sólo podía sentir el calor de Saga, el tacto de Saga, la luz dorada que aumentaba su intensidad y por un momento un completo silencio hasta que como un remolino parte del cosmos de ambos se unió al otro.
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Tradiciones Rotas
RomansaComo una ilusión frente a él una idílica escena, una blanca piel, azul zafiro y el rojo de los pétalos contrastando, un aroma sublime que bloqueó sus sentidos dándole paso a aquel león que poseía dentro de sí. Aioria se había encontrado frente a un...